El fin del mundo como metáfora perfecta de una depresión psicológica. El apocalipsis definitivo como la última oportunidad que tenemos los hermanos de reencontrarnos, de abrazarnos con amor por última vez. Dejar claro que una vez nos ha poseído el 'Anticristo (Antichrist)' ya sólo nos queda la 'Melancolía (Melancholia)' como herramienta de cambio. Lars Von Trier, declaraciones pro-nazis al margen, sigue siendo un cineasta necesario, incluso imbatible, capaz de llegar del cielo al infierno (y viceversa), ya no dentro de una misma obra o dentro de una misma película, sino dentro de un mismo plano, de un mismo gesto; al fin y al cabo el ego del cineasta danés sigue sin tener parangón, a no ser que lo ecualicemos con su insobornable talento. A 'Melancolía (Melancholia)' le bastan sus primeros cinco minutos para que el espectador se rinda hacia ese gran compositor de imágenes que es Von Trier, todo un icono de la amoralidad en su vertiente más afterpop: alguien que pega fuego a sus principios éticos y estéticos tan pronto se ha cansado de ellos, que va del realismo extremo al delirio esteta, siempre sumergido en las áridas profundidades del dolor humano. Su última película, que ya vimos en la Sección Oficial del pasado Festival de Cannes (donde el cineasta fue declarado "persona non grata"), se divide en dos partes, en dos hermanas: Kirsten Dunst, la depresión pre-apocalíptica, y Charlotte Gainsbourg, la desesperación ante lo inminante del FIN. Probablemente el cineasta, aquejado de malsanos cambios de humor desde hace años, esté lejos de las montañas rusas dramáticas que lo ensalzaron como uno de los mejores cineastas del mundo -'Rompiendo las olas (Breaking the Waves)', 'Bailar en la oscuridad (Dancer in the Dark)'-, pero aún así sigue acongojando y emocionando en su continuo ataque a la mujer indefensa. Claro que aquí hay incluso espacio para la redención y es que ese último plano vale su píxel en oro.
Es algo complicado hablar este año de la Sección Oficial Competitiva al estar ésta dividida en dos partes - Sitges 44 y Òrbita Sitges-, pero creemos (si no se nos cuela algún título) que ya tenemos nuestra favorita para ganar el gran premio del festival: 'Livide' de Alexandre Bustillo y Julien Maury, los mismo psicópatas talentosos que nos trajeron hace unos años la magnífica 'A l'intérieur'. La película, que podríamos tildarla de "un título de Sitges de los de toda la vida" (estamos muy mayores), parte de un cuento de horror costumbrista -tres jóvenes se adentran en una casa encantada-, con los habituales momentos de tensión (miedo) y con sus brillantes golpes de efecto (lo habitual), para luego convertirse en una relectura de las películas de vampiros partiendo de una nueva genealogía tan impactante como genuina (que no desvelaremos, claro). Un cuento terrorífico que no carece ni de belleza ni de poesía que confirma a sus directores como cabezas de lanza del terror puro contemporáneo. Ya sabéis, cuándo os hagan la dichosa pregunta "¿Me recomiendas una película que dé miedo?", no dudéis y decir ''Livide'.
Y ahora vamos de bajón: 'Twixt', la nueva película del reputado, respetado y vanagloriado director Francis Ford Coppola -¿hace falta leer su inapelable currículum?- es, con toda seguridad, lo peor que el cineasta haya filmado nunca. Mezcla de american gothic, relectura de la obra de Edgar Allan Poe, película-catarsis para liberar traumas internos y espéctaculo 3D en su modo más añejo: la obra se hunde por sí misma a los tres minutos de arrancar (lo único decente: esa presentación de pueblo y trama con Tom Waits grabado como voz en off). Concebido como un proyecto personal y al que Coppola ha otorgado ese demodismo de qualité presente también en las últimas 'Youth Without Youth (Juventud sin juventud) (Youth Without Youth)' y 'Tetro', 'Twixt' naufraga por su feísmo desnaturalizado, por sus encuadres desfigurados, por el sonroje que provoca una historia cada vez más risible, cercana a una TV movie dirigida por un fan de Stephen King o a un mal episodio de la serie 'Masters of Horror (Masters of Horror)'. Que el cineasta haya rodado partes de ella en 3D para así poder ver bien cerquita un primer plano de la cara de Val Kilmer (más Marinero Tarugo que nunca) pertenece, esto sí, a la Dimensión Desconocida. Ni echándole ganas, vamos.
Alejandro G.Calvo