Mi cuenta
    Por qué 'Mi chica' (1991) es la película que toda preadolescente debería ver
    Sara Heredia
    Sara Heredia
    -Redactora jefe SensaCine
    Cargada con una mente abierta y mucha curiosidad, explora cualquier documental, película, serie y miniserie que empiece a hacer ruido.

    Anna Chlumsky da vida a Vada, una chica de 11 años que ya ha sufrido más que yo en toda mi vida

    "Nací con ictericia. Una vez fui al retrete de una parada de camiones y contraje hemorroides. Aprendí a vivir con un hueso de pollo alojado en mi garganta durante tres años. Por eso, yo sabía que papá estaría desolado cuando se enterara de mi última aflicción. ¿Papá? No quiero trastornarte, pero mi pecho izquierdo se desarrolla mucho más rápido que el derecho. Esto sólo podría significar una cosa: Cáncer. Estoy muriendo". Así es como comienza Mi chica (1991), una película que recordarán con cariño los que crecieron con ella, que encontrarán bastante cursilona aquellos que la vieron siendo demasiado adultos y que, en cualquier caso, nos enseñó que hay cosas mucho peores que la adolescencia. Y ya solo por eso debe ser considerada como un manual de supervivencia de la perfecta preadolescente.

    Mi chica
    Mi chica
    Fecha de estreno 19 de junio de 1992 | 1h 45min
    Dirigida por Howard Zieff
    Con Anna Chlumsky, Macaulay Culkin, Dan Aykroyd
    Medios
    3,1
    Usuarios
    3,7
    Sensacine
    3,5

    Vada (Anna Chlumsky) es una chica de 11 años con las ideas claras y la mente más abierta que cualquiera de los adultos que la rodean, pero, a pesar de esto, miedos tiene unos cuantos. Para empezar, sufre una hipocondría que le hace pensar que está al borde de la muerte casi cada día de su vida. No tiene muchos amigos y se puede decir que más bien es una niña introvertida, ya que su mayor afición es leer y escribir. Siempre le acompaña Thomas (Macaulay Culkin), un amigo que ama y odia a partes iguales, como toda buena relación de la infancia que se precie.

    Vada no es ni la más popular del colegio, ni cuenta con un grupo de amigas inseparables, ni siquiera es la típica niña monísima que podría protagonizar anuncios -a ver, según los cánones de belleza-. Vada es una niña de lo más normal que se enfrenta como puede a los muchísimos problemas que se le van presentando. Demasiados para ser alguien que lleva solo una década en el mundo. Se enamora de su profesor de literatura, tiene que llegar a la pubertad sin el apoyo de su madre y su padre está más pendiente de embalsamar y de ver Todo en familia que de la falta de atención de su hija. Todo esto lo vemos a través de la protagonista, no como un drama, sino como algo que simplemente ha ocurrido. Qué vida esta.

    La primera menstruación: esa gran pesadilla

    Muchas chicas tienen una historia de terror para explicar la primera vez que les vino la menstruación y la de Vada no es, ni de lejos, la peor. Cuando Vada tiene su primera regla, corre desesperada creyendo que se está muriendo y, sin poder recurrir a los brazos de sus padres, la pequeña cuenta con Shelly DeVoto, la maquilladora y futura esposa de su padre. Ella le cuenta que es algo completamente normal y necesario para tener hijos, ante el asombro y asco de Vada, quien solo puede decir -con toda la razón del mundo-: "No es justo, a los chicos no les pasa nada".

    La menstruación es una entrada obligada a la adolescencia y no es plato de buen gusto para nadie. Por eso, cuando llega su amigo Thomas y le pregunta si quiere ir a nadar, es lo que le faltaba a la pobre Vada: "¡No, largo de aquí! Y no vuelvas hasta dentro de 5 o 7 días". Claro que no se lo puede explicar, ¿cómo le va a contar a un niño que ahora tiene una preocupación que le va a acompañar de por vida?

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    Recuerdo ver esta escena cuando ni siquiera había caído en la cuenta de que un día me tocaría a mí y sentía la misma incomodidad que cuando salían escenas de sexo. Pero es una escena completamente necesaria. Esto, tan natural en la vida de una mujer, aún se considera algo tabú y hasta algo sucio en ciertas situaciones. Ya que la conversación con una madre o tus amigas puede dar algo de vergüenza a esa edad, ver en una película que la protagonista también pasa por eso es un alivio. Saber que otras chicas se llevaron el mismo susto que tú o que también lo pasaron mal, es un gran paso para normalizarlo y aceptarlo más como una etapa excitante que como un castigo.

    Quiero ser como Vada

    Vada no tiene las cualidades típicas de las protagonistas a las que nos han acostumbrado -esas chicas Disney tan perfectas y animadas- y, quizás por eso, su conducta despierta antipatía y admiración a partes iguales. En ciertas ocasiones, tiene esa actitud de niña demasiado remilgada, de adulta antes de tiempo. Te saca un poco de quicio, pero sigues pegado a la pantalla. Sin embargo, la mayoría del tiempo, Vada genera algo de envidia. No sé vosotros, pero yo con 11 años era una niña tímida que tenía miedo de hacerme escuchar. Entendía que los que tenían razón y debían tomar las decisiones eran los adultos y a mí ni se me ocurría llevarles la contraria o pedir algo que me apeteciese hacer. Vada es todo lo contrario.

    ¿Quién se hubiese atrevido a apuntarse a una clase de escritura para adultos solo para ver al profesor del que estabas enamorada? Yo cuando veía a Vada entrar en esa aula con tanta decisión a pesar de todos esos ojos curiosos que la miraban y pensaban qué pintaba ahí, quería ser ella.

    Columbia Pictures

    El amor duele, pero hay cosas peores

    En los 102 minutos que dura la película dirigida por Howard Zieff, Vada pasa por las principales preocupaciones del ser humano, que se pueden resumir, básicamente, en el amor y la muerte, y nos hace ver que hay cosas peores que la adolescencia.

    En el terreno amoroso, Vada ha comenzado a sufrir demasiado pronto. Está perdidamente enamorada de su profesor, el señor Bixler, y hace todo lo posible para estar con él, sin darse cuenta de que es un amor imposible. Su otra relación es con su mejor amigo, Thomas, con el que se da su primer beso. Son compañeros inseparables de aventuras y sólo con él se atrevería a probar qué es eso de besar. Es un beso inocente, pero basta para que Thomas le pida a su amiga que piense en estar con él si la cosa no funciona con Bixler, sin convencerla demasiado. Los contratiempos amorosos son solo la superficie de los problemas de Vada.

    A sus 11 años, ha pasado por la pérdida de su madre, un hecho que marcaría un antes y un después en la vida de cualquier adulto. La ausencia materna es evidente en la vida de la pequeña y no solo porque le falte una persona esencial. Su padre está demasiado ocupado con sus propios problemas y apenas sabe reconocer que su hija tiene una importante falta de cariño. El otro gran pilar de Vada es su abuela, quien tiene demencia senil y, por razones obvias, tampoco puede apoyarle todo lo que necesita. Así, Vada intenta llamar la atención con los mil y un problemas de salud que se saca de la manga, no porque viva rodeada de cadáveres -que también- sino porque la muerte ha marcado su vida desde el momento de su nacimiento y lo vuelve a marcar en la preadolescencia.

    Y aquí tenemos que hablar de esa escena que nos dejó a todos traumatizados y nos impide acercarnos a una colmena sin miedo a morir picoteados. Thomas muere intentando recuperar el anillo que le había regalado a su querida futura esposa, atacado por los aguijones de las abejas a las que era alérgico. ¡Y encima le entierran sin sus gafas! ¡¿No se dan cuenta que no puede ver sin sus gafas?! Ni la muerte de Jack en Titanic me encoge tanto el corazón como ver a Vada llorando encima del ataúd.

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    Para mí, Mi chica se resume en que hay cosas peores que el instituto. Hay cosas peores que ese chico que no te hace caso. Hay cosas peores que ese grano que te ha salido justo antes de la gran fiesta de cumpleaños de un compañero de clase. Y hay cosas peores que la adolescencia, una etapa que, para bien o para mal, termina pasando.

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