Algo raro le pasa a Nicole Kidman en las fosas nasales. Es una asimetría bizarra, un punto de no retorno de un rostro que acaba por estrellarse en un labio superior únicamente disfrutable en foto-fija (en cuanto se mueve se arquea en colágeno). Es una espiral, un bucle que abstrae cualquier otra consideración respecto a lo que esté haciendo el resto del cuerpo, ya no digamos los diálogos que recita o el denotado esfuerzo interpretativo de la actriz. Normal que funcione en bizarradas como El chico del periódico (2012), pero se estanque cuando trata de ejemplificar el glamour de la princesísima Gracia de Mónaco, otrora rubia sufrida made in Alfred Hitchcock, más si Olivier Dahan se empeña en encuadrar su rostro en plano corto y cámara flotante a lo largo y ancho de esta Grace de Mónaco, que más para mal que para bien, ha inaugurado el Festival de Cannes.
Hace sol. De justicia. La calma antes de las tormentas que se esperan la semana que viene. Este pedazo de Costa Azul se prepara, de nuevo, para vivir once días -uno menos que lo habitual por culpa de las elecciones europeas- del mejor cine de autor (sobre el papel) que se podrá ver en 2014. Un año complicado para Cannes –numerosos cineastas causaron baja, caso de Clint Eastwood, Paul Thomas Anderson o Terrence Malick, entre otros- donde si bien sí existen títulos de interés superlativo -pienso, principalmente, en Sils Maria de Olivier Assayas, Maps To The Stars de David Cronenberg, Jauja de Lisandro Alonso o Deux jours, une nuit de los hermanos Dardenne- se hayan dispersos en una corriente de nombres que asustan más que prometen: Ken Loach, Tony Gatlif, André Téchiné, Zhang Yimou, Michel Hazanavicius, Kornél Mundruczó, Nuri Bilge Ceylan, Atom Egoyan, Damián Szifrón, etcétera.
De ahí, que resulte llamativo que la película de apertura del festival sea este pastiche de glamour cinéfilo llamado Grace de Mónaco, un cuento de hadas en formato de TV movie que viene a contar que la vida de Grace Kelly como princesa fue una interpretación más en su carrera; eso sí, la más difícil, la más sufrida y, dado su prematuro final, la más triste. Pocas cosas a favor tiene la cinta dirigida por Olivier Dahan -que ya nos dio en su día un biopic de lo más cansino: La vida en rosa (Edith Piaf) (2007)- y mucha gente en contra, empezando por la propia familia de Mónaco y siguiendo por el productor Harvey Weinstein, que ya ha remontado la película para su distribución internacional. El problema principal surge de la intención de la obra de querer transformar la vida de Kelly en una historia de tensión hitchockiana donde se mezcla por igual el bloqueo económico de Francia a Mónaco; las intrigas de la vida de palacio, la tormentosa relación amorosa con el príncipe Rainero; los estragos sociopolíticos derivados de la guerra de Argel, y el coqueteo de la princesa por regresar a Hollywood para retomar su carrera de actriz. Un max mix dramático que acaba coagulándose como freak show -ojo a Paz Vega dando vida a Maria Callas- y que acaba por situar la película en la línea de otros biopics recientes como Diana (2013) o La dama de hierro (2011).