Fue en 2011 cuando conocimos al realizador norteamericano Mike Cahill. Por aquel entonces aterrizó en Sitges (vía Sundance) con Otra tierra, un sci-fi minimal de marcado corte indie que acabó ganando el Melies de Oro. No sólo nos entregó una película estimulante sino que además nos dio a conocer a la actriz Brit Marling (El fraude, Pacto de silencio, ambas de 2012). Así que todos tenemos una deuda eterna contraída con él. El cineasta regresa ahora a Sitges con una película de idéntica factura pero mucho más ambiciosa en el contenido: Orígenes, un nuevo coqueteo con el fantástico a través del drama romántico (bien) y una innegable aceptación de los paradigmas del cine-new age (mal). En ella el protagonista (Michael Pitt, tan bien como siempre) es un científico darwinista obsesionado con explicar la mutación del ojo humano a través de las edades del hombre en aras a negar el creacionismo absolutista proveniente de la iglesia. Al mismo tiempo entabla una relación sentimental con una fiel defensora de la reencarnación (Astrid Bergès-Frisbey) mientras que comparte laboratorio con una estudiante contagiada por las ideas del doctor (Brit Marling). Así el diálogo continuo entre la ciencia y la religión sostiene el entramado de una obra capaz de retratar con sensibilidad las relaciones románticas (incluso las tragedias) de los protagonistas pero que resulta empalagosa en su defensa romántica del “life ater death”.
El pasado sábado se celebró en Sitges la tradicional Zombie Walk donde un montón de gente ataviada y maquillada ad hoc vivió su particular festival zombi para gran jolgorio de propios y extraños. Como es habitual la programación ofrecía toda la casquería afín al subgénero a través de dos películas bien diferentes: Dead Snow 2: Red vs Dead de Tommy Wirkola y Zombeavers de Jordan Rubin. Si bien la primera es una auténtica fiesta de barrabasadas de todo tipo rodadas en gran angular –tiene gags antológicos, ya sean protagonizados por viejos sátrapas, por carritos de bebés o por dóciles no-muertos-, muy superior a su primera entrega, la denostable Zombis Nazis, y con un Wirkola crecido tras su éxito con Hansel y Gretel: Cazadores de brujas (2013); la segunda es, directamente, carne de videoclub (si estos siguieran existiendo). Y es que al igual que ocurre con la saga Sharknado (2013), al final la premisa –en el caso que nos ocupa: castores zombis atacando a jóvenes destetadas- es bastante más divertida que el resultado original. Porque al margen de casi todos los actores estén de bofetada y de que el guión sea de un sinsentido apabullante –ambas cosas esperables- el problema es que se le echa en falta mucha más mala baba y muchas más dosis de casquería.
En el apartado de los sinsentidos también vimos la última cinta de Fruit Chan, The Midnight After, adaptando la novela de, ejem, un señor llamado Pizza. Cinta hongkonesa con un pie en el post-apocalipsis y otro en la comedia más burra. La película sitúa a un grupo de destartalados personajes a bordo de un autobús que cuando llega a su destino descubre que ha desaparecido toda la población de su ciudad. A medida que vayan cayendo unos y otros víctimas de un virus extraño que igual los hace prenderse fuego a lo bonzo que convertir su cuerpo en cascotes, la película se pierde en divagaciones sin ningún tipo de lógica ni sentido aparente. Así, en un punto entre Langoliers (1995) y la serie Perdidos la película de Chan acaba resultando una decepción en toda regla.