Imagen de The Congress
El cineasta israelí Ari Folman abrió la última Quincena de Realizadores del Festival de Cannes con The Congress (Secció Oficial Fantàstic), su regreso a la dirección tras el merecido éxito que le brindó Vals con Bashir (nominación al Oscar inclusive), un magnífico cruce entre el cine documental y la animación. En The Congress, Folman, vuelve a experimentar con las posibilidades que le otorga el formato, trazando una ficción metacinematográfica con una actriz que se interpreta a sí misma (Robin Wright) que acabará estrellándose en una delirante película de animación con imágenes destinadas a regurgitar lo mejor de la historia del género: Tex Avery, Hannah-Barbera, el anime, Norman McLaren, el sello Disney, etcétera. Divida así en dos partes diferenciadas -ficción real y mundo animado- aunque interrelacionadas en un mundo de realidades virtuales que mezclan lo fotoquímico con el dibujo más punk. Pero lo interesante aquí, al margen de las diabluras de la imagen a la que se entrega el realizador, es el magnífico retrato-homenaje que Folman le brinda a la actriz Robin Wright: ella es la película en la forma y en el fondo. El retrato "rotoscópico" que el cineasta le hace para así poder crear una imagen animada a su imagen y semejanza es un momento de puro-cine, con Harvey Keitel leyéndole una carta de amor a la actriz y ésta dejándose llevar por sus emociones. Cuando la vi en Cannes pensé que la película estaba algo descompensada entre la parte de ficción real y la animada, ahora que la he vuelto a ver en Sitges, creo que mi primera impresión fue errónea. La película, pese a su radical giro estético, posee una fuerza ambivalente en todas sus partes, y el resultado global de la misma no viene por la suma de estas sino por el indudable valor ontológico que posee en su totalidad.
The Congress
Ben Wheatley regresa a Sitges, tras amasar fans gracias a sus películas precedentes vistas en el festival: Kill List y Turistas, con A Field In England (Secció Oficial Fantàstic), un trip en toda regla -parece que Albert Serra y él comen las mismas setas alucinógenas- que sitúa a unos soldados desperdigados por la campiña inglesa guiados por un alquimista en busca de un tesoro enterrado. Filmada en blanco y negro y aderezada con continuos delirios plásticos -los "tableaux vivant" que forman los personajes son impagables, pero el episodio lisérgico al cierre de la cinta la acerca al trip final de 2001: Una odisea del espacio- los personajes se entregan a diálogos circulares con un gran sentido del absurdo cómico y, de paso, con mínimos estallidos de violencia que dejan en evidencia el gusto que tiene Wheatley a la hora de sumergirse en el género más netamente exploit. Cruce imposible de híbridos genéricos -terror, fantástico, época, espadachines, poético- la película busca tender a la abstracción, de ahí su conexión con Honor de cavalleria, sin dejar de querer provocar una sonrisa en el espectador. En definitiva, una película soberbia, audaz y con momentos irrepetibles, que acerca un poco más a Wheatley al Olimpo donde habitan los genios del fantástico.
A Field in England
También tuvimos una nueva sesión cum laude de la sección Seven Chances -la misma en la que recuperamos el clásico El desierto de los tártaros de Valerio Zurlini en copia restaurada: un festín- con la proyección de Leviathan de los directores Lucien Castaing-Taylor y Verena Paravel (ambos conocidos en nuestro país gracias al festival Punto de Vista). La película, que venía abalada tras cosechar el favor de la crítica allá donde se había proyectado, es un documental de vanguardia -piensen en Michael Snow y acertarán- que retrata a nivel entomológico la vida de un barco pesquero. Con micro cámaras aferradas al casco del bote, sumergidas en las pilas de animales muertos o a modo de cámara oculta en distintos lugares de la nave, la película acaba convirtiéndose en una sinfonía de imágenes de gran impronta estética. Leviathan es una película para perderse en ella, cine-sensorial en todo su apogeo. La crítica ha citado continuamente a Herman Melville y su "Moby Dyck" a la hora de establecer un paralelismo tanto narrativo como figurativo con la película. Y a fe cierta que es verdad. Un aplauso para el programador kamikaze que se la ha traído a un festival de cine fantástico, puesto que las imágenes de la cinta logran superar su mirada estrictamente documental hasta acercar la cinta a una experiencia que es pura fantasmagoría. Chapeau.
Alejandro G. Calvo