Por fin un día de comedias en el Festival de San Sebastián -¡Ya lo necesitábamos!-, cuya clausura está a la vuelta de la esquina. Después de su paso por el South by Southwest y por Toronto, compite por la Concha de Oro en Donosti The Disaster Artist de James Franco, la crónica imaginaria pero documentada del detrás de las cámaras de The Room (2003), considerada como la Ciudadano Kane de las películas malas. Se trata de una locura fantástica, por momentos teatral, que sólo se le podría haber ocurrido a un audaz Franco, que aquí hace de director -en su decimocuarta película detrás de las cámaras- y productor de la cinta y, gracias a sus afinadas y envidiables cualidades camaleónicas, de un maniático y excéntrico Tommy Wiseau.
The Disaster Artist -basada en el libro My Life Inside The Room, the Greatest Bad Movie Ever Made- narra los inicios de la relación entre el novato y retraído aspirante a actor Greg Sestero (Dave Franco) y la extraña, misteriosa e histriónica figura de Tommy Wiseau (James Franco), intérprete, autor y realizador del 'cult film' The Room. El nominado al Oscar como Mejor Actor Principal por 127 horas pilota y avasalla en una oda desternillante sobre el cineasta polaco-americano en un ejercicio hipnótico, chiflado y miserablemente quijotesco. Hay múltiples niveles de lectura que, en su conjunto, satirizan y ensalzan la realización y la privación del sueño americano en una industria de Hollywood cruel y alérgica a la medianía con ambiciones ulisiacas.
Un mortal de rasgos mitológicos
Desde sus iridiscentes ojos azules hasta su intermitente e inapropiada risa, la actuación de Franco roza el Olimpo burlándose de las normas establecidas -y de sí mismo- y demuestra que lo mediocre y lo marginal -los 'underdogs', al fin y al cabo- también son fuente de reflexión cinematográfica. Otros hubiesen apostado por ennoblecer todavía más a Zeus o Afrodita, pero el de Palo Alto prepara una poción divina que mitifica con sus luces y sus sombras a un simple mortal cuya biografía absorbe elementos presentes en la mitología de Eros -por ese amor/amistad que sentía y siente Wiseau por Sestero- y de Hécate -por la magia y los encantamientos que fueron necesarios para catapultarlos con su obcecación a un éxito insospechado.
Mención aparte merecen ese paseo endiablado de estrellas que seguramente no consigas cazar por completo a la primera -Kristen Bell, Zac Efron, Lizzy Caplan, Bryan Cranston, Josh Hutcherson, Sharon Stone, J.J. Abrams, Melanie Griffith, Judd Apatow, etc-, la matizada interpretación de Seth Rogen como Sandy Schklair, director original de The Room, y el broche de oro que recrea cómo fue la puesta de largo del filme el 27 de junio de 2003. Si no lloras de la risa, no eres humano.
‘Fe de etarras’: una sátira anticuada y granuja sobre el final de ETA
A la espera de que llegue a Netflix el 12 de octubre, la Sección Velódromo albergará mañana la proyección de Fe de etarras, dirigida por Borja Cobeaga (Pagafantas, Negociador). Nosotros pudimos verla ayer en un pase en el Teatro Principal donde, a pesar de escuchar varias carcajadas, primó una sensación general de que el plato puesto sobre la mesa nada tenía que ver con el menú de polémica, morbo y revuelo que llevaban prometiéndonos meses y meses.
Con un guion cargado de humor negro firmado a cuatro manos por Diego San José (Ocho Apellidos Vascos) y el propio Cobeaga, la segunda película española para la plataforma ‘streaming’ transcurre en el verano de 2010, en una capital de provincias, justo cuando España consiguió su primer Mundial de Fútbol en Sudáfrica en un partido frenético contra Holanda. Entre tanta algarabía, un comando de lo más atípico -Javier Cámara, Gorka Otxoa, Julián López y una desaprovechada Miren Ibarguren- se atrinchera en un piso franco sazonado con bacalao al pil-pil y croquetas cortesía de una crédula vecina.
Cuando más seduce Fe de etarras es cuando indaga en el porqué del ridículo de los integrantes de este reducto que rechazan -y a la vez explican- el cese definitivo de ETA. Unos pícaros -la tapadera de la empresa de albañilería recuerda a la tienda de galletas de Granujas de medio pelo de Woody Allen- a quienes preocupa más el romanticismo detrás de la lucha, un buen sofá cama o un rompecabezas de gatos antes que su idolatrada Euskal Herria. Hay líneas de diálogo sumamente brillantes -la comparación con Sendero Luminoso y las FARC como si de grupos musicales se trataran- aunque, con tanta expectativa creada, la sátira -anticuada, machacona con los tópicos y blanca en demasía- desilusiona a todos los que esperábamos un gran espectáculo de pirotecnia.
Día 2: San Sebastián 2017: Jornada de cine francés y 'Handia', regreso de los directores de 'Loreak'