No eran ni las ocho de la mañana y los cronistas ya se apelotonaban frente a los guardias de seguridad del Gran Theatre Lumière. Así, sufriendo empujones y maldiciones bajo un sol sin escrúpulos, la prensa acreditada se agobiaba levantando los móviles para mostrar que íbamos con retraso. Tanto daba. Por primera vez -al menos desde que yo vengo a Cannes- el pase se iba a retrasar, algo normal si pensamos que a las 8.30AM (hora de la proyección) aún estaba la mitad de la prensa abriendo mochilas y dejando monedas y llaves en las bandejas de seguridad que sortean los arcos magnéticos. Va a ser un festival divertido.
Todd Haynes tuvo que haber ganado la Palma de Oro hace dos años cuando presentó Carol (2015) a competición. Un jurado despistado, presidido por los hermanos Coen, decidió que lo único premiable de la cinta era la actriz Rooney Mara, y que era mucho mejor película Dheepan de Jacques Audiard (película de la que nadie ya se acuerda). Así que este año le toca la reválida -son varias las concomitancias entre la obra de Haynes y de Almodóvar, así que who knows-, algo que bien podría pasar si Wonderstruck cala en el jurado como en buena parte de la prensa, que ha recibido la película con una sonora ovación.
Wonderstruck adapta al pie de la letra (y del dibujo) el delicioso cuento de Brian Selznick -que también guioniza el filme- que narra dos historias separadas en el tiempo: (años 20) la de una chica sorda que huye de casa y (años 70) la de un chico que, también afectado de sordera tras ser alcanzado por un rayo, decide huir de la suya para encontrar a un padre al que todavía no conoce. La primera está contada mediante dibujos a lápiz sin diálogos, la segunda mediante el uso de la palabra escrita. Para ello Haynes utiliza dos opciones estéticas distintas: las técnicas del cine mudo para la historia de Rose (Millicent Simmonds) y luces de película callejera setentera (incluso de blaxploitation) para la de Ben (Oakes Fegley). Dada la sordera de ambos protagonistas, Haynes hace un uso del sonido en off y fuera de campo brillante, más como arma dramática que como solución estética (casi todos los diálogos de la cinta son palabras escritas en libretas). Al final ambas historias convergerán en un giro narrativo que hará uso de la animación en stop-motion para dar respuestas a las muchas preguntas que se plantean la obra y es ahí donde Wonderstruck alcanza la epifanía emocional que en la primera parte del relato parecía escorarse hacia una zona bastante más rudimentaria. Vaya, que la película va de menos a más -de hecho, la primera secuencia de la obra es lo más feo que ha rodado nunca el director de Lejos del cielo (2002)-, de hecho, es cuando Haynes se aleja más de la novela de Selznick cuando la película cobra más fuerza (antes estaba demasiado obsesionado en buscar simetrías de todo tipo: entre el libro y la película, entre las historias de Rose y de Ben, etc). Nada que objetar, porque cuando Wonderstruck abre sus alas convierte a cosas como La La Land en papel cuché. Y su media hora final es absolutamente magistral. Bravo.
Takashi Miike (56 años) ha alcanzado con Blade Of The Immortal su película número cien. Quizás por eso ha decidido que ésta sea una fiesta en toda regla donde cuadre sin salirse de madre su pasión por la violencia más expeditiva -ya en la primera secuencia el samurái protagonista acaba él solo con un centenar de espadachines- con su particular y ciertamente tronchante sentido del humor. La obra que adapta el manga de Hiroaki Samura, cuenta como un samurái (al que da vida el cantante Takuya Kimura) se vuelve inmortal después de que una bruja le introduzca unos “gusanos sanadores” en el organismo. Convertido en una especie de Lobezno nipón se dedicará a partir de entonces a tratar de acabar con una orden de nuevos samuráis malignos y, de paso, vengar la muerte de los padres de una niña. Si conocéis a Miike, os lo podéis imaginar: Blade Of The Immortal es un festival sanguinolento donde las mutilaciones y desmembramientos están a la orden del día. Un chambara de la vieja escuela donde cuanto más delirante se pone más divertido resulta. Miike nos suele dar por cada tres películas malas, una buena. Hemos tenido suerte.
Cerramos con la peor película vista hasta ahora: Loveless del farragoso realizador ruso Andrey Zvyagintsev, donde vuelve a buscar una metáfora sobre lo pérfida que es la Rusia contemporánea mediante una histriónica historia con padres desalmados -hay un plano aberrante donde los progenitores hablan de su hijo de once años como si fuera basura para luego mostrarle llorando desconsoladamente escondido en el lavabo- que acabarán viéndose castigados por su egoísmo tras la huida de casa del pequeño. Con los peores tics del cine de autor plomazo, Zvyagintsev catea en 2017.
Día 0: Un felliniano Arnaud Desplechin inaugura el festival con 'Les fantômes d’Ismaël'