Andrés Gertrúdix (El árbol magnético) protagoniza Las altas presiones, la nueva cinta con guión y dirección del gallego Ángel Santos (Dos fragmentos/Eva) definida como "un viaje en torno al desarraigo, el cine y el amor". En Sensacine hemos charlado con ambos sobre el proyecto, sus personajes e influencias.
¿Cómo os conocisteis?
Andrés Gertrúdix: Ángel me preguntó, ¿a ver cuánto te pareces a mí? (risas).
Ángel Santos: Fue a través de Fernando Franco, al que conocí en Punto de Vista. Tiene gracia, porque éramos dos autores de ficción en un festival de documental experimental, así que congeniamos rápido. Él me dijo: “tienes que conocer a Andrés, siempre estáis hablando de los mismos discos y los mismos libros, os vais a caer de puta madre” (risas). No fue el clásico "necesito un actor, recomiéndame a alguien". Así que nos conocimos y, bueno, Fernando tenía razón, fue todo de lo más natural.
A.G.: Curiosamente teníamos un pasado común sin saberlo. Habíamos estado en los mismos festivales, conciertos, escenas mod de los 60… así que las referencias con las que trabajábamos mientras hacíamos la película las conocía de primera mano.
¿Cuándo arrancó Las altas presiones?
Á.S.: Las primeras notas son de 2007, pero fue en 2011 cuando se presentó el desarrollo de guión a subvención. Ese sería el verdadero punto de partida.
¿Ha sido fácil financiar la película?
Á.S.: La productora de la película, Matriuska Producciones, ya había trabajado conmigo en una película anterior, Dos Fragmentos/Eva (2012), a raíz de una pequeña subvención que conseguí a título personal. Y aquí fue más o menos parecido. Presentamos el proyecto las subvenciones en Galicia, que están funcionando bien desde hace unos años, y la conseguimos. Con la del ICAA no hubo tanta suerte. Sin embargo sí que conseguimos un pequeño aporte de la televisión gallega, que es bastante más complicado de conseguir que cualquier subvención.
A.G.: Hay que decir que es un presupuesto pequeño, claro, pero nos dio para rodar en cine. Aunque sólo fueran una o dos tomas por plano, que tampoco teníamos mucha película.
Siempre se habla de que tu cine se presta a la improvisación, como que la película se construye a media que se va haciendo. Sin embargo a mí me da la sensación de que todo está muy medido.
Á.S.: Tienes razón, hay mucha más escritura que en otras ocasiones. Aunque es cierto que la gente me lo pregunta mucho: “¿cuánta improvisación hay en la película?”. A mí me cuesta mucho escribir. En la anterior película, de hecho, sólo escribí la mitad del guión. Así que en esta me dije que lo iba a escribir todo. Ya no sólo a nivel de texto en pantalla, sino también estudiar las historias de los personajes, etcétera.
A.G.: ¡Pero nunca tuvimos biografías de personajes!
Á.S.: Sí, no soy un director que siga el manual del buen guionista al pie de la letra. Pero sí que estaba todo bastante más estudiado que en otras ocasiones. Fue un trabajo mucho más reflexivo.
A.G.: De hecho, casi todo lo que ensayamos era pura puesta en escena. Respetamos el texto prácticamente en su totalidad. Como mucho te diría que en los ensayos simplificamos el texto. Que Ángel tiene tendencia a tirar líneas decimonónicas.
Teniendo en cuenta que lo que los actores lo que quieren es hablar, ¿cómo se te daba ser más un observador que un protagonista?
A.G.: El reto era trabajar todas las cosas que le pasaban al personaje, que son muchas, pero sin que él las revelara abiertamente. Se trataba de dejar un cierto poso, pero que no se viera explícitamente. Yo me movía siguiendo la mirada de Ángel –dónde ponía la cámara a cada momento- y, luego, en función de cómo me miraban mis compañeros.
Á.S.: El tema de la mirada era básico. Andrés es un actor que sabe mirar muy bien. Algo que con otro actor habría sido bastante más complejo de conseguir sin tener que recurrir a primeros planos o tirando de recursos más afectados.
Pregunta estética básica, ¿cuándo decides que una conversación entre dos personajes debe estar filmada en un solo plano y cuándo en plano-contraplano?
Á.S.: Lo tengo muy marcado en la película, ¡aunque no sé si sabré responderte! (risas) Creo que soy más intuitivo de lo que realmente soy. Así que a veces me fuerzo a ello. Ese equilibrio entre intuición y reflexión es el que me lleva a tomar todas las decisiones de puesta en escena. Las altas presiones es, básicamente, la historia de un chico que mira. Así que, lógicamente, las conversaciones debían estar en plano-contraplano. Aunque sé que es algo que está muy denostado hoy en día. Pero a mí me parecía fundamental mostrar al personaje y lo que él ve. Especialmente en la relación entre el protagonista y la enfermera, la película tiende a enfrentarlos en plano-contraplano hasta llegar al plano final. No había otra forma de contarlo.
Tus personajes se acercan a los cuarenta años pero, en cierta forma, parecen enfrentarse a la vida como adolescentes.
Á.S.: Igual es algo que tengo que corregir. Supongo que es mi manera de afrontar la vida. Por eso los protagonistas tienen mi edad pero se comportan como chavales, como si pecaran de inmadurez.
A.G.: Yo también lo veo como una crítica al esquema social que nos han montado. Parece que si tienes más de treinta años ya debes estar contando otras cosas, como tener un trabajo, tener hijos, etcétera. Pero la realidad no es así. Hoy en día con cuarenta años igual sigues soltero, sin hijos, sin tener un piso en propiedad, sin trabajo… La película cuenta la vida de alguien que se reinventa, así que es natural ser inmaduro. Igual es alguien que se ha tomado demasiado en serio a uno mismo hasta ese momento y necesite de esa libertad en ese momento de su vida.
Como en casi toda tu obra, Las altas presiones también mira a Eric Rohmer o, en su evolución en el nuevo siglo, en Hong Sang-soo.
Á.S.: Me es inevitable. Aunque en ciertos momentos de la película sí que me ha gustado intentar ser algo más post-punk. Como en la secuencia del baile, cuando se tiran al agua o en el estallido de rabia del final.
O el momento del beso.
Á.S.: Totalmente. Eso fue idea de mi coguionista, que es profundamente anti-rohmeriano (risas). Era algo buscado. Esa colaboración me permitió salirme un poco de mí mismo. Aunque me ha sido inevitable trazar un nuevo cuento moral, claro.
La atmósfera también escapa a Rohmer. Como si fuera más etérea que realista. Debido especialmente a las fugas que posee la película.
Á.S.: Más Antonioni o Apichatpong que Rohmer. O, en términos profanos, mucho más sensual. Aunque la cámara no se prestaba mucho a ello. Son elementos que conviven en mí y que tarde o temprano acaban saliendo a la luz. Quería hablar de muchas cosas sin señalar nada en concreto, por eso me gustan tanto los silencios como las secuencias con mucho diálogo. Me gusta tener la opción de contradecirme y ver qué resultado da.