Hay bochorno en la Croisette, con amenaza de tormenta. Literal (ambiental) y metafórica (estado de ánimo). Así, mientras este cronista espera que su maleta le llegue en algún momento del día (eso me ha prometido un agente de aduanas francés, muy educado, por teléfono), ergo, con la ropa puesta que amablemente me ha prestado el periodista del Diari Ara, Xavi Serra -camiseta de Del revés (2015), calzoncillos de Toy Story (1995)-, y enredado en los tres programas de prensa -sección oficial (y paralelas), Quincena de Realizadores y Semana de la crítica-, uno empieza a hacer cálculos de cuánto se va a mojar bajo la lluvia en las largas colas que nos esperan los próximos once días. Especialmente preocupante será el día que se proyecte Han Solo: Una historia de Star Wars (2018), puesto que la organización ha decidido ponerla en la sala Debussy, un magnífico cine (como casi todos los de Cannes) que sólo cuenta con 1200 butacas, a todas luces imposible que entren lo más de 4000 periodistas acreditados del festival. Vaya, que habrá que estar dos horas antes haciendo cola para tratar de poder entrar, rezando a todos los dioses posibles para que ese día no llueva demasiado fuerte.
La decisión de proyectar la película más esperada del festival en la segunda sala oficial del certamen no es el único problema de Cannes 2018. Ya es sabido que Thierry Frémaux, director de Cannes, cerró la puerta de la sección oficial competitiva a las películas de Netflix, provocando que la plataforma de streaming retirara del evento todos los títulos que ya habían sido preseleccionados (y que incluían, entre otras, las nuevas películas de Alfonso Cuarón y Paul Greengrass). La respuesta de Frémaux fue rápida: en Cannes se podrá ver uno de los hits de 2018 de HBO: Fahrenheit 451 de Ramin Bahrani (remake del homónimo film de François Truffaut). Netflix, por su parte, tiene entre manos la compra de Todos lo saben, película inaugural de la muestra. Pero hay más. Tras la decisión (bastante tonta e intrascendente) de prohibir los “selfies” en la alfombra roja, llegó una más bestia: la prensa, por primera vez en los 71 años de historia del festival, no verá las películas en primicia mundial, puesto que primero será el pase de gala para invitados e industria. La decisión ha sido tomada de forma unilateral por una sencilla razón: Frémaux está harto de que las galas se vean enturbiadas por la mala recepción crítica que ha habido en el pase de prensa (sonoros fueron los casos de Diré tu nombre (2016) y The Sea Of Trees (2015)). El resultado es claro: las primeras reacciones de los títulos a competición no vendrán de la prensa, si no de los asistentes a la gala. Y para terminar las locuras de este Cannes, la película de clausura del certamen, El hombre que mató a Don Quijote (2018) está embargada en los juzgados a espera de resolver la demanda que el ex productor de la cinta, Paulo Branco, le ha interpuesto a Gilliam. En fin.
Dicho esto, ¡el festival ya ha empezado! Y lo ha hecho con una película realmente interesante (por distintas razones): Todos Lo Saben del cineasta iraní Asghar Farhadi que cuenta con un reparto repleto de lo mejor de nuestro cine; Javier Bardem, Penélope Cruz, Bárbara Lennie, Eduard Fernández, Inma Cuesta, Elvira Mínguez y el actor argentino Ricardo Darín, coronan un reparto de auténtico lujo en una película hablada en castellano y que se desarrolla en un ficticio pueblo de Castilla (aunque se rodó en la sierra madrileña). Farhadi, doble ganador del Oscar -en 2011 por la brillante Nader y Simin, una separación y en 2016 por la hanekiana El viajante-, se ha bañado de costumbrismo español para construir un thriller dramático que funciona mejor en el terreno del suspense que en el de las emociones desbordadas. La película cuenta como durante una boda, que sirve de reencuentro familiar, es secuestrada la hija de Laura (Cruz), exigiéndole un pago bajo riesgo de asesinar a la chica. La turbia relación entre los invitados a la boda, marcada por un pasado que combina amores primerizos -Paco (Bardem), fue amante de Laura- y lucha de tierras -el patriarca de la familia (Ramón Barea) malvendió sus tierras entre los aldeanos, incluyendo al propio Paco-, acabará estallando en un cúmulo de conspiraciones estirando, al mismo tiempo, la tensión dramática y la paranoia conspirativa. Porque no sólo se trata de saber quién ha secuestrado a la joven y cómo se resolverá el conflicto, sino también el poner de relieve como el pasado cuando regresa de forma tan extrema acaba por destapar un montón de demonios escondidos de lo más sugestivos. Entre lo mejor de la película está, sin duda, Javier Bardem, dando vida a un hombre herido y engañado que decide convertirse en héroe sin deber nada a nadie. Es fascinante ver a Bardem en acción, es algo incluso físico, moviéndose entre la contención y la rabia, entre el dolor y la alegría. Sin duda Farhadi le ha regalado un personaje de lo mejor de su carrera. Todos lo saben, sin embargo, adolece del mismo problema que planteaban las películas anteriores de su director -pienso, sobre todo, en El pasado (2013) y El viajante (2016)- y es su tendencia a alargar demasiado los conflictos (la película supera las dos horas de duración) y a enroscarse en sí misma en su última media hora. En todo caso es llamativo como con mínimos detalles Farhadi es capaz de construir una puesta en escena que evita caer en manierismos afectados y resultar plenamente funcional. De ahí que arranquemos este Cannes con buenas sensaciones, pese a que la fatalidad siempre esté acechando a la vuelta de la esquina. Y ahora a ver si me llega la maldita maleta.