De entrada la propuesta ya era rara. Que Pascal Laugier, enfant terrible del terror francés –es improbable que nadie haya olvidado el pase de Martyrs en Sitges 2008-, saltara al cine americano con una cinta de terror mainstream protagonizada por Jessica Biel, podía significar tanto una domesticación lucrativa como una bomba de relojería escondida detrás de un andamiaje mínimamente amable. El resultado, una vez vista El hombre de las sombras, es ciertamente decepcionante. Esta historia de un pueblo donde los niños son secuestrados por un misterioso hombre al que apodan "The Tall Man" (título original de la cinta) únicamente mantiene del director su gusto por los giros de guión abruptos así como sus ansias por retratar sociedades secretas con fines macabros. El resto es un thriller a medio gas con alguna que otra secuencia puesta de Red Bull –el asalto a la camioneta del secuestrador- pero que transmite una apatía y una desgana argumental prototípica en el terror de serie B que nos suele llegar desde Hollywood. Jessica Biel, que también es productora ejecutiva, cumple sobradamente en su papel de antiheroína mesiánica.
El hombre de las sombras
Mucho más interesante ha resultado la coreana The Weight de Jeon Kyu-hwan. Un drama macabro no exento de grandes momentos de belleza lírica –el baile viscontiano con los fantasmas de la morgue es fantástico-, que retrata el singular día a día de un chepudo (y tuberculoso) embalsamador de cadáveres que tiene como hermano a un transexual con tendencias suicidas. Dicho así podría ser tanto la última película zumbada que nos llega de una cinematografía experta en mezclar el horror y la comedia como nadie o, mejor, una especie de Tsai Ming-liang de segunda categoría (como las películas de Lee Kang-sheng), donde el bestialismo argumental –en la cinta hay todo un catálogo de obscenidades: arranca con necrofilia y se cierra con una castración- está a la orden del día sin que este llegue a mermar el tono sosegado y el corpus dramático de la cinta. Y ahí radica la sorpresa, que todos estos elementos antinaturales acaben fluyendo por el espacio fílmico con toda naturalidad, jugando con la turbación del espectador para potenciar de forma hábil (y hasta bonita) la historia de amor fraternal que plantea. No debería pasar inadvertida entre toda la morralla de títulos que se proyectan día tras día en el festival.
Por último hablaremos de Grabbers (Grabbers) del director irlandés Jon Wright, una propuesta que prometía mucho sobre el papel –en una aislada isla irlandesa aterrizan unos extraterrestres carnívoros a modo de krakens gigantescos cuyo único punto débil… es que son alérgicos al alcohol- pero que en imágenes se ha revelado como una comedieta poco reveladora. Por supuesto es de esas películas que se ven con una sonrisa en el rostro gracias a la picaresca de los habitantes del pueblo atacado. Todos ellos sabios borrachos (y el que no bebe, lo pasa mal) dispuestos a hacer frente a las bestias con tanta ingenuidad como pericia, acaban cobrando vida propia más allá de la recurrente historia de amor entre la pareja principal. Además no está mal que en los tiempos que vivimos una película reivindique el alcohol como un medio directo para solventar los problemas. Aunque eso no es que esté muy bien visto.
También se proyectó hoy Antiviral de Brandon Cronenberg, de la que ya hablé en Cannes: Ver crónica.
Música de fondo: The Clash
Alejandro G.Calvo