Cuesta pensar que un director de cine como Steven Spielberg, que lleva seis décadas haciendo películas y amasa tantos éxitos que no podemos contarlos con los dedos de las dos manos, haya pasado por etapas difíciles repletas de miedos e inseguridades cuando ya era uno de los grandes de Hollywood, pero así fue. A finales de los años 80 y principios de los 90 el cineasta estadounidense ya tenía a sus espaldas una larga lista de películas que habían hecho historia en el cine: desde las que le permitieron hacerse un nombre en la industria, como Tiburón o Encuentros en la tercera fase, hasta las que le consagraron como uno de los directores más a tener en cuenta de su generación, como E.T. El extraterrestre o la saga Indiana Jones. Sin embargo, en su filmografía ya comenzaban a acumularse también algunas decepciones -algunas que con el tiempo ganarían un mayor reconocimiento- y una parte de la industria le tenía completamente encasillado en el cine familiar blockbuster.
Además, aunque Steven Spielberg sí había mostrado su interés por otros géneros y había probado a hacer un cine más adulto con películas como El imperio del sol y El color púrpura -que llegó a ser nominada a 11 premios Oscar pero no se llevó ninguno- y había sido objeto de los halagos de la crítica por su trabajo, aquella segunda mitad de la década de los 80 marcaba una etapa muy diferente en su cine. Solo las siguientes entregas de Indiana Jones seguían a la altura de los taquillazos a los que venía estando acostumbrado, mientras que la película de fantasía romántica Always (Para siempre), estrenada en 1989, se consideró uno de sus trabajos, y su versión de Peter Pan, Hook, tampoco fue especialmente querida en su día.
Ahora, con la perspectiva que nos da el tiempo, nadie se apresuraría a decir que Steven Spielberg experimentase un gran altibajo en aquella época, pero la realidad es que él no estaba especialmente satisfecho. El director buscaba su madurez artística, pero sentía que no era lo que el publico iba a aceptar de él. De hecho, según reconoció en una interesante entrevista con The New Yorker en 1994, se estuvo censurando durante años, dejando atrás ideas "de naturaleza política y carácter social" que finalmente se quedaron en un cajón. Por suerte, Steven Spielberg se lanzó a hacer La lista de Schindler y lo cambió: tanto su propia imagen en la industria como de cara a sí mismo.
Tuve que convertirme en eso. Me llevó años antes de estar listo para hacer 'La lista de Schindler'. Tenía un montón de proyectos en mis estanterías que eran de naturaleza política y tenían lectura social. Incluso tenían estampado 'políticamente correcto' encima de ellos. Y no hice esas películas porque estaba censurando esa parte de mí diciéndome a mí mismo: 'Eso no es lo que el público va a aceptar de ti'
"Lo que aceptarán de ti son emociones, escalofríos, asombro y ese tipo de cosas", se decía a sí mismo Steven Spielberg sobre la visión que pensaba que tanto el público como la industria y la crítica habían proyectado sobre él a raíz de algunas críticas que le habían hecho mucho daño. "Tenía miedo de que la gente dijera, como muchos dijeron de El imperio del sol y El color púrpura: 'Esa no es la talla de su zapato. Ese es el estilo equivocado. ¿Qué está haciendo? ¿En quién intenta convertirse: Woody? ¿Está tratando de convertirse en David Lean? ¿Quiere ser Martin Scorsese? ¿Quién se piensa que es?".
Yo había escuchado todas esas críticas. Te llegan. Ciertamente sentí que todos me habían enviado el mensaje alto y claro de que yo era, ya sabes, un mal casting. Era un niño de por vida
"Y casi dormía en la cama que me habían hecho. No, la cama la hice yo mismo. Cuando quería hacer algo diferente, mucha gente me hacía querer volver a la cama: 'Vete a tu cuarto. Y no salgas hasta que tengas algo que les encante a mis hijos, jovencito", relataba Spielberg hace ahora 30 años, en un momento que realmente sorprende, puesto que acababa de estrenar la que entonces era la película más taquillera de todos los tiempos, Jurassic Park.
Sin embargo, Spielberg se lanzó con La lista de Schindler e hizo uno de los mejores trabajos de su carrera y también de los que se siente más orgulloso. Una adaptación del libro de Thomas Keneally que narraba la historia de Oskar Schindler, un hombre de negocios nazi que empezó empleando judíos en su fábrica de Cracovia y acabó salvando a mil cien de ellos de los campos de exterminio.
La mejor película sobre el Holocausto que nos ha brindado el cine, sin duda, pero también un antes y un después para un cineasta que, tres décadas después de aquello, ha demostrado que es una máquina de hacer obras maestras y que puede estar a la altura de cualquier género. Lástima de todas aquellas ideas que se quedaron atrás.
