Un año más, tomo el relevo del gran Alejandro G. Calvo en el Festival de Sitges, en una edición que no tiene demasiado contentos a los periodistas hasta aquí desplazados, por el caos a la hora de sacar las entradas para los pases que no son exclusivos para prensa. Me toca estrenarme en mi querido auditorio del Hotel Melià y, para mi disgusto, recuerdo al poco de entrar que me he olvidado la chaqueta en mi (lujosa) habitación. Aquí, como en la mayoría de salas de cine del planeta, el aire acondicionado funciona al máximo, helando al personal allí presente como si fuésemos los protagonistas de El día de mañana. Dejando de lado a Roland Emmerich, voy a hablaros de Have a Nice Day un entretenido 'thriller' chino de animación, a manos del realizador Liu Jian. El propio director asiático pasó recientemente por el Festival de Berlín para presentar esta interesante propuesta. En su segundo largometraje de animación, tras Piercing I, el realizador nos cuenta la historia de un pobre diablo que roba a su jefe (un peligroso gángster sin escrúpulos). El motivo del atraco: poder pagar un viaje a Corea del Sur, con el fin de arreglar el estropicio que un cirujano plástico barato le hizo a su novia. A partir de ahí la bolsa de dinero será el hilo conductor de una cinta por la que veremos desfilar a un sinfín de personajes estrambóticos, en cada uno de sus capítulos: letales asesinos, gente sin escrúpulos, esbirros con muy poca materia gris en su cerebro… Como si de un ejercicio “tarantiniano” en dibujos animados se tratase, Jian hace encajar todas las piezas del puzle con un guion que funciona como un reloj, y al que no le faltan diálogos sobre la religión, el neoliberalismo (con un momento Trump y otro Steve Jobs, incluidos) o el sentido de la familia. El filme, además, hace gala de un fino humor negro, que nos ha sacado una sonrisa en más de una ocasión. Vamos, todos los ingredientes que harán las delicias de los fans del director Tennessee (entre los que me encuentro), y si me apuras de los del Guy Ritchie de antaño. A pesar de tener una animación simplista y sin demasiados alardes técnicos, estamos ante una cinta la mar que entretenida, a la que algunos han acusado a la salida de “demasiado rutinaria” o “falta de ritmo”, lo cual sorprende al cronista que aquí escribe. Será que me estoy haciendo mayor y vivo acomodado.
Tomás Andrés
Tremendamente decepcionante he encontrado The Maus, el debut en el largo de Yayo Herrero, presente en competición oficial en Sitges. La película, que muere por sobredosis de estilo, es una especie de ‘survival horror’ que sigue los penosos avatares de dos jóvenes perdidos en un bosque cercano a Srebrenica, ciudad tristemente conocido por el genocidio de ocho mil musulmanes en la guerra de Bosnia en 1995. Selma (Alma Terzic), una chica musulmana de Bosnia cuya familia fue masacrada por los serbios, y Alex (August Wittgenstein), su novio alemán, son asfixiados por la cámara de Herrero en continuos ‘close-up’ de rostro y cogote mientras se mueven entre el peligro real -minas enterradas, dos guardas forestales serbios con pinta de depredadores- y la pesadilla en forma de fuga -flash-backs y (falsos) flash-forwards se introducen en la narración sin solución de continuidad, confundiendo continuamente realidad y ficción. Herrero logra algo bastante difícil: hacer que una película a campo abierto resulte plenamente asfixiante. Pero, lamentablemente, The Maus acaba por devorarse a sí misma presa de su propio estilo que, por momentos, parece el del primer Gonzalo López-Gallego, y acaba agotando al espectador ante tanta puerta de salida falsa. Lo mejor de la historia es que realmente se ve que en Yayo Herrero hay un cineasta en ciernes que puede dar mucho de sí en el futuro (tendría que empezar por escoger mejores actores, porque mamma mia, qué flojos son los de The Maus).
Hace años que Takeshi Kitano está lejos de su mejor forma. Hace dos Sitges ya vivimos en nuestras propias carnes como su comedia de yakuzas jubilados, Ryuzo and the Seven Henchmen (2015), se hundía sin remisión en el sopor más absoluto. Autor de películas clave del cine contemporáneo como Hana-Bi (1997) o El verano de Kikujiro (1999), Kitano parece ahora abonado a realizar 'thrillers' violentos a medio gas y, más allá de algún gesto bruto o algún chiste macabro, donde su estilo está tan diluido en las formas que es prácticamente irreconocible. En Outrage: Coda, cierre de la trilogía que arrancara en 2010, la cosa no mejora en absoluto: siguiendo paso a paso las marcas de sus filmes precedentes, este filme de yakuzas matándose unos a otros es de lo más aburrido que nunca le haya visto a Kitano. La mitad de la cinta son, básicamente, yakuzas conspirando los unos contra los otros perdiendo al espectador en un mar de nombres de las distintas familias, subfamilias y clanes, todos cabreados entre sí. Más una pachanga que una película, Outrage: Coda tiene sus momentos graciosos: un yakuza enterrado hasta el cuello en mitad de una carretera, un tiroteo en una sala de fiestas con una cincuentena de gángsters echando sangre o cuando Otomo (Beat Takeshi) mata por error a uno de sus hombres. Demasiado poco para una película del director de Zatoichi (2003).
Alejandro G. Calvo
Día 2: Sitges 2017: Tristemente, Sitges, ya no nos quiere
Día 3: Sitges 2017: Jaume Balagueró aborda la creación poética como pura brujería en 'Musa'
Día 4: Sitges 2017: Dave Bautista anima (a hostia suelta) la competición oficial con 'Bushwick'