Despedimos nuestras crónicas (a falta de dar a conocer el Palmarés el próximo domingo) desde este Cannes 2011 con una sonrisa grabada en el rostro. Y es que hay que reconocer que a la última jornada del certamen no le ha faltado ni un ápice de excitación, entre la presentación-cabaret de Pedro Almodóvar -¿hemos dicho ya lo buena que es 'La Piel que Habito'? ¿Que nos parece un homenaje a 'Doble cuerpo (Body Double)' de Brian De Palma?-, la polémica con Lars von Trier, la confirmación de la presencia de Terrence Malick en la proyección de 'El árbol de la vida (The Tree of Life)' y el visionado de las magistrales 'Drive' de Nicolas Winding Refn (sección oficial) y 'The Day He Arrives' de Hong Sangsoo (un certain regard), no hemos parado un sólo segundo.
¿La última alfombra roja del "non grato" Lars von Trier?
Vamos con 'Drive', del director danés que ya nos trajo las asombrosas 'Valhalla Rising' y 'Bronson' -ambas vista en Sitges el año pasado-, una producción norteamericana con un reparto de toma-pan-y-moja: Ryan Gosling, Carey Mulligan, Christina Hendricks, Albert Brooks, Ron Perlman, Bryan Cranston... El título sigue los pasos de un joven, especialista en la conducción de automóviles, que compagina el trabajo en el cine con su colaboración en robos y demás trabajos ilegales. Una premisa sencilla para una película llena de capas a la que Refn dota de una atmósfera trascendental, como si Abel Ferrara filmara un guión de Paul Schrader, muy retro-ochentera (pedazo de títulos de créditos) pero actualizando la estética de los thrillers nocturnos de unos jóvenes Walter Hill o Michael Mann llevándola a la era actual de una forma similar a lo que James Gray ha realizado con el cine de gángsters y el melodrama familiar. Película con un mojo inacabable, banda sonora implosiva y un puñado de secuencias de las que te tiñen el pelo de blanco, 'Drive' es un título que te hace levitar unos tres dedos por encima del asiento. A partir de ahora, a ver quién es el guapo que baja a Winding Refn de lo más alto. Es la semana negra de Lars von Trier, ya ni siquiera es el mejor cineasta danés vivo (o muerto).
Cuando uno entra en un cine a ver una película de Takashi Miike... lleva la sonrisa incorporada. Y es que Miike es sinónimo del exceso, de la ultraviolencia, del humor negro, de la audacia narrativa... un cineasta libre como pocos, hiperactivo, incluso inesperado y felizmente contradictorio. Ayer comentábamos cuál era nuestra película favorita del cineasta japonés y no nos poníamos de acuerdo: ¿'Ichi the killer (Koroshiya 1)' o 'Izo'? ¿'Gozu (Gokudô kyôfu dai-gekijô: Gozu)' o 'Dead or Alive (Dead or Alive: Hanzaisha)'? ¿'Thirteen Assassins (Jûsan-nin no shikaku)' o 'Audition (Ôdishon)'? Definitivamente: demasiados títulos donde elegir. Así que justo cuando uno pensaba que el cineasta ya no podía sorprenderle más va y presenta en Cannes, en la sección oficial a concurso y ¡en 3D!, una historia de samuráis con cuerpo de melodrama ascético con escasas dosis de violencia (eso sí, las pocas que hay son brutales). Así es 'Hara-Kiri: Death Of A Samurai (Ichimei)', un relato sobre la pérdida del honor y su intento de recuperación que, durante el grueso de su metraje, no es más que el retrato de la descomposición de una familia por culpa de la falta de dinero para combatir una enfermedad. De ahí nuestro estupor: no estamos acostumbrados a este Miike de mirada clásica, tiempos lentos y violencia soterrada. Lo que no quita que esta sea una gran película, es sólo que nos ha cogido mirando hacia otro lado (y con demasiadas películas vistas y demasiados días sin dormir).
Y por último, nos vamos de bajón. Una pena, lo sentimos mucho por Paolo Sorrentino, director italiano por el que siempre hemos tenido simpatía pese a que sus películas nos causen, por lo general, un aburrimiento 7 en la escala de Nuri Bilge Ceylan. El cineasta ha presentado 'This Must Be the Place' a concurso -no le vemos muchas opciones... a juzgar por la cara de Olivier Assayas, miembro del jurado, al finalizar la película (era para enmarcar)-, película que hereda el nombre del temazo homónimo de la mítica banda capitaneada por David Byrne, Talking Heads (el músico aparece en la película... de forma tonta e innecesaria). El film es una road movie aparentemente delirante, que copia/¿homenajea? al cine del muy superior Jim Jarmusch, donde un veterano músico del post-punk interpretado por Sean Penndisfrazado de Robert Smith (líder de The Cure), se embarca en la búsqueda de un nazi que, al parecer, humilló a su padre en Auschwitz. Retrato moralista sobre la aceptación del otro, que la belleza va por dentro, que la música es un instrumento del alma y de que siempre tienes que fiarte de los desconocidos porque son todos bellísimas personas... la película nos ha parecido una tontería supina, dos horas de planos esteticistas radicalmente huecos y un pésimo cierre de la sección oficial. Bueno, técnicamente el cierre será esta tarde con la película de Bilge Ceylan, el patrón del aburrimiento contemporáneo citado antes.
Música de fondo: Talking Heads
Alejandro G.Calvo