No cabe duda de que Thierry Frémaux es una de las personas más influyentes de la industria del cine. Es el director del Festival de Cannes desde 2007 y director del Instituto Lumière, además de co-dirigir el Festival Lumière que por estas fechas se celebra en Lyon y dedicado al cine clásico y restaurado, se presenta ahora en las carteleras españolas bajo una faceta completamente distinta, como director de cine: ¡Lumière! Comienza la aventura nos sumerge en las primeras películas de los pioneros del cine para reivindicar su capacidad innovadora y recordarnos que mucho de lo que hoy vemos en la gran pantalla ya lo habían puesto en práctica la pareja de hermanos 120 años atrás. Nuestro compañero Alejandro G. Calvo habló con Frémaux en el Festival de San Sebastián.
En ¡Lumière! Comienza la aventura se insiste en la idea de los hermanos Lumière como innovadores del lenguaje cinematográfico, más allá de creadores del cinematógrafo. ¿Era uno de los objetivos del filme: reivindicarlos como creadores?
Thierry Frémaux – Sí, pero este documental no es un proyecto digamos revanchista. Es evidente que en sus películas hay inocencia y muestran un espíritu abierto a tomar una cámara y hacer películas. Y, por supuesto, todo son preguntas. Y son preguntas de creación, no de tipo técnico. Quiero decir, que si se ponen en cuestión aspectos técnicos, es porque están al servicio de la estética. Por ejemplo, Alexandre Prompio en Venecia hizo el primer travelling de la historia del cine, o las películas increíbles de Gabriel Veyre... Los operadores de Lumière son importantes, porque Louis era un buen cámara, pero los hermanos eran sobre todo productores. Y enviaban a sus jóvenes operadores a todas partes del mundo con el objetivo de tomar imágenes y llevar imágenes. Porque la misión del cine es la de contar las historias de la gente que no son únicamente nosotros. De ahí las palabras de mi compañero Bernard Tavernier sobre los hermanos Lumière: “ofrecieron a la gente el mundo”. Para mí, esa es la misión del cine.
Ejerce de narrador de '¡Lumière! Comienza la aventura' y es la primera vez que lo vemos en esta faceta didáctica. ¿Tiene pensado continuar el formato y atreverse con una serie sobre la historia del cine, por ejemplo?
T.F.– La verdad es que al principio era reacio a incluir mi voz en la película, pero la gente del Instituto Lumière me animó. No quería mostrar estas películas de una manera científica, pero tampoco lo contrario. Quiero decir: he respetado al cien por cien las películas de los Lumière –duración, formato, el cuadro, la velocidad, etc.–, pero seguro que hay gente que también aprecia que haya una melodía de la voz, la banda sonora de Camille Saint-Saëns, que, por cierto, era músico de los tiempos de Lumière (como Ravel, Debussy). Tenemos la misión de probar, inventar maneras de enseñar y que los jóvenes se enganchen a la pasión de la historia del cine. A mí me gusta enseñar y compartir y por esta razón me alegra mucho el destino de esta película. También he venido para hablar de todo lo que sé, pero sobre todo para compartirlo. A cambio, el espectáculo que me ofrece esta película es un regalo: ver la reacción del público cómo se ríe, cómo se emociona. Hemos querido hacer una interpretación, e intentando que a la gente no le moleste mucho mi voz como narrador.
¿En qué rol profesional disfruta más: como director del Festival de Cannes o en esta faceta de director de documentales? ¿Cree que ambos perfiles tienen la misma misión: mostrar cine y enseñárselo al público?
T.F.– Sin duda se trata de una misma misión y a la vez son dos cosas totalmente diferentes. Cuando comenzamos a preparar la primera edición del Festival Lumière en Lyon, recuerdo que la primera retrospectiva que propusimos fue un homenaje a Sergio Leone, que es como un padre para mi generación. También porque Clint Eastwood era el invitado principal. Y él escogió por su parte dedicársela a Don Siegel, así que tener a Leone y Siegel, que son los dos nombres a los que Eastwood dedica su película Sin perdón, era genial. Pero Leone no era un autor muy bien considerado por la crítica de Francia, y un crítico me cuestionó esa elección, que no estaba muy seguro de Leone lo mereciera, y yo le respondí: “¡No me importa!”. Y este tipo de cosas no las puedo decir en Cannes. Porque cuando seleccionamos películas en Cannes, nunca sabemos cuál va a ser la recepción de la crítica. Por supuesto, amamos las películas que programamos, pero nunca sabemos qué va a suceder. Esa es la gloria de Cannes. Pero, para mí, hablar del pasado es mucho más ir sobre seguro y me da otro tipo de satisfacciones, como poder enseñar cine a las nuevas generaciones, a mis hijos que tienen 13 y 15 años.
El Festival de Cannes no es mío, es una obra colectiva y la conforma cada uno de los que participáis en el certamen.
¿Cómo gestiona el estrés de ser director de Cannes? La presión de distribuidoras internacionales, del ego de los autores, de que haya películas que parece que estén listas –como 'Dunquerque', de Christopher Nolan– y resulta que no consiguen llegar a tiempo pare ser seleccionadas.
T.F. – No es presión, sino que eso el amor al cine. Lo más normal es que un director o un productor me llame y me diga: “nuestra película es la mejor película hecha en la historia de la humanidad” . Si un director o un productor no piensa eso de su trabajo, ¿a quien van a convencer? A mí estas cosas me gustan siempre que sean sinceros.
Sabía por supuesto que Dunquerque no estaría lista para Cannes. Primero porque el cine digital es fácil y difícil al mismo tiempo y, segundo, porque Nolan estrena en el mes de julio. Sabía también que la película de Guillermo del Toro no estaba lista porque estuvimos juntos en París de abril a junio, cuando andaba trabajando con Alexander Desplat en la música.
Seleccionar para un festival es un viaje. Y con mis compañeros del comité de selección hacemos muchos viajes y lo que ofrecemos es el resultado. Son 50 películas, 20 en competición. Y son nuestra opinión. Pero no en términos de si son películas buenas o malas, o de que nos gustan o no. Lo que buscamos es ver si esa película le va a ir bien o no estar en Cannes, si va a catapultarla. Porque estar en Cannes puede ser muy peligros. Sucede que a veces las películas de la proyección de las 8:30 en el Grand Palais Lumière de Cannes a las 10 y media ya están muertas. También lo contrario. En el último pase del día, en la sala Debussy, estoy en la alfombra roja –pero no estoy junto a Monica Bellucci, hablando y tomando café..., bueno, ¡a veces, sí!–, en un despacho esperando a que llegue mi agente de prensa y me dice, ¡la película ha gustado! o ¡mejor, espera a mañana, hoy ha sido un día difícil!. Los críticos están ahí para amar a las películas, para transmitir lo que ven y lo que piensan. El festival es una cosa colectiva. Cannes no es mío, es una obra colectiva y la conforma cada uno de los que participáis en el certamen.