El escocés Ewan McGregor no necesita presentación a estas alturas. Al dos veces nominado a los Globos de Oro lo hemos visto en la gran pantalla como el Obi-Wan Kenobi de Star Wars, el Renton de Trainspotting o el Christian de Moulin Rouge. Eso sin contar a la pareja de gemelos que interpretará en la tercera temporada de Fargo, la secuela basada en la obra de Irvine Welsh o su esperado Lumière de la versión en acción real de La Bella y la Bestia. Pero además se ha atrevido con la adaptación de American Pastoral (Pastoral Americana), primera entrega de la 'Trilogía estadounidense' de Philip Roth -completada por Me casé con un comunista y La mancha humana- en su debut detrás de las cámaras que compite en la Sección Oficial de San Sebastián tras su paso por Toronto.
Por algo la mencionada trilogía de Roth -enormemente complicado de llevar al cine; este año también se ha estrenado Indignation, con Logan Lerman y Sarah Gadon- también se denomina como el ciclo de 'los Estados Unidos perdidos'. McGregor plasma estética y narrativamente la embriaguez de los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, en palabras de Nathan Zuckerman, David Strathairn en el filme y álter ego del ganador del premio Pulitzer, el estado extático de una nación que nunca jamás se volvería a repetir.
Como le gusta hacer a Richard Ford con su adorado Frank Bascombe, protagonista de El periodista deportivo y de El Día de la Independencia, entre otras, Roth condensa en poco más de 500 páginas más de 30 años de historia de EE.UU, desde el Movimiento por los derechos civiles, pasando por la presidencia de Lyndon B. Johnson, la Guerra de Vietnam o el escándalo Watergate. No parece tarea sencilla resumirlo en dos horas, ¿verdad?
Seymour 'El Sueco' Levov (McGregor) lo ha sido todo en la vida. En el instituto fue un legendario atleta y con el tiempo un exitoso hombre de negocios, propietario de una fábrica de guantes. Su matrimonio con Dawn (Jennifer Connelly), una auténtica belleza, y su pequeña Merry (Dakota Fanning) lo convierten por derecho propio en la personificación del sueño americano. Pero cuando la hija comete un acto de violencia, su vida se desmorona.
Las actuaciones de esta ópera prima no se merecen ninguno de nuestros peros. Connelly está soberbia como esposa trofeo que siempre soñó con algo más y su interpretación, salvo alguna leve estridencia, recuerda en un par de escenas a la Alicia Nash de Una mente maravillosa, que le valió el Oscar en 2002. Sin embargo, la dirección se torna pesadamente académica, trivial, y los momentos de máxima tensión flotan sobre el resto del metraje como gotas de aceite sobre una balsa de agua. Mención aparte merece la actriz Valorie Curry (House of Lies) como la joven Rita Cohen, que protagoniza el fragmento más carnal y libidinoso de toda la película y que destaca sobre Fanning.
El invierno como ocaso vital
También en Sección Oficial nos ha sorprendido gratamente El invierno, lo último del argentino Emiliano Torres, que aquí debuta como realizador pero que ya había firmado guiones como Esperando al mesías o Todas las azafatas van al cielo, ambas de Daniel Burman. En su ópera prima, por la que ha ganado el Premio de la Industria en Cine en Construcción de Toulouse, urde una historia con temas como el ocaso existencial, la soledad y la lealtad.
Austera y con muchos silencios, el filme -que repite algunos patrones del 'western'- comienza relatando la vida de Evans (Alejandro Sieveking), el viejo capataz de una estancia en la Patagonia que recibe por las mismas fechas a un grupo de trabajadores temporales para la época de esquila y al que le gusta decir que nada cambia. Cada año es exactamente igual. Las mismas copas de vino. La misma vieja radio que le hace compañía. Los mismos calendarios vetustos que se desprenden del descascarillado tabique con el único cobijo de una estufa que acumula hollín y recuerdos. Nunca hay sorpresas, salvo esta vez en la que Evans, terminada la esquila, es despedido y reemplazado por un joven peón llamado Jara (Cristian Salguero). Ambos tendrán que sufrir para sobrevivir al siguiente invierno.
Con el rostro curtido por los años y las inclemencias del tiempo en la fría región argentina, Evans recuerda a un capitán Ahab que, pese a no desprenderse del todo de sus coléricos ataques, hace tiempo que dejó de intentar arponear a Moby-Dick. Un Odiseo que nunca encontró las fuerzas necesarias para regresar a Ítaca y que permaneció encallado por siempre en la isla de Ogigia, desértica, baldía y prácticamente yerma. Lamentablemente, Torres no la riega como Homero de chopos, álamos y cipreses, y tampoco obsequia a Evans con una Calipso; tan sólo con unos pocos perros hambrientos y con una familia que prefirió olvidarlo.
La esquila de ovejas, un oficio abandonado y practicado por unos pocos, actúa como metáfora del paso del tiempo y de la renovación, como la obligada metamorfosis a la que tienen que adaptarse Evans y su sustituto. Sus ilusiones y esperanzas, entumecidas y congeladas, quedarán detenidas en una estación eterna que no desearía ni George R.R. Martin.
Después de la tormenta: Kore-eda nos enseña a aceptar la gloria perdida
En una entrevista publicada por SensaCine en marzo de este año, el director Hirokazu Kore-eda, que presenta en Perlas su última película, Después de la tormenta, nos revelaba su gusto por los funerales. Realmente, la muerte es un tema recurrente en la filmografía del japonés, diríase que incluso una pasión. Esto puede apreciarse, por ejemplo, en títulos como After life (1998), Nadie sabe (2004), Still Walking (2008) y más recientemente en su anterior cinta, Nuestra hermana pequeña (2015), que llevaba al celuloide el manga Unimachi Diary de Akimi Yoshida. Pero Después de la tormenta no aborda tanto la muerte como un elemento externo a nosotros -ese rito de separación y hasta de vergüenza que describe magníficamente el escritor noruego Karl Ove Knausgård en la primera entrega de sus memorias Mi lucha, La muerte del padre-, sino más bien desde dentro de uno mismo, ese agujero negro que nos aliena cuando empezamos a ser conscientes de que los sueños que teníamos se han marchitado hasta el punto de adoptar la naturaleza de quimeras inalcanzables.
Después de la tormenta, que vuelve a contar con los actores Hiroshi Abe y Kirin Kiki y que ya pasó por los festivales de Cannes y Toronto, gira en torno al antiguo ganador de un premio literario Ryota (Abe) que, decepcionado porque las musas lo hayan abandonado, despilfarra la mayoría del dinero que gana como investigador privado en las apuestas y que apenas puede pagar la pensión de manutención de su hijo, Shingo, que le demanda su ex mujer Kyoko (Yôko Maki). Y es aquí lo primero que nos encanta, pues Kore-eda retoma una vez más el rol de hijo de familia lastrado y agobiado por su falta de éxito, perdido existencialmente por culpa de sus decisiones pasadas y que, en este caso, genera desconfianza -y también cariño- tanto en su madre Yoshiko (Kiki) como en su hermana.
"Qué he hecho yo para merecer esto" es uno de los pensamientos -prácticamente aforismos- que se repiten en la cabeza de este nuevo protagonista de Kore-eda que, como indica el título del filme, tiene que esperar a la llegada de una tormenta anunciada y purificadora para que sus pecados y sus preocupaciones desaparezcan. O para que al menos se difumine el control y el peso que el tiempo pretérito ejerce sobre él.
Como observa la matriarca, "un guiso -¡Otra vez la gastronomía!- necesita tiempo para que se asiente el sabor de los ingredientes; y lo mismo ocurre con las personas". Porque, en realidad, de lo que habla aquí el también realizador de Air doll es de la melancolía -la nostalgia por un padre, por una relación amorosa, por un hogar en el que disfrutar de la jubilación-, aunque con una aureola mucho más optimista que en De tal padre, tal hijo. Además, la moderación en el tratamiento de la historia potencia todavía más esa esperanza, incluso cuando Ryota chantajea a sus objetivos o cuando espía las citas entre su ex mujer y su futuro esposo. Al final, el antiguo matrimonio relega a un segundo plano sus emociones no resueltas en favor de una decisión más pragmática, posiblemente la mejor para su hijo. Porque, como parece decir Kore-eda, no hay que huir de los errores que hemos cometido en vida pero sí aceptar que esta puede ser imperfecta y reservarnos unas cuantas sorpresas.
Santiago Gimeno
La Reconquista: Una triste canción al amor inconcluso
Tras Todas las canciones hablan de mí, Los ilusos y Los exiliados románticos, Jonás Trueba compite en Donosti con La Reconquista, una mirada melancólica al amor inacabado y, de nuevo, al paso del tiempo. Manuela (Itsaso Arana) y Olmo (Francesco Carril) vuelven a verse las caras en una noche de invierno en Madrid. Quince años atrás eran amantes y su relación, aunque nunca marchita, ha quedado suspendida en la carta que inicia el relato pero que él asegura no recordar. Un cuento sobre lo perdido y sobre lo nunca olvidado.
Trueba, sin duda, pretende que sus protagonistas hablen con naturalidad. Pero en el texto y en sus momentos de risas, de confidencias, pesan más lo estudiado y lo planeado. Un ensayo que anula por completo el sentido del filme, pretencioso y engolado por momentos. A través de los paseos, las bebidas, el concierto del padre de ella, las castañas y los bailes, el recuerdo escondido -el que nunca se evaporó- aflora en los gestos y acaba por aplacar las inseguridades sin llegar nunca a un renacimiento. Ninguno de ellos está dispuesto a dejar su vida por el otro. Como descubrimos después, siempre con una carta como mapa, quererse tanto era doloroso y apresurado entonces. ¿Por qué iba a ser distinto ahora?
La culpa, de un modo extraordinariamente frágil, también se aprecia en el filme, y quizá sea en esos diminutos momentos tan inapreciables donde más acierte el madrileño: en lo que no se dice, en pequeños destellos que apelan a nuestra propia sensibilidad -como la indecisión infantil de Olmo, su baile repentino y ese rozar el teléfono móvil con los dedos. Después, la película se estructura en dos partes más: la segunda, más breve, con él hablando con su actual novia (Aura Garrido), basada en gestos y en silencios; y la última, quizá más irreal e hinchada en exceso, que nos despeja las dudas sobre cómo fue su amor adolescente.
Santiago Gimeno / Cristina Vega
Your Name: Anime con aires de Hosoda y Whedon
Y dentro de proyecciones especiales, una más de amor, esta vez en formato de película de animación. Hablamos de Kimi no na wa / Your Name de Makoto Shinkai, director y guionista de El jardín de las palabras y Viaje a Agartha, entre otras, y considerado heredero de Miyazaki, Takahata y Hosoda. SelectaVision la traerá a España en enero de 2017 y nos ha recordado a La chica que saltaba a través del tiempo con el clásico choque entre tradición y modernidad. Almas gemelas destinadas a encontrarse e intercambio de cuerpos a la vez.
En Your Name, el joven Taki Tachibana despierta de lo que parece haber sido un sueño importante. Pero no lo hace en su habitación y tampoco en su cuerpo... sino en el de una chica. A su vez, Mitsuha Miyamizu es una adolescente cansada de vivir en el pueblo de Itomori y, en un ataque de desesperación, pide un simple deseo: convertirse en un chico de Tokio. Acaba cumpliéndose y los dos tienen que acostumbrarse al intercambio, que se repite con cada uno de sus sueños. Esta, posiblemente, es la parte más divertida de la trama: la torpeza con sus nuevos cuerpos, la relación con unos amigos que no conocen y los mensajes que se van dejando en el teléfono para guiar e informar al otro de sus respectivas ausencias y que poco a poco les va llevando a algo más.
El inevitable encuentro entre Taki y Mitsuha, con ese hilo que se enreda y desenreda para juntarlos a pesar de lo que está escrito, tiene mucho del guion de Joss Whedon para In Your Eyes (2014), sólo que en esta última la conexión de los personajes nacía a través de un vínculo telepático. Podríamos contarte mucho más, pero no queremos estropearte todas las sorpresas.
Santiago Gimeno
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