Siendo honestos habría que reconocer que Oliver Stone lleva años fuera de forma (la última película que realmente me interesó del cineasta fue 'Un domingo cualquiera' en el 99). Si bien la edad le ha hecho enrocarse en sus principios políticos más combativos –este mismo año ha vuelto a rodar un documental con Fidel Castro, 'Castro in winter'-, el andamiaje estético que lo elevara como un director revolucionario en los noventa con películas como 'JFK', 'Asesinos natos' o 'Giro al infierno', ha quedado ya muy demodé, y es que aunque mantiene un tono estridentemente llamativo este carece de la impresión dramática necesaria como para impactar positivamente en el espectador. Le pasó en 'W.', repitió error en 'Wall Street 2' y se hace aún más patente en esta 'Salvajes (Savages)', donde aunque hayan buenas secuencias de acción –el asalto a los narcotraficantes, el asesinato del abogado corrupto- el factor predominante es el exceso de imágenes presuntamente llamativas en el grueso del devenir narrativo de la obra. La película, que parte del best-seller homónimo de Don Winslow, es un concatenado argumental donde se mezcla la violencia extrema (fuera de campo: se ven cuerpos decapitados no el acto en sí de serrar cabezas), con la comedia de fumetas y el thriller softcore a modo de un pirotécnico cajón de sastre donde casi todo está permitido. Si bien existe un trasfondo grotesco –como el bigote de Benicio del Toro- que podría haber llevado la cinta hacia un territorio humorístico más saludable, la película prefiere tender hacia el realismo dramático con un material de base claramente poco creíble. Para saludar los aciertos de la cinta uno debe entregarse a la interpretación desatada de unos Travolta, del Toro y Hayek (los veteranos) que bordan sus papeles de villanos caricaturescos de telenovela venezolana frente a lo sosainas que resultan el menage-a-trois formado por los jóvenes Taylor Kitsch, Aaron Taylor-Johnson y Blake Lively. Al final 'Salvajes' es un divertimento inflado algo intrascendente que deberá luchar para encontrar su público.
John Travolta saluda a los fans a su llegada al Hotel María Cristina
Salvajes
Ya dentro de la sección oficial ha presentado el irregular realizador François Ozon su última película: 'En la casa (Dans la maison)', un divertido ejercicio de cine y teatro –adapta la obra teatral del dramaturgo español Juan Mayorga "El chico de la última fila"- que plantea la peligrosa relación entre un estudiante algo perturbado y su profesor de literatura, donde el primero le otorga periódicamente a su tutor un diario alucinante y alucinado de cómo se va introduciendo en el interior de una familia burguesa con fines algo turbios. Así mientras el profesor le va aleccionando en el oficio de cuentacuentos, el joven se va animando a en su tortuosa aventura de socavar los lazos de unión de la familia de su afeminado compañero de clase. Los referentes son buenos: desde el 'Teorema' de Pasolini –el deseo sexual planea por la cinta amenazante en todo momento- a 'La ceremonia' de Chabrol –todo parece indicar que la narración se adentra hacia un final de violencia sincopada-, sin embargo Ozon vuelve a volcar todo su arsenal de recursos meta-cinematográficos, mezclando ficción y realidad, verdad y mentira, más cerca del esperpento del vodevil que del teatro brechtiano. Se podría decir que esto es a día de hoy lo mejor que nos puede entregar Ozon: una historia divertida y fácilmente empática donde el demiurgo maneja los hilos desde dentro del relato, trampeando a diestro y siniestro para, así, poder convencer gustando, casi lográndonos hacer olvidar que lo que estamos viendo, al final, es tan artificioso como el arte efímero que tanto se empeña en ridiculizar mediante el personaje de la mujer del profesor (interpretada por Kristin Scott Thomas).
Música de fondo: Dominique A
Alejandro G.Calvo