La muerte ha sido uno de los temas en común de las películas de la 72ª edición del Festival de Cine de San Sebastián. Más que el acto en sí, los filmes del certamen han hablado sobre cómo hacerlo: con dignidad como en La habitación de al lado de Pedro Almodóvar, acompañado como en Los destellos de Pilar Palomero y filosofando como en Last Breathe de Costa Gavras. Tiene sentido, con este enfoque, que una película como Vivir el momento se encargue de poner el broche de oro a la Sección Oficial del festival.
Dirigida por John Crowley, Vivir el momento -fuera de concurso- sigue a Almut y Tobias, quienes se conocen de la forma más extraña. Ella, una chef con mucho talento, está a punto de inaugurar su restaurante. Él, trabajador de una empresa de galletas, está en trámites de divorcio y ha vuelto a vivir a casa de su padre. Almut atropella a Tobias con su coche y el accidente les une para siempre.
Los protagonistas de Vivir el momento inician una relación, se enamoran y, cuando sus vidas están encaminadas hacia un punto en común, a ella la diagnostican con cáncer de ovarios. Almut supera la enfermedad y tienen una hija, pero una recaída les conducirá a los momentos más difíciles y a que ella tome una decisión: ¿seguir un tratamiento que no saben a ciencia cierta si va a surtir efecto o aprovechar los días que les quedan juntos al máximo?
Vivir el momento es una tragicomedia que emociona, pero que depende en exceso de sus protagonistas. Andrew Garfield y Florence Pugh -una de las mejores actrices de su generación- dan vida a Tobias y Almut en una de las grandes químicas del año en pantalla. Carismáticos y de sobresaliente en sus papeles, elevan una historia que ya conocemos, pero que cumple con lo que se le pide a un proyecto como este: conmover en los momentos oscuros y en los más luminosos, amenazados siempre por el nubarrón de un adiós anunciado.
La forma de narrar la historia de amor de Almut y Tobias ayuda a darle un toque más especial y curioso a Vivir el momento. A través de un montaje en el que se mezclan pasados y el presente, el relato se vuelve más especial. Hay momentos divertidos que convocan risa y otros que ablandan al más duro de los seres humanos, pero no hay un esfuerzo por buscar algo nuevo y original en ellos.
Vivir el momento no engaña. La película de Crowley es lo que es, una historia bonita y emocionante sobre algo muy básico, pero que se nos olvida con frecuencia: valorar cada día que pasamos sobre el planeta Tierra.