Ya hablamos de Todos lo saben hace un par de días, así que tampoco vamos a volver sobre ella (aunque… ¿dijimos que la mejor escena de la película es la que protagoniza Bárbara Lennie?). Pero es que hoy se ha estrenado en la Quincena de Realizadores la nueva película de Jaime Rosales, Petra, donde Lennie repite papel protagonista en un reparto que completan Alex Brendemühl, Marisa Paredes y Joan Botey. La crítica francesa está encantada con el descubrimiento de la actriz madrileña -y eso que Magical Girl (2014) se estrenó en Francia con muy buena taquilla- y no es para menos: Lennie está absolutamente soberbia en la película, brindando un naturalismo compositivo realmente increíble de encajar en las habituales formas rígidas de su director (en esta ocasión, un poco más suaves que de costumbre). Y es que Petra no sólo es la mejor película de Rosales desde Las horas del día (2003), sino también la más accesible de un director con tendencia engolarse en una autoritis con más fracasos que aciertos -no comparto el entusiasmo de la crítica por películas como La soledad (2007), Tiro en la cabeza (2008) o Sueño y silencio (2012)-. Por suerte Rosales prolonga los aciertos de su anterior obra, Hermosa juventud (2014), cediendo espacio a que la narración fluya sin perderse en tiempos muertos innecesarios. El cineasta cita como referencias a Tarkovski y Hitchcock -siempre muy humilde-, pero lo cierto es que si a algo recuerda, más que a la “tragedia griega” que prometía desde su rodaje, es a cuando Almodóvar cruza el terreno dramático con el thriller (pensar en Los abrazos rotos (2009) y acertaréis), aunque adecuando el texto a un lenguaje más improvisado y realista que el habitual diálogo híper-cinematográfico del maestro manchego.
Petra cuenta, de forma novelada y tirando de flash-back según le conviene, la historia de sangre cruzada de una joven (Lennie) a la caza de un padre del que apenas posee información y cuyo principal candidato es poco menos que Mefistófeles (magnífico Joan Botey, en su debut en el cine: al actor lo fichó Rosales tras conocerlo en las localizaciones de su finca en Forallac). Con una steady-cam que flota alrededor de los personajes buscando continuas fugas y reflejos, el drama se pellizca con estallidos de violencia que dejan a los personajes aún más solos y heridos. Y en medio de todo ello, sosteniendo buena parte de la película sobre sus hombros, está Bárbara Lennie, echando coraje y garras sobre un esqueleto extremadamente sensible, demostrando que hoy por hoy es una de las mejores actrices que uno puede ver en la gran pantalla.
Alejandro G. Calvo
Rock'n' Roll Soviet Style
Poco se conoce la importancia de la escena punk y underground en los países del antiguo bloque soviético, aunque algunas películas dispersas nos han ido ofreciendo pistas sobre el tema. La presencia en la Sección Oficial de Cannes de Leto de Kirill Serebrennikov, solventa de una vez por todas este vacío. Como una especie de 24 Hour Party People en torno a la escena rockera en Leningrado en los años ochenta rodada por un fan pop de la Nouvelle Vague, Leto arranca con cierta tendencia a esa nostalgia que sofoca la energía necesaria en cualquier film generacional y ofrece algunas soluciones estéticas un tanto incongruentes. Pero a la vez resulta un fascinante ejercicio de memoria que, al contrario de tantos otras películas al respecto, sabe hacer patente la significación histórica y vital del rock'n'roll en un tiempo y un momento concretos.
Kirill Serebrennikov se inspira en las trayectorias de dos bandas, Zoopark y Kino, pioneras a la hora de adaptar las innovaciones del rock occidental a las inquietudes de los jóvenes soviéticos. El boom del rock alternativo en todas sus variantes en Europa del Este antes de la caída del Muro no fue un simple caso de expansión global de una moda que conseguía atravesar el Telón de Acero. A finales de los setenta y principios de los ochenta, las subculturas juveniles de la Europa occidental empezaron a ser devoradas por el mainstream, mientras el rock se convertía en un producto más de la sociedad de consumo vaciado de su potencial subversivo. En cambio, en estados como la URSS, Hungría, Checoslovaquia o Polonia, los jóvenes encontraron en el rock occidental un lenguaje a través del que expresaban su malestar ante la represión de los aparatos institucionales al tiempo que les ofrecía un imaginario juvenil propio del que no disponían otras formas de oposición al estado (paradigmático el boom del punk en Polonia, que triunfó entre los jóvenes que no se identificaban ni con el gobierno ni con el sistema de valores de Solidarnosc). Así, los jóvenes músicos de los antiguos países comunistas devolvieron todo el sentido al rock'n'roll.
Y de esto va Leto. El film arranca con uno de esos planos secuencia marca de la casa que nos sumerge en un concierto de rock a la manera soviética. El imaginario es el habitual: músicos con el pelo largo, chicas fans que cuelan por la puerta de atrás, cantantes dándolo todo y público joven entregado. Pero la intensidad del momento se ve reprimida por los comisarios políticos que velan para que todo aquello no se salga de madre. En sus primeros momentos, el film de Serebrennikov se asemeja a la crónica nostálgica de una juventud perdida. Pero un inesperado número musical en un vagón de tren donde los protagonistas y los pasajeros empiezan a cantar Psycho Killer de Talking Heads en una secuencia aliñada con efectos animados pop en la posproducción reconduce el film hacia otro territorio mucho más interesante, en que la experiencia de la música cobra un significado concreto, personal, generacional y político.
La película opta por un uso estilizado del blanco y negro que responde más a una opción estética fiel a toda una tradición de retratos generacionales en el cine que a una voluntad de coherencia con el imaginario retratado. Cuando evoca temas musicales de referencia, Serebrennikov inserta fugas entre el musical meta y el videoclip pop. Así, Marc Bolan y T-Rex suenan entre imágenes en color de los personajes como sacadas de un archivo familiar en súper-8, mientras que All The Young Dudes de David Bowie- Mott the Hopple propicia un álbum de recreación de las portadas más influyentes en la vida de los protagonistas. Algún recurso en este sentido parece más propio de la era Instagram que de la escena underground, pero Serebrennikov también incluye en estos momentos referenciales una especie de figura de la autoconciencia que recuerda al Tony Wilson/Steve Coogan de 24 Hour Party People en su voluntad de dirigirse a los espectadores para marcar la distancia entre la realidad de los hechos y la idealización de su puesta en escena en la película.
El contexto histórico ofrece matices no vistos en otros films sobre el rock, como la muy interesante discusión en torno a las letras con los comisarios políticos que incide en las diferencias entre dos arquetipos de figura masculina en el imaginario rock, el antihéroe romántico y el slacker, defendido como una reivindicación específicamente propia de los jóvenes de clase obrera. El film chirría más en su planteamiento dramático en forma de ménage à trois entre los respectivos líderes masculinos de las dos bandas, Mike y Viktor, que establecen entre sí una de esas ambiguas relaciones de mutua admiración, respeto, rivalidad y envidia, y Natacha, la pareja de Mike enamorada de Viktor. La película reincide en cierta normalización del machismo en el imaginario del rock'n'roll, sobre todo al marcar la separación entre un espacio exclusivamente masculino dedicado a la creación y el femenino centrado en los sentimientos.
La proyección de Leto en Cannes ha cobrado una especial significancia política porque Kirill Serebrennikov no ha podido asistir a la presentación ya que permanece en arresto domiciliario en su país bajo unas acusaciones de supuesta malversación de fondos públicos en que muchos ven un montaje para represaliar a una figura artística que se ha manifestado de forma muy crítica contra el gobierno de Putin.
El cuento del leproso
Quizá porque el año pasado la crítica no dejó de protestar ante una sección oficial donde primaban las películas con una visón deprimente y cruel de la naturaleza humana, el festival nos ha “regalado” al inicio de la competición una feel good movie como pocas se ven en Cannes. La única ópera prima que concursa por la Palma de Oro, Yomeddine de A.B. Shawky relata el viaje de Beshay, un hombre que abandona la leprosería en la que ha vivido desde pequeño para buscar a su familia. En su viaje por Egipto sobre un destartalado carro del que tira un burro le acompaña Obama, un joven huérfano nubio. El trayecto supone para ambos una encuentro con un mundo exterior que todavía alberga muchos prejuicios hacia los diferentes... El primer largometraje de este director egipcio instalado en Austria visibiliza una de esas realidades poco conocidas como es la marginación de las personas que se han visto afectadas por la lepra. El problema con Yomeddine es que acaba respondiendo a todos los estereotipos que te vienen a la cabeza solo con leer su sinopsis. Apuesta fuerte por la empatía que provocan los dos personajes desamparados, juega en la liga de los buenos sentimientos y a la crítica a los prejuicios desde un discurso tópico que no se atreve a profundizar en los problemas estructurales que provocan estas dinámicas de marginación. El film, de hecho, acaba recurriendo a un discurso harto conservador que apela al conformismo desde una retórica religiosa (que vale igual para cristianos y musulmanes) y al aislamiento institucionalizado de estos diferentes con la excusa de “protegerles” de ese cruel mundo exterior. Lástima que Yomeddine no se atreva a explorar más a fondo algunos elementos de comedia que presenta, como esa situación que daba para tanto de esposar al protagonista con un hermano musulmán cargado de prejuicios antileprosos que sin embargo ve en Beshay una oportunidad para escapar de la cárcel.
Eulàlia Iglesias