Hay veces que el cine se empeña en hacer dos proyectos prácticamente iguales y llevarlos a competir hasta el final para ver cuál de los dos gana al otro de manera sorprendente. En 1990, por ejemplo, les dio por el baile de la lambada, y dos películas se enfrentaron (y fracasaron). En 1997 fue el turno de los volcanes, y tuvimos Volcano y Un pueblo llamado Dante's Peak... y en 1991 fue el momento de Robin Hood, con dos proyectos paralelos. Uno de ellos, Robin Hood, el magnífico, dirigido por John Irvin y producido por John McTiernan, que en Estados Unidos se emitió directamente en televisión. El otro se convirtió en la segunda película más taquillera del año: Robin Hood: príncipe de los ladrones.
¡A robar carteras, que no hay pasta pa comer!
Dirigida por Kevin Reynolds, la película tenía un reparto absolutamente colosal para la época: Kevin Costner, Morgan Freeman, Christian Slater, Alan Rickman, Mary Elizabeth Mastrantonio... Y estuvo a punto de unírseles, como Rey Ricardo, el cómico John Cleese, miembro de los Monty Python. Sin embargo, a Reynolds no le podía apetecer menos que un cómico arruinara el momento final de la película, así que pidió un cambio.
Concretamente, pidió que, por favor, le sustituyeran por Sean Connery, que ya hizo del personaje en Robin y Marian y sería un colofón perfecto. Tan solo sale treinta segundos, y decidieron no darle crédito en el póster para que el público no le esperara. A cambio, solo tendría que trabajar un día. Connery aceptó, y rebajó su petición de un millón de dólares a solo 250.000, que se donó a un hospital escocés. Todos contentos.
Sobre todo Bryan Adams, que sin comerlo ni beberlo, y gracias al éxito de este Robin Hood: Príncipe de los Ladrones se encontró, de pronto, con que Everything I do (I do it for you) ganó el Grammy, tuvo una nominación al Óscar y se convirtió en el número uno en 19 países. No hay como ponerse meloso entre arcos y flechas.