A nadie se le escapa, viéndola, que Los mundos de Coraline no fue una película precisamente fácil de rodar. De hecho, para conseguir que el stop motion fuera así de perfecto y detallista, tuvieron que hacer la película en un almacén de 13 kilómetros cuadrados en un pequeño pueblo de Oregón llamado Hillsboro, donde tuvieron que adecuar 150 sets de rodaje distintos. Cada semana, entre los 28 animadores que trabajaban en la cinta, conseguían un minuto y medio de película. Imaginad la paciencia que hay que tener. Sin embargo, mereció la pena: Los mundos de Coraline tiene algunos de los detalles más exquisitos de la historia de la animación... y del cine.
Chernóbil y Coraline, relación si la hubiere
Este quiebro del artículo no os lo esperáis, pero vamos al 26 de abril de 1986, que, como todos sabréis, grabó un nombre en la historia: Chernóbil. Miles de personas murieron a lo largo del tiempo como consecuencia de su exposición al desastre (aunque oficialmente fueran menos de cien) y estuvo a punto de convertir la zona de Ucrania y Bielorrusia en un desierto post-nuclear. Sin embargo, gracias al sacrificio de miles de hombres dispuestos a meter el material radiactivo de vuelta dentro de la central.
A muchos de ellos, por ayudar en esta tarea con la que, a pesar de los trajes de contención, estarían en contacto directo con material peligrosísimo, les prometieron dinero, pisos, salvarse del servicio militar y ser condecorados tras evitar la masacre. No todos sobrevivieron, y los que lo hicieron tuvieron secuelas de por vida. Sin embargo, los supervivientes tuvieron, todos, una medalla realizada para honrarles. Y aquí es donde volvemos a Los mundos de Coraline.
Y es que Mr. Bobinsky, uno de los personajes de la cinta, tiene esa medalla colgando del pecho, lo que explicaría por qué es el único de toda la película con ese color de piel azul. Cuando se dice que el nivel de atención al detalles de la película de Henry Selick (y no Tim Burton) es espléndido, se dice por algo.