En enero de 2013, con motivo de su regreso a Star Wars por la película El despertar de la Fuerza, la actriz Carrie Fisher -fallecida este martes 27 de diciembre a los 60 años- publicó a través de bulletmedia.com una magnífica carta, cargada de ironía y autocrítica, dedicada a la princesa Leia, el personaje que la hizo famosa pero que también ensombreció el resto de sus papeles. Aquí la tienes.
Querida princesa Leia,
No deseo ser presuntuosa y llamarte "Leia", ya que eso implica una confianza que no quisiera suponer. Y aunque algunos puedan decir que nos parecemos hasta el punto de ser fácilmente confundidas la una con la otra —si inexplicablemente nos pusiéramos de acuerdo en vestir con ropa similar, aunque ordinaria, y tú renunciaras por fin, sensatamente, a rendirte a los rigores de ese ridículo y escandaloso peinado—y así lo dejo caer, aunque con retraso—, yo podría pasar por ti con unos pocos cambios mientras que tú quizá podrías hacerlo con unos cuantos más. ¿Pero coincidiría mi espíritu con tu físico?
Me he pasado casi dos tercios de mi vida surcando galaxias en esas jodidas botas blancas de cuero. Incluso llegué a intentar que respondieras por tus actos, entender tus posibles motivos por elecciones que una de nosotras no supo tomar. Pero mientras tú siempre serás recordada por deambular en paisajes plagados de estrellas, existiendo para siempre en el recuerdo y en la pantalla, yo mataré el tiempo ruidosamente en ese infame armario de la fama—engordando, arrugándome, encorvándome y, la mayoría del tiempo, volviéndome estúpida con los años. Aquí estamos representando nuestra propia versión de Dorian Gray. Tú: delicada, incuestionable, y erguida, para siempre condenada a la vasta y codiciada prisión de aventura intergaláctica. Yo: luchando más y más contra el estrés postraumático posgaláctico, soportando tus cicatrices, encaneciendo tu pelo oscuro y ridículo hasta la eternidad.
Tú siempre fuiste la heroína; yo me la esnifé en un pobre intento de debilitar el resplandor de tus intensas travesuras intergalácticas. Tú te quedas con la gloria; yo no hago más que envejecer. Tú: tu buen físico y tus buenas intenciones me ponen enferma—Bueno. Es uno de los motivos. Mientras tú combates el lado oscuro desde la luz y la inocencia, yo estoy en El Foso del Sarlacc, cubierta de los infames fluídos corporales de Jabba. ¿Acabará algún día? Probablemente no, pero yo sí. Estoy segura de ello. Mis secuelas, afortunadamente, terminarán por fin, mientras que las tuyas marcarán y consumirán una era.
Aunque estás condenada a representar una y otra vez las mismas siete horas de aventuras a lo largo de las ahora casi cuatro agitadas décadas, al menos luces bien luchando contra el mal. Yo parezco una vieja. Mis joviales y celosos ojos miran desde una cara hinchada y envilecida por la edad. ¿No se suponía que yo iba a permanecer felizmente atrapada en el ámbar de nuestra imagen proyectada, esquivando la retención de líquidos, el peso y las arrugas del mismo modo que tú luchas por la gloria o por la mierda que fuera? ¿Un universo resplandeciendo de paz y de justicia, Ewoks retozando en sus campos cubiertos por La Fuerza? ¿Acaso no era eso? En serio. ¿No era eso?
En nuestro destino de todo menos compartido (y si así fuera, sería insalubre)—sea cual sea el de Leia, el de Carrie será, al menos periódicamente, empequeñecido y decepcionante, cubierto de autocompasión, marchito y sobreexpuesto, cargado de tristeza e irrelevante en comparación con tus ricas e ininterrumpidas aventuras. ¡Tócala otra vez, Han! Leia juega mientras yo sigo pagando y pagando y pagando. Soy Carrie Fisher de Star Wars, el barrio marginado cerca de la antigua casa de los Vader.
Yo desaparezco a medida que tú resplandeces. Yo me encorvo a medida que tú te ensalzas y luchas por el bien. Oh, vaya. Hay cosas peores, lo sé. Esas mismas cosas cargan mis espaldas y atormentan mis días buenos que están por llegar. Pero lo malo suele dar paso a lo bueno—Dorian Organa da paso a Carrie Gray. Al final todos salimos ganando, ¿verdad? Si no por completo, entonces por un puñado de días agradables e inevitables. Ella es Leia Organa, desde lo más hondo de los recuerdos de tantas y tantas personas. Brillando con el cálido resplandor de la nostalgia de la ciencia ficción. Nuestra Alderaan, llévanos lejos pero, allí adonde vayas—al cielo o la jodida Ciudad de las Nubes, el palacio de Jabba o la sala de urgencias, arriba, abajo, o más allá—, esfuérzate al máximo para hacerlo como yo: asegúrate de disfrutar a tope el viaje. Quítate esos pelos, pero disfruta.
Te quiere, Carrie