Cuatro años después regresa Mike Leigh a Cannes –entonces presentó la rápidamente olvidada Another Year (2010)- con esta ambiciosa Mr. Turner, atípico biopic del pintor Joseph Mallord William Turner (1775-1851), padre del impresionismo pictórico y uno de los mejores paisajistas de la historia del arte. Leigh retrata a Turner, al que da vida un magnífico Timothy Spall, como un personaje grotesco, un genio en su arte pero un ser bastante ruin tanto con su familia como con sus colegas de profesión. Leigh huye de los clichés del subgénero acercando la obra a su terreno: el de las turbias relaciones emocionales, basculando entre la comedia y el drama o, más bien, extrayendo comedia allá donde debería dominar el drama. Su retrato puntillista de la Inglaterra del Siglo XIX –Londres y Chelsea, principalmente- a través de sus ridículos corpus sociales más burgueses hace aislar al pintor como una rara avis que, si bien es considerado unánimemente como maestro, al mismo tiempo es ridiculizado por los apóstoles de la pintura figurativa. Filmado con cámara digital –la primera vez en la obra de Leigh- Mr. Turner busca (y encuentra) establecer símiles lumínicos entre los encuadres de la obra y las pinturas de Turner, un añadido que homogeniza película y artista hasta tal punto de tornarse mínimamente impresionista. Todo ello mientras el relato transcurre con fluidez –menos mal, ya que su duración se va a los 150 minutos- gracias a los continuos exabruptos que protagoniza el personaje, inclusive una diatriba contra un joven (e insoportable) crítico de arte donde Leigh aprovecha para dejar clara su opinión sobre dicha profesión (sic) y, especialmente, toda la cruel relación de dependencia existente entre el pintor y su criada; he ahí donde se esconde la verdadera razón de ser de un film que vuelve a su situar a su director a la altura de sus grandes obras: Naked (1993) y Secretos y mentiras (1996).
Mike Leigh y Marion Bailey (Mr. Turner)
También a sección oficial competitiva vimos Timbuktu del cineasta mauritano Abderrahmane Sissako (la cuota africana del certamen). En ella se retrata la vida cotidiana de diversos habitantes de la ciudad que da nombre a la cinta y su continua lucha con la ilógica brutal y el salvajismo imperante frente al poder religioso que ejecuta con mano de hierro su particular entendimiento del Corán. Juicios sumariales, órdenes dictatoriales, continuos arrestos y los más extremos castigos (algunos, capitales) se introducen en el día a día de una ciudad, claramente, dejada de la mano de Dios; por más que sean unos bárbaros los que acudan a la suprema divinidad para vivir, ellos sí, como dioses brutales en la tierra. Sissako es un cineasta que tiene claro los conceptos de puesta en escena y, más importante, sabe hasta dónde puede extremar las situaciones. De ahí que toda la película tenga un tinte costumbrista donde lo aberrante se introduce en lo cotidiano sin crear ningún tipo de exabrupto. Y es en ese respeto máximo hacia el espectador –un melodrama sin manipulaciones estridentes es toda una rara avis en cualquier cinematografía- donde Timbuktu se crece hasta ganarse el respeto de todos los que solemos abominar del cine-denuncia.
Samuel Theis, Sonia Theis-Litzemburger, Claire Burger y Marie Amachoukeli (Party Girl)
No nos perdimos la inauguración de Un certain regard –no me acostumbro a llamarla “Una cierta mirada”- con Party Girl, película dirigida a tres manos por Marie Amachoukeli-Barsacq, Claire Burger y Samuel Theis. Retrato de una anciana fiestera (tal cual) que decide dejar su vida como cabaretera en un bar de mala muerte en la frontera franco-alemana para casarse con uno de los clientes habituales del local. Lo que vendría a ser una película intergeneracional sobre la despedida de los placeres de la juventud se torna en un tour bizarro ante la cabezonería de la protagonista por seguir disfrutando de la vida loca. Si bien la película puede llegar a funcionar en la parte más estrictamente familiar –hay una carga importante de la película destinada a reunir a los hijos de la protagonista- en general tiende a no conectar con el espectador frente a lo anodino (y esperpéntico) del asunto. Miedo da cómo va a ser el resto del Regard si este era el plato fuerte.
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