El final ha llegado y en nuestra última crónica desde el Festival de Cine de San Sebastián te hablamos de Black Mass que, tras embriagar Venecia y Toronto con su aire criminal, llega a Donosti en la Sección Perlas. Basada en el libro de investigación homónimo de los reporteros del Boston Globe Dick Lehr y Gerard O'Neill, la tercera película de Scott Cooper (Corazón rebelde, Out of the Furnace) lleva al cine la vida de James 'Whitey' Bulger, una de las más grandes figuras de la delincuencia organizada en el sur de Boston y, desde 1975, informante del FBI para su propio beneficio, lo que todavía hoy constituye una vergüenza para el 'Bureau'.
Alejado del histrionismo que le ha hecho famoso en la franquicia Piratas del Caribe y en Alicia en el País de las Maravillas, Johnny Depp interioriza y recuerda a su mejor época junto a Tim Burton, e incluso al William Blake del Dead Man de Jim Jarmusch. ¿El secreto, además de látex, pelo rubio iridiscente y lentillas azules? Moderación y prudencia interpretativa que dan como resultado un depredador de pulsación sosegada y mirada escalofriante. Su 'Whitey' Bulger, silente y anti-manierista, no habla y permanece oculto en la sombra. Porque cuando habla, el vello se te eriza al instante. Las pupilas se te dilatan. Agarras el brazo de la butaca y sabes que algo -y no precisamente algo bueno- está a punto de suceder. Y de pronto... ¡Blam!
Cooper divide el filme en tres grandes actos -ambientados en 1975, 1981 y 1985-, el primero de ellos cuando Bulger, como líder de la banda de Winter Hill, competía contra los hermanos Angiulo por hacerse con el control de las calles de Boston. El estilo es setentero. Delicado. Tenue. A veces, incluso demasiado distante. Bulger nunca se consideró un "soplón", pero sí formó una "alianza" con el agente John Connolly -un persuasivo Joel Edgerton-, un antiguo amigo de la infancia que, fascinado por el hombre, le concedió inmunidad a cambio de derribar a la Cosa Nostra. Pero los pactos con el diablo se pagan. Más tarde o más tremprano.
La cinta no sólo se beneficia de la mesura de Depp, sino también del buen hacer de secundarios como Jesse Plemons (Breaking Bad), Rory Cochrane (Argo), ambos matones de Bulger, y sobre todo de un excelente -acaso es una novedad- Benedict Cumberbatch, que interpreta al hermano de la bestia y presidente del Senado de Massachusetts Billy Bulger. Si amas el cine de gánsteres y la violencia, ni se te ocurra perdértela. Pero recuerda. La crueldad aquí es rápida. Súbita. "Cuando cazas un león", explica Sir Malcolm Murray en la serie Penny Dreadful, "hay un momento en el que te das cuenta de que ya no eres el cazador. Eres la presa". Y en Black Mass, como en la escena sobre la receta familiar "secreta", hay que asumir que somos trofeos. Presas de unos ojos azules, pétreos y centelleantes. Pero, ante todo, hambrientos.
‘Hotel Transilvania’, ¿a la tercerá va la vencida?
La maestría de la que hacía gala Genndy Tartakovsky en las imperecederas Samurai Jack y El laboratorio de Dexter se ha esfumado. ¡Plof! Como El Hombre Invisible. En la primera parte de Hotel Transilvania nos lo temíamos y, una vez vista Hotel Transilvania 2, podemos confirmarlo. La secuela de animación protagonizada por Drácula, Mavis, Johnny, Frankenstein y compañía no cumple con las expectativas. Y mira que me da rabia reconocerlo, porque iba con muchas ganas. Pero sea por lo que sea, no es mi ‘Zing’.
En esta nueva entrega del hotel de monstruos -la película de animación más taquillera de Sony Pictures-, Drácula se convierte en abuelo después de que su ‘pequeña’ Mavis y el humano Johnny conciban a Dennis, un medio humano-medio vampiro al que todavía -y salvo sorpresa mayúscula- no le han salido los colmillos. El Príncipe de la Noche está preocupado; de ahí que, junto a sus amigos, lleve a su nieto a un campamento de monstruos. Por supuesto, a partir de ahí, todo se complica terrible y monstruosamente.
Salvo algún que otro ‘gag’ -el mudo Blandi es de lo mejor-, el tono general de la película posee una falta de gracia asombrosa. Hay temas trabajados -algunos herederos de la primera-, como la convivencia entre especies, el abuso de la tecnología o la paternidad, pero el guion carece de conflicto específico y se precipita -aunque lo disimule- hacia la más mayúscula de las previsibilidades… Pero luego, ¡sorpresa!, llega el último acto y es fresco, divertido y deliciosamente infantil. Mención aparte merece el “Chatín” de Arturo Fernández, que en la versión española pone voz a Vlad, padre de Drácula. ¿Permanecerán abiertas las puertas del Hotel para una tercera película?
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