Que un director de cine sea al mismo tiempo un cinéfilo puede sonar a obviedad, pero lo cierto es que no abundan los cineastas que, más allá de dedicarle algún que otro elogio a un colega, hayan integrado la pasión por el cine en su obra. Wim Wenders es uno de esos casos: siendo ya un autor reputado, quiso colaborar estrechamente con directores a los que consideraba maestros y que se encontraban cerca del ocaso. En 1980 codirigió junto a Nicholas Ray Relámpago sobre agua, polémico film que muestra los últimos días del firmante de Rebelde sin causa, víctima de un cáncer terminal. Quince años después, ayudó a Michelangelo Antonioni a completar Más allá de las nubes, que sería el último largometraje firmado por el genio italiano. También ocupan un lugar destacado en la filmografía del alemán piezas como Tokio-Ga, donde viajó a la capital de Japón siguiendo la huella de los filmes de Yasujiro Ozu, y Habitación 666, en la que filmó una serie de encuentros con cineastas en el Festival de Cannes de 1982.
Pero la cinefilia de Wenders también se manifiesta en un gesto tan simple como es el de no dejar de ver películas, siempre a la búsqueda de imágenes que le sorprendan: “La última película que me ha impactado es Ida. Nunca había visto una historia contada de esa manera; tenía algo a la vez antiguo y muy novedoso. Me gustó tanto que fui a verla dos veces”. En los últimos años, el autor de El amigo americano se ha interesado muy especialmente por las posibilidades formales que ofrecen las tres dimensiones. Aunque, según confesó a la prensa en una mañana de primavera en Barcelona, los resultados no siempre han estado a la altura de sus expectativas: “Antes, iba a ver todo lo que se estrenaba en 3D, pensando que la tecnología se usaría de manera original. Pero acabé perdiendo la esperanza, porque al final todo se reducía a una cuestión de efectos especiales, y mi interés por las tres dimensiones es justo lo contrario. Lo que me atrae es averiguar cómo podemos hacer que las cámaras funcionen fisiológicamente como dos ojos humanos, de manera que el espectador se olvide que está viendo un espectáculo en tres dimensiones”.
La investigación del 3D por parte de Wim Wenders se ha concretado, de momento en dos títulos, el documental Pina, tributo a algunas de las más celebres coreografías de la desaparecida Pina Bausch, y Todo saldrá bien, que llega a las pantallas españoles este viernes. Se trata de un drama protagonizado por James Franco, Charlotte Gainsbourg, Rachel McAdams y Marie-Josée Croze, que gira en torno a Thomas, un escritor que atropella accidentalmente a un niño, y debe cargar el peso de esta muerte en su conciencia.
Hacía siete años que no dirigías una película de ficción, ¿a qué se ha debido este paréntesis?
En realidad, el proyecto de Todo saldrá bien surgió hace ya cinco años. Empecé a trabajar en el guión mientras montábamos Pina. Lo que ocurre es que hoy en día se necesita mucho tiempo para sacar adelante una película. Si fuera más joven estaría desesperado: cuando empecé mi carrera podía hacer una película al año, pero ahora pueden pasar tres o cuatro años entre tu ópera prima y tu segundo filme. Esa es una de las razones por las que me gusta hacer documentales, ya que te permiten ser más espontáneo.
¿Es Todo saldrá bien una película que sientas especialmente cercana?
(Medita la respuesta unos segundos) Sí, sobre todo por su protagonista. No me refiero al hecho de que Thomas sea un artista, un escritor, sino simplemente a que es un hombre, y creo que su actitud es muy representativa de cierto comportamiento masculino. Los hombres suelen tener dificultades para exteriorizar experiencias traumáticas, y en el caso de Thomas la escritura representa una forma de masculinidad amplificada, ya que lo que hace es interiorizar todo aquello que le pasa. Pero como decía antes, lo que me interesa no es su trabajo: quiero contar historias que puedan sucederle a todo el mundo. Lo que le ocurre a Thomas puede sucederme a mí, a ti, a cualquiera: de pronto te ves implicado en una situación que no deseas, y debes relacionarte con gente a quien no conoces pero que se acaba volviendo cercana. Y el gran problema del personaje es su incapacidad para procesar todo eso.
La culpa es uno de los temas principales de la historia. ¿Crees en el castigo, en el perdón y en la redención?
El castigo puede ser algo bueno, porque hace posible que, finalmente, sientas que has pagado por tu acción. Si este no existe, empiezas a castigarte a ti mismo, y no hay forma de librarse de eso. Aunque incluso la madre del niño atropellado le diga a Thomas que el accidente no ha sido culpa suya, él no puede aceptarlo. A veces es más difícil perdonarse a uno mismo que a los demás. Por otro lado, la redención solo es posible si se inicia un acto de curación, y esa es precisamente la dificultad que encuentra el protagonista: dejar que las emociones afloren.
En la película también vemos que Thomas tiene una relación complicada con su padre. ¿Cuál era tu intención al incluir este elemento?
Lo que perseguíamos con esta subtrama era transmitirle al público la idea de que perpetuamos una serie de acciones. Aunque no queramos verlo, repetimos todo aquello que creemos haber dejado atrás. Thomas es muy parecido a su padre, pero él se niega a aceptarlo.
A lo largo de tu carrera has viajado por todo el mundo, rodando películas en distintos países. ¿Qué papel ha jugado el paisaje de Canadá en Todo saldrá bien?
Cuando me llegó el proyecto, la historia no estaba ubicada en ningún lugar concreto. Para mí es imposible preparar una película sin saber dónde transcurre, y Canadá fue la imagen que me vino a la cabeza cuando empecé a leer la historia. Nunca había rodado nada allí, pero conozco bien el país, y lo recorrí de nuevo junto al guionista Bjørn Olaf Johanssen para concretar los escenarios. Los paisajes siempre tienen un papel importante en mi cine, ya que expresan la historia de la gente que vive allí. Una figura solitaria en medio de la naturaleza puede revelar más cosas de un personaje que un primer plano del actor. Percibes quién es esa persona, y de dónde viene. En el caso de Canadá, hay elementos que se relacionan de manera muy clara con la historia: al principio del filme vemos un rio helado, y al final volvemos a ese mismo río durante la primavera, con el agua fluyendo. Es un reflejo de la evolución del relato y del personaje de Thomas, que ha logrado perder su rigidez inicial. Además, hay algo de Canadá que me parece muy interesante, y es que su paisaje tiene muchas similitudes con el de Estados Unidos, pero puedes sentir que aquello no forma parte de ese país. Emocionalmente te sientes en America, pero a la vez es otro lugar; también podrías estar en Europa. Es una buena manera de traducir mi situación allí, ya que he rodado varias veces en Estados Unidos, pero siempre como extranjero. Yo no puedo hacer cine americano: esté donde esté, mis películas siempre serán europeas.
En la película, los protagonistas asisten a un concierto de Patrick Watson. Este tipo de escenas son muy habituales en tu cine, ¿qué crees que aportan a la historia?
Es una forma de que las películas pertenezcan realmente al lugar donde han sido rodadas. Watson vive y trabaja en Montreal, justo a la esquina del sitio donde estábamos rodando. Sucede lo mismo con la aparición de Nick Cave en El cielo sobre Berlín. Conocía su música y sabía que era un héroe del underground local.
En varias escenas de Todo saldrá bien, los personajes aparecen enmarcados a través de ventanas, y la imagen juega con el reflejo en el cristal. ¿A qué se debe esta decisión?
Cuando ruedas en 3D, la pantalla desaparece. Se convierte en una ventana, justamente. Por eso quería emplear esa metáfora. Además, las ventanas crean a la vez una imagen del interior y del exterior, por lo que también funciona como un símbolo de la introversión de Thomas... (detiene la reflexión unos segundos, y concluye sonriendo) En el fondo no teníamos ni idea de cómo hacer un drama intimista en tres dimensiones, y la ventana simplemente parecía una buena metáfora de todo aquello que estábamos probando.
Una de las sorpresas de la película es la muy comedida interpretación de James Franco, a quien asociamos con personajes más expansivos. ¿Qué te llevó a elegirlo para el papel de Thomas?
En realidad, James es un joven muy serio. Además de actor, también es escritor y director, por lo que sabe muy bien lo que significa ser un autor, y el conflicto que supone usar elementos de la vida de otros en tu obra. Y como actor, puede ser muy minimalista, y eso era indispensable para esta película. Con las tres dimensiones, todo se amplifica, y basta que un detalle resulte ligeramente exagerado para que el público lo perciba como un error. Si ves la versión en dos dimensiones te puede dar la sensación de que los actores están extremadamente contenidos, pero con el componente tridimensional te das cuenta de que los sentimientos están a flor de piel, y de que los personajes tienen aura. Eso es algo que descubrimos en Pina: el 3D tiene la capacidad de ver a través del alma de las personas. Y eso desaparece en las dos dimensiones. A priori puedes tener la sensación de que no hay muchos cambios entre una versión y otra, pero no es así en absoluto.
Por último, querríamos saber qué significado tiene para ti el título de la película. Al principio los personajes no paran de repetir la frase “todo saldrá bien”, pero en ese momento no parece tener mucho sentido...
Se trata de una fórmula muy común, que ha acabado perdiendo su significado. Por eso en inglés (el título original es “Every Thing Will Be Fine”) separamos “every” y “thing”, para que cada palabra tuviera peso: para que todo salga bien, es necesario que cada cosa esté en su lugar. Así, el título encuentra su justificación justo al final del filme, cuando Thomas se libera y abre su existencia a alguien más. En ese momento, puedes notar en su mirada que ha dejado atrás el sufrimiento del pasado.