Quienes estén enfermos de 'hype' meses antes del estreno de La La Land... tienen un montón de razones para estarlo. Después de Whiplash, Damien Chazelle ha firmado un musical de esos que hacen época. De esos, como se ha dicho en la rueda de prensa que abría esta mañana la competición en Venecia, que perduran en la memoria colectiva. No es muy frecuente que, tras la escena inicial de una película, los cientos de periodistas que asisten a los pases de prensa en el Lido avalen con un aplauso lo que después el resto de la película acabaría por confirmar: que ya tenemos aquí a una gran candidata para los Oscar.
Ryan Gosling y Emma Stone se mueven deliciosamente de lado a lado de la pantalla. Él es un frustrado pianista de jazz que se gana la vida como puede mientras persigue su sueño: abrir su propio club; ella es una aspirante a actriz que sortea los casting como puede: con más voluntad que fortuna. Y los dos, a ritmo de claqué, coinciden en una Los Ángeles onírica y colorista que resulta descorazonadora para los artistas y muy agradecida para el espectador. “Damien y yo hablamos antes del rodaje sobre algunos incidentes que yo había sufrido cuando llegué a Los Ángeles, con 15 años. He tenido algunas audiciones humillantes”, confesaba Stone ante las cámaras.
Y ante el duelo actoral y de baile, ha adquirido cierto sentido que Ryan Gosling no haya podido venir al Lido a presentar la película. Está rodando esa secuela de Blade Runner de la que aún conocemos poco. Tiene sentido decimos porque, a pesar de que el metraje parece estar repartido al milímetro entre ambos intérpretes, la pelirroja de ojos grandes roba la historia con su desparpajo y su saber hacer. Es la chica soñadora que nunca se rinde. “Esta película no es cínica”, recalcaba Stone. “Es sobre los sueños, sobre la esperanza, sobre trabajar para conseguir algo. Es una alegría poder enseñársela a los jóvenes. Deberían trabajar para conseguir sus sueños y no ser cínicos”.
Los Ángeles, plató dentro del plató
Pero la tercera protagonista es la ciudad. Como Emma Stone, Damien Chazelle llegó hace nueve años a California intentando labrarse una vida como director. Así explicaba cómo La La Land refleja su propia experiencia sobre la meca del cine: “Recuerdo cuando me mudé. Allí pasa algo con la soledad, la ciudad no se abre a ti. La idea de esta película en lo que a la ciudad respecta era construir la historia desde todos los clichés de los que nos burlamos -el tráfico, las fiestas aburridas, todo lo de los famosos-, pero partiendo de ahí para escribirle una carta de amor. Para intentar ver la belleza debajo de la superficie. Y hay algo muy poético en esta ciudad, construida por gente con sueños muy poco realistas, y que lo dan todo por ellos”.
Las referencias cinéfilas son inabarcables. Hay personajes que salen de los coches como Marcello Mastroianni, paredes forradas con retratos de Ingrid Bergman, grafittis que muestran a Marilyn Monroe o a Groucho Marx. Y Rebelde sin causa. Y pantallas dentro de las pantallas. Y Venecia ha apostado por esta carta de amor al cine para abrir una semana de cine entre medidas de seguridad para evitar otro Niza. Y con el recuerdo encima del terremoto de Amatrice, que ha provocado la suspensión de la cena de gala que tradicionalmente abre el festival para las estrellas. No tendremos cena, pero siempre nos quedarán los sueños. Y los mosquitos.