Este año lo han clavado los jefes de marketing del Festival de Sitges. Y es que la temática del mismo, por eso de que estamos en el 2012, es el del apocalipsis (vía found footage, pero esa es otra historia). ¿Y qué mejor apocalipsis que tratar de entender cómo funciona la recogida de entradas para acreditados en el festival? Este año –y disculpar que arranque las crónicas de este Sitges en plan Carlos Pumares- además de tener que aguantar las habituales colas interminables para la recogida de entradas, uno debe haberlas reservado antes a través de la web del Festival y, todo ello, con servicio overbooking de post-venta. Es decir: no hay límite en la venta de entradas al público, lo que significa que ni la reserva, ni la cola, te garantizan que puedas obtener entradas para ver las sesiones de la tarde del día siguiente. Una hecatombe de la que hay que sacar su lado positivo: quizás tenemos más tiempo para descansar/escribir/reflexionar al no tener que superar las maratones de visionados a las que estamos acostumbrados. Veremos si con el paso de los días se arregla el entuerto.
El director Oriol Paulo acompañado de sus galanes
La película de arranque de este año ha sido, de nuevo, una producción catalana. Nos referimos a El cuerpo, película del director novel Oriol Paulo, cineasta bregado en el campo de la televisión –fue guionista de la popular serie El cor de la ciutat- que cuenta en su haber con el guion de Los ojos de Julia (película inaugural de Sitges 2010). En ella se narra la claustrofóbica historia de una investigación policial sitiada en la morgue a raíz de la desaparición del cuerpo de uno de los cadáveres. Lo mejor de la cinta de Paulo corre de la mano de sus dos actores más veteranos: José Coronado –con peinado a lo Nicolas Cage- y, especialmente, una mefistofélica Belén Rueda con ecos a la Glen Close de El misterio Von Bulow. Lo peor, pues prácticamente el resto. Partiendo de un guion sobre-explicativo (y de una literalidad que le merma toda credibilidad), un protagonista principal –Hugo Silva- endeble en la peor línea de Eduardo Noriega y unos golpes de efecto tan tramposos como risueñamente llamativos, El cuerpo acaba por disolver en el mainstream más obsoleto todas y cada una de las buenas ideas que posee en su arranque. El plano que queda para el recuerdo es el del protagonista (Silva) hurgando en un váter nauseabundo para ingerir los restos de una nota que él mismo había desechado. Grindcore.
Mucho más divertida aunque igualmente intrascendente ha resultado Room 237, uno de los fenómenos surgidos del último festival de Sundance. Primer largometraje del cineasta Rodney Ascher, el propósito del film es ciertamente sugestivo: el desengranar todas las teorías –a cual más chiflada- surgidas a raíz de la obra de Stanley Kubrick, situando El resplandor como el epicentro de su diatriba conspiranoide. El resultado es un locuelo festín cinéfilo plagado de indagaciones chiripitifláuticas donde los fans de lo ajeno disfrutarán sobremanera enredándose en la tela de araña pergeñada por Ascher (y sus delirantes fuentes); para el resto queda una película tremendamente imaginativa donde uno se pega el placer de revisitar la obra de uno de los cineastas más importantes de la historia del cine, aunque sea a través de la mirada alucinada de sus fans más incondicionales.
Música de fondo: Arab Strap
Alejandro G.Calvo