Si entendemos el cine indie como una vanguardia estilizada y despresurizada del actual estado del cine contemporáneo, el Festival de Cine de Gijón sería algo así como el método Heisenberg de cuantificación del mismo: un desesperado análisis de los vectores que marcan las tendencias imperantes que, pese a estar lejos de la exactitud (de ahí el precepto científico), sí nos sirven como una topografía de las formas más ricas y nutritivas del cine del ahora. Hablamos de nuevas (o remozadas) estéticas, de significativas (o denotativas) vías de aproximación, de la búsqueda de un cómo dando por hecho lo factible del porqué. Al fin y al cabo las temáticas sí que siguen siendo inalterables, ya sean de carácter más general: la belleza existente en el amor, del nacimiento a la a ruptura, o el miedo a la muerte, abrupta o por enfermedad; o más específica: la melancolía impresa en la edad adulta, la pasión desorbitada del creador por lanzarse a la caza de imágenes, la amargura/tristeza surgida de la alienación social, el compromiso político...
Ya sea por azar o porque el cine responde a las necesidades de las sociedades del presente, la selección oficial del Festival de Gijón jugó con la dualidad especular de pelícuas-concepto, como si a cada título le surgiera un doppleganger que le supera (o no) en acierto estilístico y/u ontológico. Valga como ejemplo de arranque 'Terri', película ganadora del premio FIPRESCI (otorgado por el jurado del que formaba parte), dirigida por el norteamericano Azazel Jacobs (hijo del experimentalista Ken Jacobs), crónica desencantada de la tristeza que asola a un joven obeso cuyo nihilismo le ha llevado a ir siempre en pijama al colegio, asumiendo su estatus de paria social. En el otro lado del espejo nos encontraríamos con el protagonista de 'Dark Horse' de Todd Solondz, un insoportable adolescente de cuarenta años, más estúpido que gordo, al que las desgracias le golpean dada su miserabilidad moral. Mientras en la película de Jacobs se aúna el espíritu que habitaba en las comedias tristes de Hal Ashby, donde lo patético y lo lírico se daban la mano, en la de Solondz ya sólo queda espacio para la amargura. Si en la primera premia la sutileza y la sensibilidad, la segunda es sólo una excreción de secuencias insoportables.
Más dualidades tan o más significativas:
- 'El Estudiante' de Santiago Mitre vs 'Low Life' de Nicolas Klotz. Mientras la película argentina narra el ascenso de carácter realista (abrupto, sucio, corrupto) de un estudiante en los escalafones estatutarios de la universidad bonaerense, la película de Klotz tiende al discurso epatante mediante la representación de estática de bellos bustos franceses. Si la primera es un diálogo directo e irrefenable que retrata la realidad de un país, la segunda es una alegoría algo insufrible que mira a 'La Chinoise' sin la frescura (y el humor) de Godard. Curioso, dado que Klotz sigue teniendo ideas visuales como para dejar clavado en la butaca al espectador y Mitre aún mueve la cámara siguiendo los precepetos del free cinema.
- 'Take Shelter' de Jeff Nichols vs 'Hors Satan' de Bruno Dumont. ¿Puede ser la premonición un arma estética? Así parecen afirmarlo tanto Nichols com Dumont, el primero en un fascinante ejercicio que parece rememorar al mejor Peter Weir -piensen en 'La última ola' y acertarán-; el segundo en un nuevo tour de force protagonizado por actores feos a matar entregados al degüello rural. Ambas películas fascinantes, la primera opta por asentarse en el indie neo-fantástico -M. Night Shyamalan mataría por algo así- y la segunda por adentrarse en el cine de exorcismos más salvaje. Al final, en ambos títulos, la razón era de los locos.
- 'L' Apollonide' de Bertrand Bonello vs 'Whore's glory' de Michael Glawogger. Ésta dualidad estaría más cogida con pinzas, sometida a la eventualidad argumental: las putas y su circunstancia. Si bien Bonello nos sumerge en un deleite plástico neo-renoiriano mientras retrata una casa de lenocinio de principios del Siglo XX, Glawogger se adentra en la putrefacción real al retratar en primer plano prostíbulos de Bangkok, Bangla Desh y México DF. Ambas películas enlazarían en los minutos finales de 'L' Apollonide', cuando de la ficción se salta a la realidad y una de las actrices de la película se pasea por las afueras de París, allí donde las prostitutas buscan a sus clientes.
Hubo tiempo para más, claro, para mucho más. Empezando por el desgarrado alegato de Jafar Panahi encerrado en las paredes de su casa en 'This is not a film (In Film Nist)', siguiendo por la deslumbrante 'Faust' de Alexandr Sokurov (posible mejor película del 2011) o por la bellísima 'Un amour de jeunesse' de Mia Hansen-Løve. Un auténtico festín de buen cine que renuevan Gijón como uno de los certámenes cinematográficos más importantes a nivel europeo. Mi más sincera enhorabuena a sus responsables directos.
Alejandro G.Calvo