Recuerdo como si fuera ayer la destitución de José Luis Cienfuegos como director del Festival Internacional de Cine de Gijón (FICX). Corrían los primeros días de 2012 y la noticia caía como una bomba tanto dentro como fuera de la prensa especializada. El de Gijón era el certamen más cañero de nuestra península, un encuentro cum-laude entre cineastas, prensa, espectadores y organizadores que se trasladaba de los cines a los bares y viceversa -guardo un recuerdo magnífico de una tarde discutiendo de cine con Lisandro Alonso mientras le descubría lo que era el carajillo.
Fue casi el fin de un sueño. El Festival pasó a nuevas manos y, como era obvio, la dirección creativa tomó otra dirección. Siguió apostando por el cine independiente pero, poco a poco, fue perdiendo su identidad frente a la dura competencia que representa la ya de por sí sobresaturada cosecha de festivales de cine en otoño-invierno en nuestro país. Cienfuegos pasó a dirigir el Festival de Cine Europeo de Sevilla y Fran Gayo, el director de programación, emigró al BAFICI -estamos de enhorabuena: el año pasado regresó a España para situar en el mapa el OUFF (Festival de Cine Internacional de Orense)-, mientras Gijón iba desdibujándose más y más.
Pues bien, seis años después y con una nueva dirección al frente, hemos regresado al FICX a, directamente, alucinar con una propuesta cinéfilo-festiva tan arriesgada como brillante, tan excitante como emocionante. Aquí toca aplaudir a rabiar tanto al nuevo director del Festival, Alejandro Díaz -que ya había sido jefe de programación tanto en Gijón como en Sevilla-, como a su lugarteniente Tito Rodríguez -que aun teniendo nombre de sonero cubano es uno de los hombres que más sabe de programación y coordinación en festivales dentro y fuera de nuestro país- por haber hecho resurgir de las cenizas (y con un presupuesto que no daba para grandes eventos) un festival tan querido como necesario.
Una fiesta cinematográfica
Ni siquiera el cierre de los emblemáticos Cines Centro, y el traslado de buena parte de las proyecciones a un multi-salas, han afectado un ápice a la resurrección de un festival donde los grandes autores -Philippe Garrel (que dio un coloquio de libro tras la proyección de L’amant d’un jour en el Teatro Jovellanos), Eugène Green-, los nuevos talentos -Constanza Novick, el debut en la dirección del actor John Carroll Lynch-, la apuesta por el mejor cine de animación -Don Hertzfeld, Michel Ocelot, Masaaki Yuasa-, por la recuperación de la vanguardia -la retrospectiva sobre Valie Export- o, en general, la proyección de algunas de las mejores películas de 2017 -A fábrica de nada, Western, En la playa sola de noche, etcétera-, han convivido en una parrilla que era una fiesta cinematográfica continua.
Así que ahí estaba yo, de nuevo, discutiendo sobre tal y cual película con Lisandro Alonso y Philipp Engel (redactor de Fotogramas) a la orilla del Bar La Plaza, rodeado de cineastas, críticos y los propios organizadores, con una sonrisa de felicidad tallada en el rostro. Parecía un espejismo, casi una alucinación. Pero no, era absolutamente real. Porque el 'rock and roll' ha vuelto al FICX para quedarse. Para que la fiesta no pare nunca. Para que nuevos y jóvenes cronistas vengan a descubrir autores y películas de la misma forma que lo hacíamos los ya veteranos hace 15 años. Para que esa convivencia que tanto nos dolió perder regrese con más fuerza que nunca. Gijón, ahora y para siempre.