Día terriblemente lluvioso el de ayer en la que, esta semana, es la capital del cine fantástico: la localidad catalana de Sitges. Por lo que, paraguas en mano, entramos una jornada llena de títulos como todos los días, con el añadido de que si nos equivocamos (o nos dan el chivatazo de que la buena del día se proyecta en otro cine) no hay mucho margen de maniobra (a no ser que se quiera acabar calado hasta los huesos).
Empezamos el día en el Auditorio, con la Sección Oficial, para ver un título al que personalmente yo le tenía muchas ganas, tras lo oído en su proyección en el Festival de Toronto: se trata de Grave (Crudo), de la realizadora francesa Julia Docournau. Las crónicas relataron que varias ambulancias tuvieron que atender a varias personas, tras el pase de la película en la ciudad canadiense. ¿Estrategia de marketing de Universal que se había hecho con los derechos del filme? Quizás, pero ya era todo un incentivo para ir a verla. La premisa de la cinta es bien sencilla: una chica vegetariana comienza sus estudios de veterinaria en una universidad en la que los veteranos hacen todo tipo de perrerías a los novatos como ella. En una de esas llamadas "pruebas de iniciación", la joven tendrá que comer unos riñones crudos contra su voluntad. Lo que desconoce es que esto despertará en ella una inusual hambre por la carne cruda, incluso si ésta viene de un ser humano. Estamos ante un debut muy efectivo que, pese a algunos altibajos en su mitad de metraje, nos ha encogido el alma en más de una ocasión, y que nos recuerda que el terror francés que nos trajeron Pascal Laugier o Alexandre Aja no fue un espejismo. Mención aparte merece la banda sonora de Jim Williams, que recuerda en gran medida a las de John Carpenter, perfecta para explorar los recovecos más oscuros del ser humano. El paso de la adolescencia a la madurez nunca fue tan salvaje.
Vamos con otra de las citas obligadas del día: el retorno al 'slasher' del director norteamericano Rob Zombie, 31. El filme, que se ha financiado a través del 'crowdfunding', parecía suponer el retorno del Zombie más salvaje desde Los renegados del diablo. La película, que comienza con un 'tarantiniano' (y probablemente lo mejor de toda la cinta) monólogo de uno de los asesinos protagonistas, narra las desventuras de cinco personas que son secuestradas la noche de Halloween para participar en un siniestro juego de supervivencia: tendrán doce horas para escapar con vida de un siniestro circo de los horrores y la muerte. Estamos a una cinta a caballo entre Hostel y La matanza de Texas (o al menos es lo que al director le gustaría). La producción está plagada del ideario del realizador y músico de Massachusetts: América profunda, ‘rednecks’, payasos letales, mujeres sexys y sangre… Aunque no toda la que esperábamos. Y es que, pese a huir de los grandes estudios para producir más libremente su obra, nos hemos encontrado con un Zombie curiosamente conservador, y es que es muy posible que la película haya sufrido cambios en la sala de edición para poder obtener la calificación R, y llegar a más fans, que es para los que ha hecho el realizador esta 31. Cabe destacar entre las actuaciones de la cinta el papel de Malcom McDowell, como peligroso maestro de ceremonias con peluca de Luis XIV, inconmensurable una vez más el protagonista de La naranja mecánica. Seguimos esperando esa gran obra que siempre promete ser el próximo proyecto de Zombie que, pese a su empeño de por hacer el cine que le gusta ver, parece no llegar. Yo me sigo quedando con su incursión en el cine de terror psicológico: Lords of Salem.
Vamos con la cruz del día. Cruz con mayúsculas. La película que nos vendieron como más extrema del festival y para la que pidieron el documento nacional de identidad a algunos jóvenes a la entrada, si querían acceder a la sala: Tenemos la carne. No se cómo definir esta producción mexicana… ¿Cómo una suerte de Jodorowsky pasado por el tamiz de Gaspar Noé? ¿Quizá Jörg Buttgereit tratando de hacer un remake de un trabajo del colectivo Los Hijos? Tampoco he discernido lo que el realizador Emiliano Rocha quería transmitir: ¿el nacimiento, la vida y la muerte?, ¿sus extrañas parafilias sexuales?, ¿el placer por todo tipo de carne? Estamos ante una cinta pornográfica de arte y ensayo, que por momentos parece una performance de un colectivo de actores del Patio Maravillas, en la que todo vale: desde el incesto, a la necrofilia, pasando por la violación, una eyaculación en primer plano y hasta una menstruación que se deja caer sobre la boca de uno de los protagonistas. El realizador ha pretendido ser muy transgresor, pero solo ha conseguido la provocación fácil e incluso la risa y el bochorno en muchas ocasiones. Si Rocha quería que se hablase de él en Sitges lo ha conseguido, será de esos que piensan que da igual que hablen mal de ti mientras hablen. Aún sigo sin comprender, ¿qué aporta a la trama (si es que la tiene) un plano fijo de un pene en reposo durante más de un minuto?