Las grandes mentes siempre se reencuentran, afirma el dicho francés en que está inspirado el título original de El buen maestro, el debut en largo del francés Olivier Ayache-Vidal; un trabajo sobre el sistema educativo francés que reivindica el apoyo a los estudiantes menos favorecidos económicamente al tiempo que pone en escena la pasión por una profesión algo denostada. “Hice El buen maestro pensando en los adultos, en los profesores”, confiesa Ayache-Vidal. “Y sin embargo, los adolescentes se identifican con todo lo que ven en pantalla, se ven reflejados. Ríen, se conmueven y me gustaría pensar que les cambia un poco”. Entrevistamos al director de este trabajo que regresa a la ecuación 'cine y aulas', para hablar de cómo manejar a una clase entera de adolescentes y sobre el valor de la educación en pleno siglo XXI.
En 'El buen maestro' propone un experimento: el protagonista, un profesor bien situado en un instituto burgués, se traslada a un centro del extrarradio con el objetivo de demostrar que la experiencia del docente es positiva para el buen desarrollo de los estudiantes. ¿Hay casos reales en los que se haya inspirado?
Olivier Ayache-Vidal – En Francia, los profesores jóvenes son enviados de manera automática a los barrios más difíciles, y es algo paradójico que se les envíe a esos centros cuando no tienen experiencia alguna. Esta claro que nadie quiere ir, y este debate es una cuestión que se plantea de manera regular curso tras curso. El sistema educativo funciona por puntos, como si fuera un sistema de compañía aérea: si no tienes puntos, te envían al extrarradio, pero si tienes puntos acumulados por la experiencia, no vas. Esta fue la base de la película.
En ‘El buen maestro’ deja claro que enseñar no es nada fácil, pero al mismo tiempo es una tarea muy gratificante. ¿Ha querido reivindicar la profesión de la docencia?
Olivier Ayache-Vidal – Sí, y la verdad es que no lo planeé de esta manera. Tengo hijos justo de esa edad, y cuando les enseñamos algo no estamos haciendo algo extraordinario, porque son nuestros hijos. Pero el papel del profesor es distinto: su tarea es enseñar e imagino que en ocasiones debe ser muy gratificante. También es cierto que cuando los chavales con menos recursos se dan cuenta de que estás por ellos, es una experiencia maravillosa. Porque no están acostumbrados, nadie les motiva a aspirar a querer ser algo más, y se sorprenden. Los niños con dinero van a museos, a Nueva York, a México. Van a sitios, los llevan a sitios. Pero cuando ayudas a los chicos y chicas con menos posibilidades económicas, te lo devuelven de una manera brutal.
¿De dónde sacó ese ejemplo de ejercicio que el profesor Foucault les enseña en clase a sus alumnos, en el que tienen que encontrar anagramas en un listado de palabras? Es un momento clave en la película y que habla de la cuestión de la motivación y de lo fácil e inútil que es a veces tirar la toalla, precisamente.
O. A.–V. – Estaba documentándome para la película y me topé con un psico-pedagogo americano que hablaba del 'Efecto Einstellung', que teoriza sobre cómo nos enfrentamos a los problemas según la confianza que tenemos en nuestras posibilidades. De hecho, antes de incluirlo en la película, hice ese ejercicio con varios chavales. Y, en efecto, funciona. Si le dices a un niño de 12 años que lance un penalti contra el portero del Real Madrid, es probable que la primera y la segunda vez fallé, pero la tercera, no. Y eso da mucha confianza. En la película, quería insistir en esa idea de que si constantemente le dices a los chavales que no van a ser capaces de hacer algo se lo van a acabar creyendo. Y si, por el contrario, les dices que sí van a poder, es probable que logren hacer aquello que se proponen.
¿Y cómo fue usted capaz de dirigir a toda la pandilla de chicos y chicas del instituto que aparece en ‘El buen maestro’?
O.A.–V. – En realidad fue más sencillo de lo que parece. Fue una cuestión de confianza. Había chicos y chicas de distintas edades y de diferentes clases, porque necesitaba una cosa muy concreta. Intenté que fuera lo más real posible, pero siempre según lo que iba buscando. De los 25 alumnos, algunos eran muy movidos y otros no tanto. Imagínate con 24 estudiantes revoltosos. ¡Es imposible! Necesitas un equilibrio.
Quería insistir en esa idea de que si le dices a los chavales que no van a ser capaces de hacer algo se lo van a acabar creyendo. Y si, por el contrario, les dices que sí van a poder, es probable que logren hacer aquello que se proponen.
Denis Podalydès y Abdoulaye Diallo forman la extraña pareja protagonista de 'El buen maestro, un profesor y su alumno, un veterano y un recién llegado. ¿Cómo fue el encaje de estos dos perfiles de actores tan distintos?
O.A.–V. – Fue también muy fácil. De hecho, a los alumnos les dije que tenían la suerte de trabajar con un gran actor y que tenían que respetarle, pero al mismo tiempo que tampoco debían de sentirse atemorizados. Para Denis, pues bueno, eran niños. El caso es que tampoco estaban especialmente impresionados, hacían su papel de adolescentes, y él, como quería ser profesor, pues fue especialmente fácil.
El cine francés ha trabajado con profusión las películas de profesores y alumnos, de entornos educativos. ¿Qué hay en estas cintas que tienen tanta buena acogida entre el público?
O.A.–V. – ¿Qué hay más importante que la educación? Es lo más importante de la vida, Bueno, también está el amor, cierto. Pero en el ámbito de lo social, la educación lo es todo. Y se debería invertir más, porque se trata del futuro de las nuevas generaciones, de la sociedad, y de la idea de un cierto equilibrio de oportunidades y de paz social. La educación también es algo que nos ilumina, en el sentido de que el conocimiento y la educación alumbra ideas y caminos. Es una herramienta para transmitir, intercambiar y liberar. Porque la educación no debería entenderse como una herramienta económica, en el sentido de que forma a piezas de la maquinaria de producción –en ese caso estaríamos hablando de esclavos–, sino como un instrumento que ilumine y libere al individuo. Así, el individuo liberado hará lo que debe hacer como retorno a la sociedad. Pensamos en la educación como ese espacio parecido a un montaje en cadena: necesito médicos, ingenieros, abogados… Y hay muchas personas que, lamentablemente, no están en el sitio que realmente sienten que quieren estar, en términos profesionales y hasta personales. No debería ser así.