El duelo entre la lógica -el auge de las plataformas en streaming VOD de cine y series, se llamen como se llamen- y la rabia -cronistas indignados porque un festival acoja películas que no se estrenarán en salas de cine- ha vivido hoy su cenit, en buena parte motivado por las palabras de Pedro Almodóvar en la rueda de prensa del Jurado donde se posicionaba claramente en el segundo grupo de los citados.
Llegaba así con polémica la proyección del primero de los títulos de Netflix presentes a competición oficial, Okja del siempre afilado cineasta coreano Bong Joon-ho -el otro es The Meyerowitz Stories (New And Selected) de Noah Baumbach-, ¡y con problemas técnicos! La película, mal encuadrada en pantalla en su pase a las 8.30 AM en el Gran Theatre Lumière tuvo que detenerse tras continuos abucheos del público asistente. Se palpaba tensión, eso estaba claro. El logo de Netflix fue abucheado y aplaudido a la par, creando un malestar para aquellos que, simplemente, queremos una buena película en Cannes y que, además, no somos amigos de armar bronca en una proyección. ¿Mi opinión al respecto de la polémica? Sólo para quién le interese: soy un férreo defensor de ver el cine en el cine (valga la redundancia). La experiencia estética de la sala oscura y la pantalla grande no es reproducible en el salón de casa. Pero también soy defensor de Netflix, HBO, Amazon Premium, Filmin y demás soportes en 'streaming' que, no sólo están trayendo un producto brutal a nuestros hogares a un precio más que bueno, sino que además están adaptándose con inteligencia a una demanda popular que llevaba años en el aire. Y creo férreamente que ambas experiencias pueden coexistir para satisfacción de todos. Es la misma razón por la que en casa sigo pinchando vinilos y además estoy suscrito a Spotify.
¿Y después de todo el ruido mediático? ¿Qué es lo que queda? Pues una película bastante tremenda, sí señor. Okja es un cuento juvenil, con mensaje pro-ecológico muy en la línea de Mi vecino Totoro (1988), que tan pronto parece un cruce entre El gran gorila (1949) y ¡Liberad a Willy! (1993) -en su parte dramática- como un choque de trenes entre los Monty Python y Benny Hill -en su parte cómica. Joon-Ho Bong presenta en Okja la historia de una niña enfrentada a una corporación (caricaturesca) maligna, dirigida por una Tilda Swinton (por partida doble) en modo cartoon, obsesionada con crear animales mutantes gigantes, quién tratará de salvar a su mascota, Okja -una especie de hipopótamo gigante de lo más entrañable (en cuanto salga la preventa en Funko es mío)-, de ser convertida en hamburguesas y salchichas. El tono naïf de la cinta va cargado, como no podía ser de otra forma, de mala leche: el retrato de los lobbys de 'fast-food' como agrupaciones de imbéciles sin escrúpulos, los corrales y mataderos de animales como si fueran campos de concentración nazis, los grupos de acción para proteger a los animales están ahogados en sus propias contradicciones… y en medio de todo ello, una niña fabulosa (está genial la joven actriz Seo-Hyun Ahn), todo corazón, a la que bambolean unos y otros tratando de sacar provecho en inmoral beneficio propio. Cine fantástico repleto de fantasía, Okja deja grandes momentos para el recuerdo: desde el increíble arranque en las montañas con el animal disfrutando en su hábitat natural, a la persecución-secuestro del animal con tráilers y activistas pacíficos (que no dejan de disculparse por su violencia), al delirio sexual del presentador de televisión al que da vida Jake Gyllenhaal cuando tortura a los animales…
También a competición oficial nos llevamos un ladrillazo en toda regla con la última película del cineasta húngaro Kornél Mundruczó, Jupiter's Moon. El cineasta, que cuando no es tan pretencioso como farragoso -Semilla de maldad (2010)- es directamente insoportable -White God (2014)-, en su última película se adentra en el cine de refugiados en lo que parece ser un thriller místico, donde un joven inmigrante posee poderes de levitación y telequinesis (o algo parecido) y vivirá una auténtica pesadilla en busca de su padre desaparecido, únicamente ayudado por un cirujano alcohólico que buscará aprovecharse de las extrañas dotes del joven. Metáfora de la crudeza de la Europa contemporánea -o eso pretende-, mezcla abigarradas secuencias de acción -no veas como iñarrutea Mundruczó- con diálogos vergonzantes sobre el ser y la nada, al mismo tiempo que ofrece un retrato rarísimo de los refugiados -son más terroristas que mesiánicos, por más que el padre del protagonista, ejem, sea carpintero. En fin, dos horas de sonrojo y estupor que marcan el farolillo rojo de la sección oficial (quién sabe, igual a Will Smith le gusta).