Cada película de Jean-Luc Godard, padre de la 'Nouvelle Vague', en Cannes es un acontecimiento en sí misma. Aterrizan como llegadas de una galaxia muy diferente de aquella a la que pertenecen el resto de films del festival, lo que para unos es un estímulo y para otros una disfunción. El cine de Godard funciona con unas reglas propias: su uso del montaje genera nuevas formas de relacionarse entre las imágenes y los sonidos; el flujo constante de códigos visuales y sonoros en ningún momento se articula en un discurso homogéneo, lineal y unívoco; como confiesa a través de una cita de Brecht (si mal no recuerdo), considera que es en el fragmento donde se hallan las marcas de autenticidad; y rehuye de forma explícita la inteligibilidad de aquello que vemos y oímos. De sus últimos films, Le livre d'image es el que remite más a Histoire(s) du cinéma, en tanto se nutre en exclusiva de metraje de archivo en buena parte cinematográfico. Un diálogo constante entre los dos temas que le obsesionan, la historia de Europa a lo largo del siglo XX y la representación de las imágenes. Los fans del cineasta reconocerán fácilmente las dinámicas del film. Pero entre una serie de imaginarios y referentes más o menos identificables, el director incorpora novedades. La más evidente, una primera incursión en el cine y la historia del mundo árabe, un universo apenas explorado en su obra y que aquí acaba ocupando el espacio central. Y entre los subtemas que también se perfilan, una incidencia en la violencia sobre las mujeres en entornos tanto de conflictos más generales como en la cotidianidad del espacio público y un subensayo en torno a la idea del tren como motivo cinegético por excelencia y a la vez como elemento clave también para entender la historia del siglo XX. Como todo título de la última etapa de Godard, Le livre d'image fascina igual que desborda al espectador en su frenesí fragmentario de ideas, conceptos y discurso. Por algo es uno de los pocos cineastas de la Historia capaces de hacerte estallar el cerebro.
"El cine, como Cataluña, tiene dificultades para existir" ha declarado Jean-Luc Godard en la rueda de prensa, si podemos llamarla así, que ha ofrecido vía FaceTime en el Festival de Cannes a tenor de una pregunta de Pepa Blanes, periodista del programa La Script de la Ser, sobre la cita "Hommage à la Catalogne" que aparece en un momento de su nueva película Le livre d'image. Una frase que como cualquier elemento en sus films tiene mil lecturas posibles. Sin duda una de ellas es la referencia explícita al título del libro de George Orwell sobre su experiencia en la Guerra Civil, uno de los temas recurrentes en la filmografía del francés. Pero con su boutade, Godard ha confirmado que también hablaba del presente. Al fin y al cabo, el diálogo entre diferentes tiempos históricos es uno de los rasgos esenciales en su cine.
Jia Zhangke también lleva a cabo un retorno a algunos de sus territorios habituales, sobre todo los de Naturaleza muerta y en menor medida Unknowkn Pleasures, en Ash is Purest White. El más importante de los cineastas chinos de ficción parte de un planteamiento propio de un melodrama noir: Qiao (su habitual y como siempre magnífica Zhao Tao) entra en prisión por defender a su pareja, Bin (Fan Liao), un capo de la mafia de provincias. Una vez ha cumplido la pena, descubre que él la rehuye y se ha vuelto a casar. El itinerario que sigue Qiao para encontrar de nuevo su lugar en el mundo resigue en parte las mutaciones en la China contemporánea, el tema de fondo de toda la filmografía de Jia, desde la reconversión industrial a la que se opone su padre al principio del film pasando por el mastodóntico proyecto de las Tres Presas que protagonizó Naturaleza muerta hasta la implantación del capitalismo de pequeñas y grandes empresas. Jia combina el drama romántico entre los protagonistas con su habitual recorrido por los meandros de la historia en la China profunda y un toque de cine de género. Uno de los mejores momentos del film es, de hecho, el enfrentamiento entre las dos bandas rivales de gángsters, que Qiao detiene con el arma prohibida. Con una incursión en el fantástico que no pillará desprevenidos a quienes hayan visto Naturaleza muerta y algunos momentos cuasi cómicos muy bienvenidos, la película funciona mucho mejor cuando la protagonista toma las riendas del relato que no cuando se pierde en el terreno del melodrama en torno a las deudas no saldadas del compromiso amoroso.
Eulàlia Iglesias
En otro orden de las cosas, vimos una película aún más loca que la de Godard: Border del director sueco Ali Abassi -en Sitges presentó su anterior (y primera) película: Shelley (2016)-. Apuntando fuerte a ser el título más potente del cine fantástico del 2018, Border es una adaptación de un relato de John Ajvide Lindqvist, el mismo autor de la novela que tomaba de base la brutal Déjame entrar (2008) de Tomas Alfredson; su punto de partida es absolutamente brutal: los trols viven entre nosotros. Y no trols tipo pequeños y simpáticos -Trolls (2016)- o haters de las RRSS, sino más bien del tipo de El Hobbit (20012) o, si me apuran, de David, el Gnomo (1985). Son grandes, feos y marginados, pero con un rasgo que los vuelve útiles en los departamentos de aduanas: su olfato les permite detectar emociones humanas como el miedo, la vergüenza o la culpa. La protagonista de la cinta, Tina (Eva Melander), es una trol que convive en ligera armonía en el mundo humano. Tiene trabajo, pareja (humana) y una casa en el bosque. Pero todo se le trastoca por dos razones bien distintas: (1) Cuando detecta a un pedófilo en la aduana y (2) Cuando conoce a otro trol -Vore (Eero Milonoff)- que la induce a comportarse en su estado natural. Una doble vía narrativa: thriller y bestialismo romántico que acaban por confluir de una forma tan gutural como inenarrable en la escena sexual entre ambos, de las cosas más locas que yo he visto en pantalla grande (¡y he visto muchas!). Pese a lo bizarro del asunto la película es fascinante de pies a cabeza, sin duda, todo un hit del fantástico contemporáneo que está destinada a arrasar en el próximo festival de Sitges.
Alejandro G. Calvo