El reparto de La herida
En Dallas Buyers Club de Jean Marc Vallée (C.R.A.Z.Y., La reina victoria) se cuenta la historia real de Ron Woodroof, un hombre enfermo de SIDA que, con gran audacia por su parte, decidió plantar cara a la industria farmacéutica (y al propio gobierno americano) al negarse a tratar su enfermedad con un medicamento retroviral, el AZT (acidotimidina), que causaba estragos fatales en el cuerpo de los infectados, de por sí, con un virus ya letal; y acabó montando una red de distribución de medicamentos ilegales con la que combatir con mayor eficacia su enfermedad (y la de todos los que decidieron volcarse con él). Lejos de la pornografía emocional de Biutiful o de la rigurosidad endémica de Philadelphia, Vallée plantea su película como una sinfonía no exenta de humor donde, por encima de todo, prevalecen la picaresca del personaje y su tenacidad infinita para combatir tanto el virus que devora su cuerpo como los cientos de trabas que le imponen desde los cuerpos médicos, la policía y la propia industria farmacéutica. Y en mitad de todo ello aparece un Matthew McConaughey totalmente desatado, dando rienda suelta a un histrionismo bien modulado –en la línea de Javier Bardem, claro, pero también del Christian Bale de El maquinista- que acaba por devorar cualquier otro mensaje subyacente en el relato. El actor de Mud y Killer Joe, demuestra el porqué es uno de los actores más entregados del momento, por más que en algunos momentos tanta afectación llegue a bordear la caricatura. Vaya, que si no fuera porque el Oscar está cantado que se lo lleva Chiwetel Ejiofor por Doce años de esclavitud, seguro que iría a parar a las manos del tantas veces denostado McConaughey.
Dallas Buyers Club
En Sección Oficial competitiva se presentó la que, por el momento (y visto el panorama general, raro será que cambie algo), es la mejor película del certamen: La herida de Fernando Franco –cineasta conocido por su trabajo como montador en películas como No tengas miedo o Blancanieves-. Duro y sesgado retrato de una mujer aquejada de trastorno bipolar -no se llega a citar la enfermedad en ningún momento-, al que el cineasta sigue en su día a día haciendo uso de una narración que huye del espectáculo del sufrimiento en todo momento. Película honesta, directa y audaz a partes iguales, recuerda y mucho a la primera Palma de Oro que ganaran los hermanos Dardenne con Rosetta: filmada con cámara en mano, siempre con la protagonista como vehículo principal de la acción -tremenda la interpretación de Marian Álvarez- y negando la estructura de la narración clásica -aquí más bien tenemos un relato que se comprime y se estira en función de los cambiantes estados de ánimo de la joven-. Está claro que La herida no es ni una película fácilmente digerible ni un plato del gusto de todos los públicos, qué demonios, ni siquiera es una película perfecta, entre otras cosas, porque tampoco le hace falta. Crónica del desgarro existencial de una joven a la que no quedan asideros donde agarrarse, la película de Franco pone de relieve sin ningún tipo de estridencias melodramáticas o subrayados innecesarios lo triste y desesperada que puede llegar a ser la vida. Una verdad universal de múltiples capas que, en manos de este cineasta dotado de un talento inusitado para la depuración dramática, acaba convirtiéndose en una poderosa obra cinematográfica. Sin duda, la mejor noticia para el cine español en lo que vamos de año. Y si tenemos en cuenta de que se trata de una ópera prima, asusta pensar lo que puede dar de sí Fernando Franco en el futuro.
La herida
Si La herida fue la cara de la jornada, la cruz fue para For those who can tell no tales de la realizadora bosnia Jasmila Zbanic. En ella seguimos, a medio camino entre el diario filmado (ficcionado) y el drama de posguerra, los pasos de una mujer australiana emperrada en salvaguardar el honor de tantas mujeres violadas y asesinadas durante la guerra de los Balcanes. Un film de morosidad inacabable y con tendencia a caer en el deslices artísticos de lo más sonrojantes -hay un gran número de cineastas que creen que con poner planos fijos y silenciosos a su película ésta ya cobra la mayor de las importancias; -a todos ellos les recomendaría una triple sesión con Star Trek En la oscuridad, Dolor y dinero y Gravity- que, pese a lo noble del mensaje que pretende lanzar -la guerra es mala, nunca hay que olvidar a las víctimas, los bigotes solo los llevan los fascistas, etcétera-, no evita caer en la más letárgica de las monotonías. Y es que seguro que hay mejores maneras de defender la memoria histórica de nuestro pasado más convulsivo.
For those who can tell no tales
Alejandro G. Calvo