Bien es sabido que el cine del realizador Takashi Miike no es un plato demasiado digerible para el estómago del espectador occidental medio. El prolífico director, que este año ha acudido al Festival de Sitges para dar también alguna que otra charla sobre su carrera (en la que ha abordado la acción, el drama, la comedia, el musical…), ha venido con su nuevo niño bajo el brazo: Yakuza Apocalypse. La mezcla parece explosiva: yakuzas y vampiros, por lo que el Auditorio en pleno rebosaba de expectación, tras la decepción que supuso el pasado año su anterior película (la cinta de fantasmas Over Your Dead Body). La cinta tiene un buen arranque: un chico que quiere meterse en la Yakuza, sirve de la mejor manera posible a su jefe: un líder de la mafia japonesa, que en realidad es un vampiro. El guion comienza a descontrolarse hacia la media hora, cuando el chico es convertido en “chupasangre” por su idolatrado superior. A partir de aquí, Miike comienza a dar palos de ciego sin control: desconocemos quiénes son los héroes y quiénes los villanos, comienza el carrusel de personajes y situaciones a cada cual más surrealista y sobre todo desconocemos hacia dónde se dirige el relato. El realizador parece más preocupado por lo bizarro (meter a un hombre vestido de rana como un peligroso rival a batir, un huerto urbano en el que se cultivan niños…) que por dar un final digno a una historia que acaba convirtiéndose en una broma de más de dos horas y con un final digno de Ed Wood. Cuando hacia su clímax, el protagonista se bate a puñetazos con uno de sus grandes rivales (sabemos que lucha bien, pero no en qué bando está) durante algo más de cinco minutos, uno ya sólo mira el reloj, deseando que acabe este desaguisado. El que aquí escribe ha defendido a ultranza Ichi the Killer, Audition e incluso Visitor Q. Pero hay aros por los que no hay que pasar, siendo fan o no siéndolo, cuando crees que te están tomando el pelo.
No son demasiados los productos cien por cien cine de terror (como el concepto clásico de este) que son exhibidos en la Sección Oficial, por eso es de agradecer que el Festival haya decidido otro, año más, colar algún que otra cinta de género: como este The Devil’s Candy, que nos atañe a continuación. Dirigido por Sean Bryne, que ya presentó el año pasado en la sección Midnight Extreme la retorcida The Loved Ones, el filme es una curiosa mezcla de cine de casas endemoniadas con el género del ‘psycho killer’. La historia se centra en una familia, amantes del heavy metal, que se mudan a una casa que esconde un oscuro secreto: allí un enfermo mental mató a sus padres. Pronto unas extrañas voces comenzarán a invadir la mente del padre de familia, soltando su vena artística y pintando unos cuadros de lo más siniestro. Para empeorar la situación, aparecerá por allí el parricida, que ahora parece haberse encaprichado de la pequeña de la casa. Todo parece movido por una oscura entidad que habita en el lugar. Muy correcto el actor Ethan Embry en el papel del padre metalero, no tanto el del intérprete Pruitt Taylor Vince, que no convence como psicópata atormentado. La película está llena de buenas intenciones y deja un regusto a ‘slasher’ de los años 80, pero viendo joyas del terror que este año han pasado por la oficial como February, se nos ha quedado muy corta. Tras la proyección a uno se le queda la sensación de haber visto una buena Serie B que no pasará de la estantería del videoclub y que sólo se moverá entre los círculos de fans del género. Nadie puede negarnos esa sensación de déjà vu con la traca final, con una fórmula repetida en este tipo de productos hasta la extenuación. Nos quedamos con el vibrante sonido del que hace gala el filme, que dejó sin audición a buena parte del respetable a base de estruendosas guitarras eléctricas.
Cerramos con la bizarrada del día, llegada cómo no desde Japón: Parasyte. Filme dividido en dos partes, se trata de una adaptación cinematográfica del manga Kiseijuu Sei no Kakuritsu creado por Hitoshi Iwaaki, que gozó de gran éxito en el país nipón. En él, aparecen en el mar (sin dar demasiadas explicaciones, o ninguna) una serie de parásitos que infectan el cerebro de los seres humanos convirtiéndolos en esclavos caníbales a su merced (tal cual). La gracia de la función, es que al protagonista su parásito le anida en la mano en lugar del cerebro, dando así una extraña simbiosis entre ambos: el parásito cada vez es más humano, y el chico cada vez más inhumano. Pronto comenzará la guerra entre los humanos y los parásitos, e incluso aparecerán nuevas especies debido a las mutaciones. El problema, como casi siempre en el cine japonés adaptación de un manga/anime es el tono del mismo: si es la versión nipona de La huésped, contiene una cantidad de gore que haría palidecer a Stephanie Meyer; si es un ‘sy-fy’ en el que abundan las vísceras y los desmembramientos, tampoco se lo recomendaría a un fan al uso del género, ya que su pretenciosidad y contenido filosófico, acabarían por aburrirle y llevarlo al tedio. Es un producto hecho por y para ‘freaks’/’otakus’, que en Japón se cuentan por millones, pero que en España probablemente no alcance al 0.05% de la población.
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