Existen muchos factores además de la complejidad de la trama que desembocan en que, una vez vista una película, el espectador no tenga una idea definida de lo que acaba de ver. La ambigüedad, o el no haber ido más allá de la empatía por los personajes del film, en ocasiones provocan que se nos escape cuál era el verdadero mensaje que se nos quería transmitir, y volvamos a casa con una conclusión con la que el director no estaría nada de acuerdo. En caso de que haya una conclusión.
A lo largo de la historia del cine hay muchos ejemplos de esto: films polémicos que en su día llevaron a los espectadores a las salas y les presentaron una historia de múltiples lecturas, que acabaron o bien frustrándoles o bien inculcándole ideas erróneas. En SensaCine recopilamos algunas de estas obras, analizando su final y cuál es su lectura más lógica acorde al pensamiento de los responsables de éstas. ¿Te convencen? ¿Tienes otra teoría?
500 días juntos (Marc Webb, 2009)
Esta comedia dramática fue la sensación 'indie' de finales de la década pasada, y empezaba con un curioso mensaje ("Cualquier parecido con un personaje vivo o muerto es mera coincidencia. Especialmente tú, Jenny Beckman. Puta") que predisponía a asistir a la historia de un ingenuo chico al que una chica encantadora y despampanante iba a fastidiar la vida. Cuando Tom (Joseph Gordon-Levitt) conoce a Summer (Zooey Deschanel), este personaje parece ajustarse a esa Jenny Beckman que el guionista probablemente conoció hace algún tiempo: alguien voluble, enamoradizo y traicionero.
Salvo porque ése no es el enfoque correcto y, por muchas veces que se quiera verla para revivir un desengaño amoroso, eso no es lo que nos quiere decir Webb: lo que pretende es mostrar la estupidez del protagonista, y de muchos como él. Summer informa constantemente a Tom de cuál es la naturaleza de su relación, y éste prefiere montarse su fantasía romántica en lugar de escucharla y asumir que ella no está enamorada de él. Cuando finalmente parece haberlo superado, Tom conoce a Autumn, y su comportamiento entonces demuestra que sigue siendo un tío bastante idiota.
Lolita (Stanley Kubrick, 1962)
Vladimir Nabokov publicó una de las joyas de la literatura universal en el seno de una editorial pornográfica, pues nadie quería hacerse cargo de un argumento tan problemático. Una vez Lolita se hizo famosa, los problemas no acabaron para Nabokov: multitud de críticos y lectores pensaron que se trataba de una novela romántica, y que Humbert Humbert era un héroe trágico, en lugar del pervertido hipócrita y egoísta que el escritor ruso se había esforzado por retratar.
Cuando se asoció con Stanley Kubrick para adaptar el libro al cine, se topó con alguien despótico al que no le interesaba demasiado respetar el significado de la novela... o que ni siquiera lo había entendido. De este modo, la edad de la protagonista fue incrementada en dos años para atajar mínimamente el escándalo, y las maldades de Humbert volvieron a ser vistas como actos románticos y desesperados. La versión posterior, protagonizada por Jeremy Irons, supo trasladar con algo más de fidelidad la historia, pero sin el genio escénico de Kubrick.
El club de la lucha (David Fincher, 1999)
Otro caso de problemas que proceden del mismo material de partida, aunque nadie podría acusar a David Fincher de no haber entendido la inquietante novela de Chuck Palahniuk. El club de la lucha se configuró desde el mismo momento que llegó a las salas como un film de culto cargado de ideología antisistema que hizo las delicias de muchos adolescentes, sintiéndose identificados al completo con los discursos de Brad Pitt -"Sois la mierda cantante y danzante del mundo"- y exponiéndose a un dilema moral en cuanto veían cómo el consumismo sólo podía ser erradicado mediante actos terroristas.
Uniéndolo con esa célebre revelación final en la que resultaba que el protagonista y Tyler Durden eran la misma persona ya te salía un film que te volaba la cabeza del todo si tenías menos de veinte años, pero el propósito de Palahniuk y Fincher era mucho más sutil. Y es que El club de la lucha no habla de otra cosa que la masculinidad frágil, ésa que lleva a los hombres a lanzarse a empresas lunáticas sólo para demostrar lo que valen, mientras no dejan de envidiar a hombres supuestamente mejores. Tyler Durden, un hombre inteligente, guapo y que manipula a las mujeres, supone la figura mítica a la que todos se quieren parecer, y la que saca lo peor de sí mismos.
Starship Troopers (Paul Verhoeven, 1997)
Nadie ha troleado al gran público más y mejor que Paul Verhoeven. Si con Instinto básico se rió de las convenciones del 'thriller' erótico, en Showgirls realizó una película tan premeditadamente mala que resultaba hipnótica, con Starship Troopers retomó la ciencia ficción tras Desafío total y Robocop, y lo hizo con extra de sorna. La novela en la que se basaba, escrita por Robert A. Heinlein, ya había sido acusada en su momento de tener un fuerte componente fascista, y la adaptación tampoco se libró de esa polémica.
La diferencia estribaba en que Verhoeven era perfectamente consciente de esto, y usando el libro como coartada consiguió lanzar una monumental sátira al estilo Showgirls, pero con bastantes más millones de dólares de presupuesto. El estudio cayó en la trampa y le presentó a los espectadores una película mucho más compleja de lo que parecía a simple vista, donde el mayor interés no sólo residía en los efectos visuales -los más punteros de la época- sino en el modo en que Verhoeven tejía su trama, utilizando actores premeditadamente guapos e inexpresivos para apuntalar su discurso.
Mad Max. Furia en la carretera (George Miller, 2015)
La película de George Miller también contaba con mucho cine de arte y ensayo en su interior, disimulado por unas escenas de acción como nunca se habían visto en el cine -y nunca se ha vuelto a ver. Con la excusa de prolongar la saga de Mad Max, Warner Bros. lanzó un film de múltiples lecturas más allá del espectáculo, aunque muchos sólo percibieron una distopía facilona de personajes planos y arquetípicos, con la particularidad de que el supuesto protagonista, Max (Tom Hardy), era un mero peón que lanzaba gruñidos y monosílabos, eclipsado por Imperator Furiosa (Charlize Theron).
Sólo unos pocos percibieron que Furia en la carretera, en el fondo, era un ensayo feminista formidablemente documentado, en el que unas pocas mujeres -y un aliado que sabía cuál era su sitio- conseguían derribar al patriarcado representado por Inmortan Joe y sus secuaces a base de trabajo en equipo... aunque no, no tenemos una explicación para el tipo de la guitarra eléctrica que escupía fuego. Probablemente sólo estaba ahí porque molaba.
Origen (Christopher Nolan, 2010)
Llegamos a uno de los directores que con más asiduidad ha querido dejar a su público con multitud de preguntas al poco de acabar el film. Nolan ya jugaba al despiste desde sus inicios, cuando Memento dejó con cara de póker a más de uno, pero hasta Origen no perfeccionó su técnica. En este magnífico film, los personajes explicaban varias veces que si un tótem nunca llegaba a caer es que su portador seguía dentro de un sueño, anticipando la tragedia de la mujer de Cobb (Leonardo DiCaprio). Al final, éste conseguía recuperar a su familia, pero el tótem que dejaba girando en la mesa no parecía tener ganas de caerse... o sí, atendiendo a sus últimos temblores.
Dicha escena dejó a los espectadores preguntándose estérilmente si el tótem caía o no, si el hecho de que Cobb hubiera salido triunfante se debía a un sueño o a que realmente todo había salido bien. No advirtieron, por entonces, la importancia del gesto de Cobb: cuando deja el tótem en la mesa, sigue con la mirada al frente sin vacilar, centrado en sus hijos, sin preocuparse por lo que le ocurre al artefacto. Lo que indica que ya no le importa la naturaleza de su realidad, sólo sabe que es feliz ahora que está con su familia... y sea un sueño o no, él ha conseguido su objetivo.
Dunkerque (Christopher Nolan, 2017)
No dejamos a Nolan de lado para hablar de una de sus últimas películas. Con esta epopeya bélica en torno a la evacuación de Dunkerque, un conocido episodio de la Segunda Guerra Mundial, el director británico alcanzó para muchos la absoluta excelencia, pero en detrimento del guión, uno mucho más simple de lo que era habitual en su filmografía. Supuestamente.
También hubo quien tachó a Nolan de frío en su recreación de un suceso tan humano e importante, sin caer en que todo formaba parte del plan. El único momento en el que la película parece sumergirse en algo de épica es cuando uno de los soldados evacuados lee el discurso de Churchill... mientras Tom Hardy es atrapado por los nazis en la playa, viendo recompensado así su valor. Poco después el soldado mira a cámara abatido. Teniendo esto en cuenta, no es difícil caer en la conclusión de que el discurso tiene un efecto irónico, y reparar en que en todo el metraje anterior apenas hemos presenciado algo de heroísmo; sólo a gente luchando por sobrevivir. Y así es cómo se monta un discurso antibélico especialmente enrevesado.
La tumba de las luciérnagas (Isao Takahata, 1988)
Ésta es fuerte. Isao Takahata es uno de los fundadores de los estudios Ghibli, y aunque la mayor parte de sus películas no hayan alcanzado la fama de su socio Hayao Miyazaki, sin duda La tumba de las luciérnagas es uno de los films más famosos y valorados de la historia del 'anime'. La historia de dos hermanos perdidos en el Japón de la Segunda Guerra Mundial ha destrozado el corazón de cada espectador que se ha asomado a ella pero, ¿qué pasaría si la intención de la película no fuera ser un alegato pacifista en absoluto?
Takahata lo ha dicho varias veces. La tumba de las luciérnagas no es un film antibélico, sino una reflexión extremadamente cruel sobre qué le puede pasar a los niños que no obedecen a los adultos. Es cierto que los protas hacen bastante el vago con su tía, pero de ahí a que el castigo correspondiente sea la muerte de la niña pequeña por inanición... nos parece un poco excesivo, la verdad.
Paterson (Jim Jarmusch, 2016)
Otro film muy reciente, y de gran aceptación crítica, es éste del autor de Flores rotas que se centra en la vida del homónimo Paterson (Adam Driver), un humilde conductor de autobuses con alma de poeta. El film, con gran delicadeza, retrata una semana en la vida de éste y su pareja, haciendo hincapié en la sencillez y rutina que dominan su vida mientras el espectador es paulatinamente hipnotizado por el encanto de la propuesta.
Sin embargo, el semblante de Paterson podría ocultar algo bastante más doloroso, ya que estudiando el comportamiento de este personaje podemos llegar a conclusiones poco alentadoras. La calma con la que se lo toma todo como si no fuera con él, el escaso interés en los 'hobbies' de su pareja, su reacción a la pérdida de los poemas... este tipo está claramente sufriendo una depresión, consumido por un hastío vital que lo tiene atrapado en la monotonía, y de la cual su principal causante es el perro que no sólo se come sus poemas, sino que ni siquiera tolera que el buzón de la casa cambie de posición, y provoque un mínimo cambio en la vida de Paterson.
La La Land (Damien Chazelle, 2017)
Concluimos con uno de los casos no sólo más recientes, sino también más famosos por méritos propios. La película de Damien Chazelle logró colocarse como favorita en los Oscar y supuso todo un fenómeno de crítica y público. La razón era, indiscutiblemente, su naturaleza de musical encantador y homenaje a varios clásicos del cine, combinada con el carisma de los protagonistas y la puesta en escena de un Chazelle que ya venía curtido de Whiplash. La gente iba a verla en masa, y se dejaba hipnotizar por su estética, para a continuación volver a su casa bailando.
Sin embargo, La La Land tiene más en común con Whiplash que con Un americano en París, ya que su envoltura de ensueño actúa sólo cómo un escudo que emplean los protagonistas contra la insatisfacción de sus vidas, en las que son incapaces de cumplir sus sueños si no hacen sacrificios. Si Mia (Emma Stone) y Sebastian (Ryan Gosling) no acaban juntos no es por fatalidades cinematográficas, sino porque lo deciden de manera consciente al descubrir que están obstaculizando mutuamente sus carreras. El espléndido número final, así las cosas, sólo es un sueño que no evita que asome la verdad: que Mia y Sebastian eran demasiado ambiciosos para poder estar juntos... porque perseguir tus sueños es lo que tiene. Venga, bailad ahora.