Hayao Miyazaki anunció en el pasado Festival de Venecia –donde se presentó en primicia The Wind Rises (Kaze Tachinu)- que se retiraba del cine. Un mazazo para todos aquellos que aman el cine, sea o no de animación. El maestro japonés lleva más de 30 años dedicándose en cuerpo y alma a la confección de magistrales cintas animadas, un mundo propio donde la fantasía, la emoción y el dibujo de personajes inolvidables –Totoro, Chihiro, Porco Rosso, Ponyo… ¡son innumerables!- conviven en perfecta armonía en una serie de relatos de belleza y afinidad, prácticamente, universal. En la obra de Miyazaki se combina a la perfección el entretenimiento inteligente –para todas las edades- y la (re)invención de un cine fantástico que bebe tanto del imaginario místico oriental como de la revolución de distintos compases históricos de la humanidad. Una combinación de poderes pluscuamperfecta que hacen que sus películas destilen emoción a raudales mientras abraza al espectador con la más bella de las historias. Vaya, que su jubilación –largamente anunciada, eso sí- es recibida con tanta tristeza (natural) como con un sentimiento de perenne deuda para con él (por todo lo que nos ha dado a lo largo de los últimos años).
El Kursaal, customizado
Como no podía ser de otra forma, claro, Miyazaki se despide a lo grande. Y es que su The Wind Rises es, de principio a fin, una película superlativa. En esta ocasión el maestro japonés sitúa como protagonista a un joven ingeniero aeronáutico cuya máxima pasión es el diseño de aviones de combate –la acción se sitúa pocos años antes de iniciar la Segunda Guerra Mundial- dando pie a una película-río de imborrable aliento clásico –por momentos parece un melodrama bélico de Douglas Sirk o, incluso, un cuento moral sobre la voluntad y la tenacidad en la línea de Escrito bajo el sol de John Ford- donde la fruición de los vívidos sueños del joven se ven zarandeados tanto por los convulsivos tiempos históricos –el fascismo y el horror de la guerra planean por la película como una amenaza subyugante- como por la historia de amor que nace con una joven a la que conoce durante el gran terremoto de Kanto de 1923. Narrada con un mimo al detalle enmudecedor, la película va creciendo con cada minuto hasta llegar a una última media hora donde se condensa (para luego desatarse) toda la belleza que puede habitar en una gran pantalla. Convirtiendo la historia de The Wind Rises, desde ya mismo, en un clásico contemporáneo. En una película de la que se hablará dentro de 20, 50 y 100 años. Tiempo al tiempo. Muchísimas gracias maestro.
The Wind Rises
También en la sección de Perlas vimos Narco Cultura, debut en el largometraje del fotoperiodista Shaul Schwarz. Película documental que trata de radiografiar parcialmente los problemas que acarrea el narcotráfico a través de la frontera entre Juárez y Texas, siguiendo los pasos, por un lado, de un policía forense mexicano y, por otro, de un cantante de narco corridos residente en Los Angeles. El horror, la barbarie y la ignominia que causan millares de víctimas cada año por causas derivadas del tráfico de drogas es demasiado apabullante para que tenga cabida en una sola película (a no ser que seas un realizador privilegiado, cosa que Schwarz, por el momento, no es). De ahí que la parte más interesante de Narco cultura sea su lado 'rockumentary', retratando el submundo (en auge, al parecer) de los músicos que ensalzan los asesinatos de los narcos, convirtiéndose en los nuevos ídolos de la población de origen latino en la Costa Oeste americana ("Narco corridos is the new hip-hop" dice un productor musical). Un retrato de lo más alucinado y alucinante donde se ve a músicos cantando con un bazooka o a los propios milicianos contrabandistas dedicando vídeos en YouTube a las bandas para que sigan ensalzando sus correrías. Un auténtico delirio. Por otro lado, los pasos que vive el policía en un escuadrón cada vez más mermado por culpa de los ajusticiamientos de los sicarios de los narcos, queda sólo como un retrato sesgado del horror vivido a diario por el cuerpo. Hubiera hecho falta mucho más metraje y un ojo investigador más afilado para sacar a relucir, realmente, toda la podredumbre que existe en los estamentos oficiales que permiten que la violencia, a día de hoy en México, sea la que es. Y quién tenga dudas siempre se puede acercar al libro de Don Winslow "El poder del perro". Se les helará la sangre.
Narco Cultura
Ya en sección oficial competitiva vimos Enemigo (Enemy) de Denis Villeneuve -que este año también presenta, fuera de concurso, la totémica Prisioneros (Prisoners)-, basado en la novela de Saramago "El hombre duplicado", la película cuenta la historia de un profesor de historia (Jake Gyllenhaal, por partida doble) que, de forma casual y para gran sorpresa, descubre que hay otro hombre exactamente idéntico a él viviendo en su misma ciudad. Relato asfixiante, narrado con intensidad lynchiana -el sufrimiento que azota a los personajes a través de sus silencios y de su padecimiento interno recuerda mucho al padecido por Bill Pullman en Carretera perdida (de hecho, hasta Sarah Gadon recuerda físicamente a Patricia Arquette en la magistral obra de Lynch)- y de un devenir argumental kafkiano (bichos incluidos), la película deslumbra a través de una puesta en escena agorafóbica, como si la ciudad (Toronto) en la que se desenvuelven tuviera una parte activa siniestra en la película a través de sus simétricos edificios y de una luz ocre que parece quemar cada fotograma. Tan inquietante como intrigante, Enemy juega con la figura del doppleganger -¿alguien se acuerda de la delirante película de Kiyoshi Kurosawa sobre el tema?- como el espejo deformante donde uno acaba por encontrar el reflejo que él espera de sí mismo, por encima de su propia vida. En definitiva, un sci-fi terrorífico y malévolo que cuestiona la realidad vivida por el individuo a través de unas imágenes de lo más poderosas. Toda una rara avis en un festival donde lo que suele primar en la sección oficial es el cine de carácter social y las propuestas formalmente más relajadas (la recepción de la prensa fue de lo más gélida, lo que es incomprensible). Por mi parte, le doy el más caluroso de los aplausos.
Alejandro G.Calvo