Mi primer gran momento ridículo en Cannes, hace ahora ocho años, fue cuando saliendo del baño anexo a la sala de prensa -un verdadero pozo de inmundicia- me di de bruces con una señorita con vestido de noche. Fue un golpe intenso. Técnicamente, ella me arrolló pero, dado el habitual estado de inanición y agotamiento fruto de las pocas horas de sueño, pensé que había sido culpa mía. Así que, abotargado y confundido, traté de disculparme en mi francés propio de a quién le faltan (o le sobran) varios dientes: "Don’t worry, darling. It’s all my fault". La señorita en concreto era Naomi Watts que, saltándose el protocolo, esquivó el pasillo de fotógrafos para acercarse al baño estilo Primavera Sound del Palais. Yo, que la acababa de ver en pantalla gigante protagonizando Caza a la espía (2010), me quedé mudo. Recuerdo que lo primero que pensé fue: "Me van a expulsar del festival por agredir a una actriz". Pero no. No pasó nada. Ella se deslizó entre mi cuerpo y la pared y nadie me vino a regañar por ser tan patán. 'Strike' uno.
Sé que a veces parece que lloremos cuando estamos en Cannes. Sobre todo cuando uno luego lee crónicas de periodistas que se hinchan a ostras y caracoles bañados en mantequilla en el restaurante de la calle Suquet. Pero lo cierto es que los que venimos a Cannes, seamos más de un palo crítico o de otro, somos sobre todo apasionados del cine -bueno, hay quien lo que le guste de este sarao es el glamur, pero no sé qué glamur vivirán ellos si sólo comen en kebabs y en el inefable McDonald's al lado de donde juegan a la petanca los jubilados del pueblo-, y no perdemos el tiempo comiendo ostras; primero, porque los horarios no te ceden el más mínimo margen de tiempo para comer, y, segundo, porque en términos monetarios casi no nos llega ni para pagar las baguettes de queso seco en los puestos móviles que pueblan la Croisette. Así que yo tengo el máximo respeto por todos los cronistas aquí desplazados, aunque con algunos no comparta ni una coma de lo que dicen, porque al fin y al cabo estamos todos en Cannes dando lo mejor de nosotros mismos para que el lector (y espectador) esté lo mejor informado posible.
Cannes, cuando las películas no acompañan -caso de este 2017, cuya Sección Oficial en una semana de certamen sólo nos ha regalado tres películas dignas: Okja, The Meyerowitz Stories y The Day After- es lo más parecido a una depresión psicológica que uno pueda tener. Y aun se siguen viviendo místicos únicos en la vida. Ya expliqué por aquí lo que significó ver el otro día a Clint Eastwood presentando Sin perdón. Fue algo parecido a cuando Martin Scorsese presentó en 2009 Las zapatillas rojas (1948) -la primera vez que veía en persona al director de Taxi Driver (1976)- o cuando en 2014 Tarantino, Thurman y Travolta dieron un fiestón en la playa al presentar en la pantalla situada en el mar los 20 años de Pulp Fiction (1994). Y eso ni siquiera es lo mejor del Festival, porque lo mejor de estar aquí es descubrir en pantalla grande películas como Malditos bastardos, El árbol de la vida, Mad Max: Furia en la carretera, Two Lovers, Holly Motors, Toni Erdmann, Rubber, Del revés, La vida de Adèle, El extraño caso de Angélica, Paterson… y poder salir corriendo para escribir tu crónica o, como llevo haciendo todo este exhaustivo año, grabar un Vlog donde busco transmitir aún más en directo la experiencia física de estar en Cannes.
Parte del 'entourage' de Mickey Rourke
Anécdotas tengo muchas. Algunas muy locas. Como la del año pasado donde me colaron en la fiesta de Julieta (2016) y acabé hablando largo y tendido con Pedro Almodóvar -y Jim Jarmusch, que se acercó a saludar al maestro manchego. Pero mi favorita (y ya acabo) fue cuando, para poder entrar a ver en un pase de mercado Welcome To New York (2014) de Abel Ferrara -la película había sido rechazada por el Festival tras sufrir presiones del entorno de Strauss-Kahn-, tuve que hacerme pasar por parte del 'entourage' de Mickey Rourke, con quien me estaba fumando un cigarrillo fuera del cine, para entrar en una sala de 100 butacas -todo el mundo iba de traje menos yo- con Abel Ferrara y Gérard Depardieu presentando la película totalmente borrachos -y echando pestes del propio Festival.
Fin del rollo del abuelo cebolleta. Hablemos, al menos, de una película interesante: The Day After de Hong Sang-soo que, este año, está en Cannes por partida doble con esta y la muy 'romheriana' (ya desde el título) Claire’s Camera. Por ahora es la película que a este cronista más le ha gustado de la Sección Oficial competitiva. Y no es que sea la mejor película de Hong, un cineasta superlativo e hiperprolífico -ya supera en producción de títulos a Takashi Miike- cuya obra (en general) está compuesta por películas con una base troncal muy similar -historias de amistad, amor y desamor resueltas mediante abundantes comidas y borracheras- sobre la que ejercita pequeñas variaciones (argumentales y estilísticas) resultando siempre igual y siempre diferente. Y con una calidad media que no baja del sobresaliente -tampoco en Claire’s Camera que, aunque aquí ha sido recibida con frialdad, sería lo más parecido que tiene Hong a El rayo verde (1986). The Day After, realizada en blanco y negro digital, cuenta la historia mínima de un póker de personajes encerrados en una librería donde el corpus dramático viene dado por las infidelidades del propietario de la misma. Con unos diálogos inusualmente largos, punteados por los conocidos zooms marca de la casa de su autor, la película vuelve a exponer en primer plano tanto las mezquindades como la fragilidad del ser humano. Es cierto que no sabrá a nada nuevo, pero quién necesita algo nuevo cuando tiene el cine de Hong Sang-soo. Ojalá gane la Palma de Oro -los rumores a pie de alfombra roja es que a Will Smith le ha encantado.
Día 0: Un felliniano Arnaud Desplechin inaugura el festival con 'Les fantômes d’Ismaël'
Día 1: Llega el gran cine americano con 'Wonderstruck' de Todd Haynes
Día 2: Netflix, pese a los 'haters', impone su ley con la fabulosa 'Okja' de Bong Joon-ho
Día 3: Violaciones, jeringuillas y kickboxing llenan de sangre 'Prayer For Dawn'
Día 5: Con 'Happy End', Michael Haneke no convence ni a los 'hanekianos'