Y en Sitges hubo aplausos para David Cronenberg (no recuerdo que los hubiera en Cannes, más bien algún silbido). Lo que es, claramente, de merecer: pues Cosmópolis puede ser muchas cosas, la gran mayoría geniales, pero desde luego no es una película fácil, ni para los fans del viejo Cronenberg, ni para los nuevos de Robert Pattinson (quizás sí para los amantes de Don De Lillo, cuya novela homónima sirve de maquiavélica hoja de ruta a la película). En un festival que homenajea el cine post-apocalíptico nada mejor que una película que retrata el fin del mundo a través del cuero de la limusina, de las pantallas táctiles con datos circulando a una velocidad que sólo se puede medir en zeptosegundos, de diálogos abstractos y abstrusos sobre el ser y la nada, sobre el Yuan y el Baht, con sexo expeditivo, con deseo refrendado, con ratas gigantes tomando las calles de Manhattan. Habría que enmarcar el periplo de este joven “iluminatti” de las finanzas en su intención de atravesar un Nueva York atestado de coches para cortarse el pelo en su peluquería de juventud, una metáfora caníbal donde un Dios terrenal, hedonista como lo deben ser todos los multibillonarios, plantea un sinfín de preguntas retóricas a su peculiar mesa (limusina) del Rey Arturo. Y mientras tanto el mundo a su lado se va descomponiendo, desestructurándose por momentos, llenándose de una violencia desesperada que él contempla a través de sus cristales blindados. Cronenberg sigue renovándose película a película desde hace más de treinta años y, si bien su cine ha mutado hacia otros parajes –el cerebro, y no el cuerpo, es ahora su foco de destrucción-, éste sigue tan fascinante y zumbado como siempre. Larga vida.
Cosmopolis
Antes de Cosmópolis, más pronto que nunca (ocho y cuarto, y en ayunas), vimos la aterradora nueva cinta de la realizadora Jennifer Chambers Lynch, ganador de Sitges 2008 con la magnífica Surveillance. Este año la hijísima de David nos ha traído Chained una sesión hardcore del terror más visceral: una historia pútrida que retrata la ligazón que surge entre un psicópata asesino y violador de mujeres y un niño –hijo de una de sus víctimas- al que cría encadenado en los quehaceres propios del asesino en serie. La película cruza entonces una extraña semblanza: el terror más físico –palizas, violaciones, asesinatos (aunque la mayoría estén fuera de cámara siguen siendo igualmente escalofriantes)- con el thriller psicológico que encontraríamos en títulos como El coleccionista (la de William Wyler) o en el debut de Lynch en la dirección, la olvidada (con razón) Mi obsesión por Helena. Una lección de cine enmudecedor, no tanto por la calidad como por el horror que desprende, con un Vincent D’Onofrio que pasa directo al TOP 5 de psychokillers más escalofriantes de la historia del cine. Es tal su dureza que uno debe superar media película para empezar a narcotizarse ante tanta ignominia, a partir de ahí es cuando surge el cuerpo del suspense, haciendo que entre algo de esperanza en los planos. Tanta visceralidad, claro, hace que la película no sea para todos los públicos, pero en un Festival como Sitges ha sido bastante celebrada. Una pega: el giro final que plantea el argumento es tan poco creíble como necesario.
Cerramos con una pequeña y atípica joya: Animals del director catalán Marçal Forés (qué gran año de cine español está quedando). Una rara avis que sabe conjugar las influencias del audiovisual contemporáneo –Malick, Van Sant y Weerasethakul como referencias, ahí es nada- con una historia propia embebida en una emoción que acaba por desbordar. Un retrato de jóvenes en el filo del abismo de su pesar que deambulan por el plano como espectros a punto de desvanecerse. Es decir, un autárquico relato que trata de captar las crueles esencias de adolescencia a través de la significación de las formas. Forés insiste varias veces –una de las pocas pegas que tiene la película es su tendencia al subrayado- en mostrar el brutal cómic de Charles Burns “Agujero negro”, estableciendo una acertada comparación entre los jóvenes apestados del cómic con la inconexión sentimental que arrolla a los protagonistas de su película. Lo apuntamos como director a seguir de cerca.
Música de fondo: Desmond Dekker
Alejandro G.Calvo