Teniendo en cuenta que en Cannes ya vimos dos de los platos fuertes de este Sitges: Maps To The Stars de David Cronenberg (ver crónica) y Cold In July de Jim Mickle, de momento podemos coronar como mejor película vista en el certamen (aún quedan días por delante, así que la cosa puede cambiar) la británica ’71 del director Yann Demange. Cruce eléctrico entre Bloody Sunday (2002) y Larga es la noche (1947), la obra relata el infierno vivido por un soldado británico atrapado en la zona católica de Belfast (controlada por el IRA) a lo largo de una noche dominada por todo tipo de disturbios, tiroteos y explosiones –el título de la obra se refiere al año en el que se desarrolla la acción-. Un thriller pesadillesco, proclive al terror en vertical y a estirar la tensión hasta asfixiar al espectador, que viene a probar que lo realizado por Demange en la mini serie de TV Dead Set (2008) no fue, ni mucho menos, un espejismo. Sólo por la huída inicial del soldado herido tratando de escapar de los jóvenes pistoleros de la banda armada ésta ya sería una de las películas del año. ’71 además tiene la virtud de atacar a todos por igual: católicos, protestantes y militares británicos; convirtiéndola ya no en un ejercicio de suspense superlativo, sino en una de las mejores obras políticas que hemos visto en mucho tiempo.
Jamie Marks Is Dead del cineasta Carter Smith, reciclado fotógrafo de prêt-à-porter, ha llegado a Sitges por la vía Sundance, es decir, cine indie con predilección por el minimal fantástico que, en esta ocasión, tira por la vía de los fantasmas y el cine teen de arquitectura más sensible (e intensa). La película se centra en la relación que dos compañeros de escuela tienen con el fantasma de Jamie Marks, un joven machacado por los matones de su instituto que al arranque de la cinta aparece desnudo y sin vida al lado de un río (homenaje a Laura Palmer implícito). Un triángulo romántico –en términos de amistad- que trata de encontrar cierta paz y amor en aras a dar cierto significado a la fatalidad. Smith mima a sus personajes, casi hasta con morosidad narrativa, en aras a dar una amplitud metafísica a su relación after-life. Una película pequeña y sumamente emotiva a la que es tan fácil perdonarle sus faltas –cierta reiteración argumental, por ejemplo- como aplaudir sus logros.
Cerramos crónica –y, por mi parte, festival; a partir de mañana recoge mi testigo Tomás Andrés- con Goodnight Momy de Veronika Franz y Severin Fiala, y producida por ese terrorista fílmico llamado Ulrich Seidl. Terror psicológico austríaco –ya sabéis que en esto del mal rollo Austria siempre va a la cabeza- donde un par de gemelos deciden aterrorizar a su madre, al ser incapaces de reconocerla tras sufrir una severa cirugía plástica –la sinopsis la pongo a grandes rasgos, que si no saltan spoilers-. Vamos, un torture porn de factura gélida respetable por su bien enraizado fondo dramático. A partir de ahí, cada uno que haga con su estómago lo que quiera.