'Blancanieves' dice adiós a los aspectos más problemáticos de la original y eso se agradece, pero cantan demasiado
Alicia P. Ferreirós
Colecciono juguetes de 'Toy Story' y vivo en la eterna búsqueda de Mr. Mic. Llamo Aladdin a Aladdín y considero a Mufasa un FILF. El Disney de los 90 es mi debilidad, pero Pixar me cautivó en los 2000. Ahora le doy a todo.

Al margen del debate de si sería mejor dejar correr un poco de aire entre un clásico en acción real y el siguiente, aceptemos que no pasa nada por cambiar los clásicos. No veo a nadie ofendido con la versión sanguinaria de Bambi o Winnie the Pooh.

Hace tiempo que las adaptaciones de las películas de animación de Disney en versiones de acción real dejaron de ser una novedad, pero hay que reconocer que la compañía ha dado con la estrategia perfecta para reinventar y actualizar algunas de sus películas más icónicas. Sin embargo, mientras las reinvenciones de clásicos como Aladdin o La bella y la bestia y, por supuesto, la versión hiperrealista de El Rey León, tenían a su favor la curiosidad y la emoción de varias generaciones soñando con ver cobrando vida las películas de su infancia, en los últimos años la inagotable remesa de adaptaciones que la compañía puso en desarrollo están siendo recibidas con un mayor escepticismo.

La última en engrosar la lista, sin embargo, no es una más. Disney ha cogido entre sus manos una de las películas más importantes de su historia: Blancanieves y los 7 enanitos, el primer largometraje de animación producido por Walt Disney y, por tanto, el clásico Disney por antonomasia. Una película adaptación del famoso cuento de hadas homónimo de los Hermanos Grimm sobre una preciosa princesa que se veía obligada a esconderse en el bosque cuando su terrible madrastra, la Reina Malvada, se obsesionaba con asesinarla para solo así poder convertirse en la mujer más bella del reino.

La película original fue estrenada en 1937 como un hito para la animación, iniciando una historia para Walt Disney Studios que estaría repleta de éxitos y que alegraría la vida a múltiples generaciones durante los siguientes casi 90 años. Sin embargo, llevar de nuevo la historia de Blancanieves a pantalla en 2025 solo era posible introduciendo una serie de cambios, despojándola de los estereotipos cuya presencia no era problemática en los años 30, pero que básicamente no tienen sentido en una película del presente. No obstante, si algo nos han enseñado las experiencias anteriores del estudio en este sentido, es que esos cambios tan necesarios también estaban sentenciados a convertirse en la "crónica de una polémica anunciada".

Y Blancanieves no ha necesitado estrenarse -lo hará este viernes 21 de marzo- para cumplir su destino. Desde las críticas de la actriz de ascendencia colombiana Rachel Zegler como Blancanieves por aquellos para quienes que "la princesa fuera blanca como la nieve" estaba básicamente esculpido en piedra, hasta la simple presencia de los siete enanitos o la decisión final de que estos estuvieran generados por ordenador. Incluso las posiciones adoptadas por las actrices al respecto del genocidio de Israel sobre Palestina han jugado un papel.

Pero si hay algo que estaba destinado a sacar de quicio a los espectadores más conservadores es que Blancanieves dejase de ser la Blancanieves sumisa e ingenua que durante tantos años había sido un emblema para Disney pero que, en los últimos tiempos de despertar y empoderamiento femenino, había comenzado a resultar problemática.

Y es que probablemente -con permiso del increíble talento de Rachel Zegler y del hecho de que a Gal Gadot el personaje de la Reina Malvada le venga como anillo al dedo- eso es lo mejor que tiene la película. Que la reinterpretación le hace un favor a la historia de cara a brindársela a las nuevas generaciones, por mucho que el resultado final no sea una película que vaya a cambiarnos la vida. Bajo la batuta de Marc Webb y protagonizada además de Zegler y Gadot por Andrew Burnap y Ansu Kabia, entre otros, la nueva Blancanieves de Disney se ha despojado de sus elementos más problemáticos, le ha inyectado a su protagonista una buena dosis de amor propio y vocación de líder y nos ha recordado que la belleza no se limita al físico. Por mucho que Zegler sea preciosa, la princesa crece escuchando la importancia de otras cualidades, que marcan lo que quiere ser en la vida: Fuerte. Justa. Valiente. Auténtica. Sinceramente, el mensaje que merecen escuchar los más pequeños por mucho que le pique a los que el respeto al clásico les importa un pepino pero viven atormentados por lo que han apodado como la 'dictadura woke'.

Mención aparte merece el hecho, además, de que Blancanieves se haya atrevido a tocar -y apartar- algunos de los elementos más esenciales, como el Príncipe Encantador, ahora reconvertido en un rebelde que lidera la Resistencia a la Reina Malvada y cuyas vibes a lo Flynn Rider le quedan fenomenal al cambio.

A nivel visual, Blancanieves es lo que cabría esperar de una película que ha invertido 250 millones de dólares en su existencia y que alcanza su máximo esplendor en las escenas del bosque, mientras que otra de sus grandes novedades y quizá mejores bazas es lo que, a mi parecer, ha acabado jugando en su contra: su banda sonora, creada por los compositores Benj Pasek y Justin Paul junto a Jack Feldman como letrista adicional. Algunos de los temas musicales clásicos, cuatro concretamente, han sido renovados para la ocasión mientras que, tal y como cabría esperar, se han introducido algunos nuevos. Sin embargo, en la coexistencia de lo nuevo y lo antiguo lo que acaba ocurriendo en Blancanieves es que, básicamente, cantan a todas horas. ¿Es un defecto en sí mismo? Probablemente no, pero la constante presencia de números musicales le acaba restando cadencia a la historia y, en algunos casos, te hacen pensar: 'En serio, ¿otra vez?'.

En definitiva, aunque Blancanieves no es ni especialmente divertida ni especialmente majestuosa, y dejando atrás el debate si no vendría bien echar un poco el freno y dejar correr un poco de aire fresco entre un clásico Disney de acción real y el siguiente, aceptemos que no pasa nada por cambiar los cuentos clásicos. No veo a nadie tan ofendido por la versión sanguinaria de Bambi o Winnie the Pooh.

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