1. Relajémonos con el CGI
Vale, desde el momento en que el mundo asistió a espectáculos como Parque Jurásico o Terminator 2: El juicio final quedaba claro que teníamos mucho que ganar con la tecnología CGI, pero eso no debería significar que se pueda usar para todo. En películas como la primera Spider-Man se podía entender, pero de un tiempo a esta parte se ha ido viendo un abuso indiscriminado de esta herramienta.
Por lo general, Marvel ha sabido administrar mejor el tema de los píxeles, incluso cuando todo favorecía el desfase, y las imágenes de Thor: Ragnarok son sensatas aun cuando retraten planetas habitados por gladiadores alienígenas.
2. Los clásicos son un buen punto de partida
Con una película de superhéroes cada dos meses mínimo es fácil encorsetarse en una fórmula y que haya cada vez más aguafiestas diciendo que “todas son iguales” sin que les falte demasiada razón. El género matriz es relativamente joven, pero examinar sus inicios puede ayudarnos a no perder de vista lo fundamental.
Eso es lo que hizo Patty Jenkis con el Superman de Richard Donner y gracias a ello Wonder Woman dejó tan buen sabor de boca, o eso es lo que hizo Christopher Nolan con respecto a los Batman de Schumacher. Aunque estos referentes no tienen por qué ser siempre superheroicos: las películas de John Hughes moldearon el ADN de Spider-Man: Homecoming, sin Star Wars no habría Guardianes de la Galaxia, o sin la trilogía de Indiana Jones y su política antinazis no habría Capitán América: El primer vengador… ni, según Jason Momoa y James Wan, la inminente Aquaman.