Tras dirigir tres cortos sobre temas cotidianos, el joven húngaro László Nemes (Budapest, Hungría, 1977) ha roto todos los moldes con su ópera prima, la durísima, fría y elusiva El hijo de Saúl, que se estrena en España este hoy, viernes 15 de enero. Protagonizada por un soberbio Géza Röhrig, la película se ha llevado el FIPRESCI y el Gran Premio del Jurado en el pasado Festival de Cannes y, por si fuera poco, el Globo de Oro. También compite en los Oscar en la categoría de Mejor Película de Habla No Inglesa.
Ambientada en el campo de concentración de Auschwitz en 1944, El hijo de Saúl tiene como protagonista a Saúl Auslander (Röhrig), un prisionero húngaro que trabaja en uno de los crematorios y que, como miembro de un 'Sonderkommando', quema cadáveres de otros prisioneros a cambio de unos días más de vida. Haciendo uso de su moral, Saúl trata de salvar de las llamas el cuerpo de un muchacho, al que hace pasar por su hijo y al que busca enterrar dignamente con un rabino. SensaCine pudo entrevistar a Nemes en el pasado Festival de Cine de San Sebastián. Esto es lo que nos contó.
¿Has intentado mostrar la oscuridad exterior e interior? Como esa frase de Nietzsche de "Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti"...
Soy muy malo en Filosofía. Pero siempre he tenido una especie de instinto a la hora de enfrentarme a este tipo de dilemas o situaciones. En mi opinión, la película trata sobre ese momento en el que sólo hay oscuridad, cuando no hay esperanza, cuando no existe Dios, cuando la única pregunta es si tenemos algún tipo de voz en nuestro interior; una especie de conciencia divina que hace que elegir sea todavía posible; que uno pueda seguir siendo un ser humano. Para mí esa era el alma de la película...
Saúl, el protagonista, es inmune a la esperanza porque, en el fondo, se cree muerto...
Porque ese es el tipo de vida que existe en una situación así, en un mundo de muerte y en un mundo de muertos. En cierto modo, el personaje principal vuelve a sentirse con vida de nuevo.
¿Somos más libres si aceptamos la muerte como algo inevitable?
Esa es la pregunta que plantea la película. Porque los personajes que están alrededor de Saúl intentan resistirse, intentan sobrevivir o bien intentan salvar a otras personas. Pero Saúl no intenta nada de esto y tiene su propio objetivo. Es una especie de mundo en sí mismo.
El tema del Holocausto está sobreexplotado en el cine. ¿Cómo evitaste caer en el cliché?
Fue una reacción a todas las películas facilonas que se hacen [sobre el género] sin pensar. El cine, cuando se trata de temas como este, debería ser más responsable. Pero aún así quiere enseñar, porque enseñar es lo fácil. Eso no es lo complicado. Lo complicado es frenarte a ti mismo sobre qué enseñas. Quería hacer una película sobre el exterminio judío pero también de una manera distinta y no como los demás, centrándome en la excepción, en los supervivientes y en los relatos de supervivencia. Porque la muerte era la regla. Quería sumergirme en la naturaleza de esa muerte pero no como un libro de historia, sino llevar al espectador de la mano a un aquí y ahora, a lo que pasaba en aquel tiempo presente. Porque como individuo en el campo de concentración, asumo que no tenías toda la información. Y ahora, después de la Segunda Guerra Mundial, pensamos que así fue. Quería romper con las normas de representación de los campos y del Holocausto porque la experiencia debió de ser extremadamente única. No existe un punto de vista omnisciente. Por eso nos esforzamos por mantener la cámara al nivel de la vista, limitar la profundidad de campo y reducir el punto de vista al de una sola persona. Queríamos que el espectador fuera un medio y jugar con su imaginación, que era algo mucho más poderoso.
¿Te imaginas que El hijo de Saúl acabe convirtiéndose en un 'remake' en EE.UU?
No lo sé. Pero sí que creo que los espectadores de todo el mundo pueden estar interesados en esta película. El problema reside en que muchos títulos sobre el Holocausto tratan el tema pero sin pensar en la experiencia del que las está viendo; de la experiencia individual. Apuestan por lo fácil en los códigos de representación que, al fin y al cabo, sólo están ahí para tranquilizar al espectador: "Vale. Fue algo horrible. Pero también hubo supervivientes. También hubo esperanza". Están los buenos. Están los malos. Todo para provocar el llanto en el espectador. Y no queríamos hacer eso porque deseábamos explorar la naturaleza imposible del Holocausto y que la existencia del ser humano en algo así es imposible.
¿Qué clase de documentación reuniste para la película?
Investigamos muchísimo, durante años y años. No entrevistamos a supervivientes pero sí hemos leído historias, entrevistas y sobre miembros de los 'Sonderkommandos', estos grupos especiales que se mantenían aislados de los demás prisioneros. Comían mejor y se les trataba mejor pero, al mismo tiempo, tenían el peor trabajo imaginable y sabían que, tras un tiempo, también les liquidarían. Algunos de ellos incluso dejaron escritas sus experiencias cuando estaban todavía en los campos. Leímos todo esto, hablamos con historiadores, varios, e investigamos testimonios de Sonderkommandos que sobrevivieron.
Aunque sea imposible imaginárselo. ¿Crees que traicionaron a los suyos?
No lo creo. Creo que después de una guerra o de un acontecimiento de esta magnitud es muy fácil juzgar a las personas. Porque ellos desempeñaban el trabajo más horrible de todos, e incluso algunas veces encontrando a sus propios familiares en las cámaras de gas para quemarlos después. Sucedía bastante a menudo. Y también era parte de la estrategia de sus autores para responsabilizar a las víctimas. Eso es lo que quería contar en la película. Una vez estás ahí, la historia es completamente distinta.