447 millones de dólares. Quizá la cifra te de vueltas a la cabeza (es más que el PIB de cinco países), pero es lo que costó Star Wars, episodio VII: El despertar de la fuerza, aún ahora la película más cara que se ha hecho jamás. Sabían de sobra que, allá por 2015, el público estaba ávido de aventuras galácticas, y de hecho acabó recaudando más de 2000 millones. La jugada les salió bien, aunque hoy en día, solo una década después, tengo mis dudas de lo que habría pasado. The times a'changing.
Acelera, Chewie
Lo cierto es que los fans supimos después que en Disney cogieron los bocetos de guion de George Lucas para las secuelas y decidieron ir por otro camino. Y descubrieron que no era tan fácil hacer un guion de Star Wars con nuevos personajes: cada vez que aparecía Luke Skywalker robaba el foco, los personajes principales eran una sombra de Han Solo y la Princesa Leia... y, al final, tuvieron que hacer alquimia para encontrar el tono perfecto. Bueno, más o menos.
Uno de los puntos clave de esta nueva entrega es Kylo Ren, interpretado por Adam Driver, y su sable láser en forma de cruz, uno de los más icónicos de la historia de Star Wars. Sin embargo, su origen se remonta hasta 2002, cuando la saga estaba celebrando el lanzamiento de El ataque de los clones. Fue entonces cuando, en un cómic titulado Jango Fett: Open Seasons, el Conde Dooku observa unos sables láser a traves de una vitrina. Y entre ellos está, efectivamente, uno con forma de cruz.
No es menos cierto que ahora mismo este cómic no forma parte de la continuidad, sino de Legends (lo que antes era el universo expandido), y el canon principal lo tomó prestado de allí. Total, ¿quién se daría cuenta de una viñeta en un cómic sin importancia de 15 años antes? Una vez más demostrando que los fans no deben ser subestimados...