Imagen de The Green Inferno
Eli Roth repite en Sitges una vez más –la última vez fue el año pasado donde presentaba como actor y productor la insostenible Aftershock- y lo hace a lo grande, con una de esas películas que aquí enloquecen al respetable: The Green Inferno (Secció Oficial Fantàstic). La película cuenta la historia de un grupo de jóvenes activistas que deciden viajar a la selva del Perú para detener la tala indiscriminada de la jungla y proteger así a los nativos que habitan en ella. Como ya pasaba en Hostel todo acabará torciéndose hacia el más brutal de los escenarios previstos: los aparentemente pacíficos y naturistas indígenas son en realidad una banda de salvajes caníbales que reciben a los jóvenes americanos como a quien le llueve maná del cielo. Tan aterradora como tronchante, The Green Inferno hace gala de una concatenación de actos bárbaros que incluye todo tipo de mutilaciones, taxidermias a machete y, en general, todo tipo de mordiscos y desgarros a la carne aún viva de los incautos protagonistas. Una fiesta de aullidos y gritos tribales a la que el público de l’Auditori ha respondido con continuos vítores, una celebración litúrgica del terror que tan grande hace la experiencia de visitar cada año el Festival de Sitges. Lo mejor de todo, claro, no deja de ser el doble mensaje final de la cinta: (1) Los activistas del primer mundo son unos pijos descerebrados que se merecen todo lo que les pase; y (2) Talemos la selva, echemos a los indígenas y construyamos encima de ellos (con toneladas de asfalto) todo tipo de parques temáticos, complejos hoteleros, centros comerciales y casinos estilo Las Vegas.
Eli Roth (a la derecha) y su equipo en el photocall
En una programación ad hoc, acto seguido tras The Green Inferno, llegó la australiana The Jungle (Sessió Especial) del cineasta Andrew Traucki (Black Water). Película que se adhesiona al manido género del terror-found-footage que de The Blair Witch Project impusiera como estética de referencia a buena parte del cine de género realizado en el Siglo XXI (aunque nadie se olvide que Holocausto Caníbal fue la clara precursora de todas estas películas ya en 1980); la lista es, ya no larga, sino larguísima: REC, El último exorcismo, Paranormal Activity, Trollhunter, Monstruoso, Diary of the Dead, District 9, etcétera. ¿Qué tiene entonces The Jungle que aportar a dicho nicho genérico? Pues prácticamente nada. La película es un aburrido deambular por la jungla a cargo de un explorador obsesionado con los leopardos de Java, filmado todo con cámara bamboleante y con infinitos planos de visión nocturna sin más resultado que el ver un montón de vegetación fosforescente con algún mínimo flash desenfocado a la criatura-monstruo de la cinta. Vaya, una fotocopia de una fotocopia que ni asusta, ni divierte, ni nada de nada.
Mucho más interesante (y controvertida) resulta Upstream Color (Secció Oficial Fantàstic) del director americano Shane Carruth, que ya volara nuestras cabezas en Sitges 2004 con su alucinante ópera prima Primer. Nueve años ha tardado el cineasta en completar este segundo largometraje, un hipnótico y fascinante vehículo que asienta su mirada en el mundo de las percepciones y las emociones subyugadas mediante unas poderosísimas imágenes líquidas directamente influenciadas por los últimos Terrence Malick –El árbol de la vida, To The Wonder-. Tan fascinante como misteriosa, la película es de una fragilidad infinita, poniendo siempre en primer lugar el latir de la confusión anímica de sus protagonistas –ambos infectados por un extraño parásito que vuelve voluble su carácter y que elimina de forma aleatoria recuerdos- y entregándolos a una bellísima historia de amor fou agnósico no exenta de coqueteos con el terror que surge cuando las percepciones que se tienen del mundo se ven radicalmente alteradas. Carruth decide, al igual que hiciera David Lynch en Mulholland Dr. o William Faulkner en la primer parte de "El ruido y la furia", que los procesos mentales de los protagonistas sean los que pauten el sentido narrativo de la cinta, llenándolo de elipsis y jugando al despiste con el espectador. De ahí que buena parte del público se sintiera rechazada por la película, una pena; aquí hay mucho cine y del bueno, es casi como si Upstream Color fuera una película de películas, un chute fílmico para ver una y mil veces.
Upstream Color
Alejandro G.Calvo