Su debut en el largo 10000 km fue una de las películas más celebradas del cine español reciente y ahora, con Tierra firme, se segundo largometraje, Carles Marqués-Marcet regresa al terreno de las relaciones sentimentales para hablarnos de una historia conyugal a tres bandas en el interior de un barco por los canales de Londres. Repiten Natalia Tena y David Verdaguer, a quienes se les suma Oona Chaplin y su madre, Gerladine Chaplin. Hablamos en exclusiva con el director, que estrena este viernes después de haber inaugurado con este trabajo el Festival de Cine Europeo de Sevilla.
En ‘Tierra firme’ has vuelto a reunir a Natalia Tena y David Verdaguer después de ‘10000 km’. ¿La película surge de querer volver a trabajar con ellos o fue algo más circunstancial?
Carles Marqués-Marcet – Hacía tiempo que quería hacer una película sobre la pareja y la maternidad y paternidad, en concreto sobre una pareja dividida en este tema: una parte que quiere tener hijos y la otra, no. Y también tenía ganas de hacer otra película con David y con Natalia, porque durante la promoción de 10000 km me ponía un poco triste dejar de estar todo lo unidos que habíamos estado. De alguna manera, también quería dejar reflejado la amistad que se había forjado con ellos durante 10000 km. Y durante el Festival de Málaga conocí a Oona, así que todo cobró significado: los tres actores, esa pregunta…, con todo eso en mente empecé a escribir el guion de Tierra firme.
Una de las grandes virtudes de ‘Tierra firme’, precisamente, es la naturalidad y la espontaneidad que desprende, como si fuerais una gran familia y como si la película hablara de vosotros y viceversa.
C.M.M.– Tengo la sensación de que la película me ha escogido, como si hacerla fuera algo que no he acabado de decidir yo del todo y las cosas se hubieran alineado para llegar hasta aquí. Creo que era el momento adecuado para hacerla, porque a lo mejor de aquí cinco años ya no me interesaba. Y obviamente, está el hecho de que todos compartimos misma edad: nos encontramos en los treinta y las preguntas que nos hacemos son muy similares. Con Coral [Cruz] escribimos el guion pensando en David, Natalia, Oona, Geraldine, y todos ellos son la suma de mis experiencias y de sus experiencias. Por ejemplo, Kat, el personaje de Natalia, es muy Natalia y también es muy yo, en el sentido de que es un personaje al que le cuesta mucho tiempo procesar la pena y el dolor, que es la típica persona que llora por algo que le pasó hace seis meses.
¿Por qué decidiste centrar el conflicto de la maternidad en una pareja del mismo sexo y no hablar de una pareja heterosexual?
C.M.M.– Conozco a muchas parejas del mismo sexo entre mis amigos y amigas que han decidido tener hijos y tengo la sensación de que es una decisión que en su caso se ha tomado de una manera muy consciente, que es algo que está muy pensado y muy hablado, a diferencia de algunas parejas heterosexuales. Así que me parecía que una pareja de mujeres era más interesante dramáticamente. Y, por otra parte, apenas ha salido en el cine la amistad de un hombre con una pareja de mujeres lesbianas, mientras que es más habitual ver a un hombre gay amigo de la mujer protagonista. En la relación de los personajes de Natalia y David hay algo de mi amistad con Coral: una relación un poco cazurra y de hablar de todas las cosas que nos pasan.
Conozco a muchas parejas del mismo sexo que han decidido tener hijos y tengo la sensación de que es una decisión que en su caso se ha tomado de una manera muy consciente, a diferencia de algunas parejas heterosexuales
¿Cuánto precisamente de la relación entre los personajes de David y Natalia está en el guion y cuánto es improvisación
C.M.M.– Hay cosas que están muy escritas y que no lo dirías y otras que no están nada escritas y parece lo contrario. Utilizo la improvisación en los ensayos, para explorar la escena. En esos momentos es cuando les digo a los actores que se olviden del texto, que no importa, que es la situación es lo que importa. Y todo ese trabajo me sirve en el set de rodaje, porque utilizo muchas de las ideas que han ido saliendo. También con la improvisación se va modificando el texto original, se va depurando. Geraldine, por ejemplo, me decía: “Tú, Carlos parece que improvisas, pero al final hacemos todo lo que tú quieres...” [risas]. Y luego, sí, hay momentos que son muy David y Natalia.
¿Te interesaba que apareciera en ‘Tierra firme’ ese choque generacional que la figura de Geraldine provoca?
C.M.M.– Me interesaba, obviamente, la visión que se tiene sobre nosotros. Pero también me parecía importante la cuestión de la transmisión, de la madre a la hija, así como el hecho de defender lo que queremos cuando nos sentimos atacados, incluso cuando defendemos algo que tampoco sabemos muy bien si queremos. Hay otras cosas que se ponen en juego en la escena de la cena: esta idea de que a veces no tenemos ciertas certezas de las cosas hasta que no salen por nuestras bocas, o que somos muy distintos dependiendo de con quien estemos hablando. Y todo eso sucede en esa secuencia: porque tienen delante una mirada externa a la que todavía no se habían enfrentado.
¿No crees que el personaje de Eva (Oona Chaplin) tiene más peso que el de Natalia o David en la película? ¿Cómo equilibraste el juego de deseos de los protagonistas?
C.M.M.– Me gusta que las películas tengan diferentes lecturas, y, en este sentido, mi posición es tratar de juzgar a los personajes lo mínimo, entenderlos a la vez que no justificarlos, y que cada espectador se alinee como quiere con lo que planteo. Me gusta que la gente tome partido cuando sale de ver la película y observar lo que los espectadores proyectan de sí mismos en cada uno de los personajes. Depende mucho de las vivencias de cada uno, y que nos guste o no una película muchas veces tiene que ver con lo que hemos sentido en nuestras vidas. Nunca he estado en la tesitura del personaje de Oona, pero sí he vivido momentos en los que sentía que tenía que hacer cosas que eran de vital importancia para mí. En el caso de Oona, me parece muy duro tener que privarte de una experiencia que consideras fundamental en tu vida sólo porque quieres estar con alguien, y justo cuando sabes que estás en el momento en que puedes vivir esa experiencia. En el caso de David, su personaje acaba ocupando una posición que no le toca... En fin, el tema de tener hijos es una bola de nieve. Nunca sabes lo que pasará hasta que ese niño no empieza a ser real, nunca sabes cómo te vas a sentir, cómo vas a reaccionar.
¿Y la experiencia de rodar en un barco? ¿Cómo orquestaste al equipo para meter a todos en esa casa flotante?
C.M.M.– Fue un rodaje complicado: en Inglaterra es muy difícil rodar, es también difícil rodar en un barco, en los canales... Era muy importante que los actores estuvieran en un barco de verdad, no en un decorado, pero a cambio nos enfrentamos a muchas limitaciones. Si en el cine ya es todo lento, en nuestro set de rodaje era mil veces más porque preparamos un dispositivo específico y para montar la escena teníamos que ir uno por uno: primero el de luces, luego el de sonido, luego la cámara, luego los actores… Es cierto que en el barco, las posiciones de la cámara son las que son: no puedes poner un travelling porque no te cabe, por ejemplo. Aun y así, hay decisiones de las que estoy muy contento, como rodar con la nueva cámara Red, que nos permitió usar lentes no tan angulares para filmar de cerca y que no quedara deformada la imagen. Fue súper útil para rodar escenas como la del baño. ¡Ese baño! Aquello fue una odisea…, ¡tres personajes metidos en el baño de un barco! En fin, no sé en qué momento se nos ocurrió una idea así. Es el sitio más pequeño en el que he metido una cámara.