Desde que en 1980 Rescaten el Titanic probó ser un absoluto fracaso de crítica y público, a nadie se le había ocurrido volver a tocar el tema en el cine, pero, paradójicamente, el mismo año James Cameron y Bigas Luna rodaron sendas adaptaciones de la catástrofe. Una todos la conocemos, Titanic, con Leonardo DiCaprio y Kate Winslet. La otra, La camarera del Titanic, que en Estados Unidos acortó su nombre a, simplemente, La camarera, para evitar comparaciones con el exitazo de Cameron. A eso se le llama tener ojo.
El millón hundido
En aquel momento, Titanic era la película más cara de la historia con 200 millones de dólares de presupuesto (algo que entonces era considerado una salvajada pero ahora ha sido ampliamente superado sin problemas), pero recaudó once veces su coste, Cameron se confirmó como el otro Rey Midas de Hollywood aparte de Steven Spielberg y consiguió una carta blanca absoluta que no gastaría hasta doce años después con Avatar. El resto, como se suele decir, es historia.
¿Y cómo no le vas a dar carta blanca a alguien que es capaz de abaratar el presupuesto un millón de dólares haciendo un truco visual sencillísimo? Cameron se empeñó en contratar solo actores pequeñitos, que no midieran más de 1'70 metros. ¿El motivo? Así, el conjunto parecería mucho más grande y espectacular. Y así, según él mismo, ahorró un millón de dólares de rendeerizado de imágenes posterior. Cameron, viejo zorro.
Paramount
Lo curioso es que Kate Winslet encaja en la descripción por los pelos con sus 1'69 metros de altura, pero Leonardo DiCaprio rompió con todo al medir 1'83. Por suerte, Cameron pudo hacer los trucos de cámara suficientes como para que jamás lo notáramos y siguiéramos creyendo, incluso tantos años después, que era el rey del mundo.
