Ha llegado Lars y la locura se ha adueñado de festival. Sólo por eso, uno ya no puede evitar sacar la sonrisa. Siete años después de ser declarado “persona non grata” por Cannes -¿en qué habrá quedado eso?- tras desatar la furia de propios y ajenos en la rueda de prensa de Melancolía (2011) al decir que “entendía a Hitler”, hoy ha regresado al que fue su hogar durante tantos años -ganó la Palma de Oro en el año 2000 con Bailar en la oscuridad, y casi todas sus películas se han presentado aquí- para presentar The House That Jack Built, una aproximación entre gutural y metafísica al mundo de los psycho-killers con más paja que grano. Pero, aun así, ¡qué paja! (sic).
Había ganas por ver lo nuevo de Lars. En la gala de la noche anterior, según relataban los asistentes en Twitter, salieron en desbandada de la sala diciendo que era una película abominable, repleta de asesinatos y mutilaciones a mujeres y niños, literalmente asquerosa y abogaban por que no se debería haber hecho nunca algo así. Incluso había quién la comparaba con The Human Centipede (2009) o, aún peor, con A Serbian Film (2010). Normal que hubiera tortas a la entrada del Gran Teatro Lumière en el pase de las 8.30AM con la prensa exudando sus pocas reservas de adrenalina ante la bacanal grindcore que se esperaba. Pero, una vez vista la película, ya podemos asegurar que, si bien sí hay escenas tremendamente violentas (que incluyen niños y mujeres), ese no es el principal problema de The House That Jack Built tanto como su predominante misoginia -todas las mujeres que aparecen o son desagradables (personaje de Uma Thurman) o literalmente idiotas (Riley Keough)- que acaba por derivar en la habitual (y muy cargante) misantropía de su director hacia todo el mundo. Es tan bestia el asunto que hasta en la propia película se permite excusarse cuando el psycho protagonista dice en voz en off “Eh, ¡qué también he matado a hombres!”. Muy mal Lars. Respecto a la violencia, ésta no es una película más cruda que otras de temática similar como Henry, retrato de un asesino (1986) u Ocurrió cerca de su casa (1992), dado que el tono de comedia negra que le aplica, por más que sea de un gusto cuestionable, hace que las imágenes no resulten tan incómodas como lo sería si el director se tomara en serio lo narrado (era muchísimo más bestia Anticristo (2009), por ejemplo).
Mucho más interesante es el diálogo en off a dos voces que recorre toda la película donde escuchamos al protagonista -un magnífico Matt Dillon- manejarse con pletórica retórica junto una figura misteriosa llamada Verge (Bruno Ganz), discutiendo sobre el bien y el mal, la creatividad artística, la ingeniería frente a la arquitectura, la teoría frente a la práctica y un largo etcétera. Por eso, aunque la película sigue la línea descendente marcada por la tediosa y exagerada Nymphomaniac (2013), al menos sí tiene donde apoyarse sin venirse abajo: ya sea por el buen hacer de Dillon o por ese final en el inframundo de tintes dantescos, compensa tanta cacharrería gore que poco tiene que aportar a la obra del que fuera uno de los cineastas más avanzados de su tiempo.
Se esperaba más del regreso de Spike Lee al mainstream -su última película para una major fue el vapuleado remake de Old Boy (2012)- pero aun así BlacKkKlansman, presentada a competición oficial, más allá de su delirante trama (basada en hechos reales) donde se recrea como un policía negro acabó colándosela al Ku Klux Klan (KKK) hasta el punto de desbaratarles un atentado terrorista, posee una ráfaga de ideas y momentos que hacen que su visionado sea algo portentoso. Para empezar, ésta es claramente una película anti-Trump, ya no sólo porque haya chistes continuos que relacionan al KKK con el actual presidente norteamericano, sino porque Lee pone un demoledor epílogo con imágenes de las últimas manifestaciones del Klan en los EEUU acompañado de las patéticas palabras de Trump al respecto. Además, hay una patada en la boca a la misma esencia de Hollywood: la proyección in situ de El nacimiento de una nación (1915), clásico de D.W. Griffith, tan impresionante en su puesta en escena como execrable en su contenido argumental (el KKK son los héroes de la función y los negros son tratados como demonios sin cola), al mismo tiempo que el mítico Harry Belafonte narra el linchamiento a un joven negro y la celebración que eso supuso en su comunidad. Lee sigue incontestable y contestatario, más necesario que nunca, mordaz y sardónico, fiero e iconoclasta. BlacKkKlansman no estará en lo más alto de su carrera pero es que este hombre ha firmado ya unas cuantas obras absolutamente magistrales: Nola Darling (1986), Haz lo que debas (1989), Cuanto más, ¡mejor! (1990), Clockers (1995), La última noche (2002), Plan oculto (2006) y, claro, Katrina (2006).
Alejandro G. Calvo
El cine del sol naciente
La representación japonesa en la sección oficial de Cannes ha llegado de la mano de un veterano del certamen, Hirokazu Kore-eda, y de un novato, Ryusuke Hamaguchi. Kore-eda ha presentado uno de sus mejores films de los últimos años, Shoplifters, su reflexión hasta el momento más incisiva en el tema recurrente de la familia como una forma de convivencia cuya definición no debería venir marcada por los vínculos de sangre. Como en Nobody Knows, los variopintos protagonistas se han organizado como un núcleo familiar de forma un tanto clandestina. Si allí lo hacían obligados por el hecho de ser menores, aquí incurren diversos factores: desde no constar oficialmente en la vivienda hasta el hecho de acoger a una menor maltratada sin notificarlo. Menos sentimental y más compleja que sus películas más recientes, en Shoplifters Kore-eda expone hasta qué punto en toda familia, medie la consanguinidad o no, se equilibran necesidades emocionales con intereses económicos por pura supervivencia. Y plantea esta cuestión a partir de unos protagonistas con pocos recursos (se dedican a tareas como la prostitución de baja escala a los pequeños hurtos en tiendas) pero buena predisposición emocional, sin caer en simplismos y poniendo en evidencia las contradicciones y complejidades que acarrea este tipo de organización familiar alternativa y un tanto antisistema. El cine de Kore-eda suele caer bien tanto a público como a jurados así que no resultaría extraño que Shoplifters acabara reconocida en el palmarés final.
Aunque sea la primera vez que compite por la Palma de Oro, Ryusuke Hamaguchi dispone de una filmografía con media docena de títulos, el penúltimo de los cuales, Happy Hour (2015) recogió críticas entusiastas por allí donde pasó hasta el punto de convertirse en una de las película de culto de los últimos tiempos. Así que se había creado cierta expectativa ante el estreno en la competición de Cannes del director con Asako I&II, su nuevo film basado esta ocasión en una obra de la autora Tomoka Shibasaki. El origen literario explica un cambio respecto a las dos películas anteriores de Hamaguchi que había podido ver quien esto escribe. Del drama adulto en torno a las relaciones personales y el protagonismo colectivo pasamos aquí a una historia de amor juvenil en torno a una muchacha, la Asako del título, que vive aferrada a la promesa de su novio, Baku, que desaparece un día sin más, de que volverá con ella en algún momento. Cansada de esperar, Asako acaba saliendo con Ryohei, que se parece como una gota de agua a Baku, en lo que parece una relectura juvenil y en clave femenina del motivo del doble en 'Vertigo'. Asako I&II no consigue situarse a la altura de la despampanante Happy Hour, mucho más moderna, arriesgada y compleja en todo su entramado dramático. Pero no deja de resultar atractivo comprobar como Hamaguchi se acerca a un imaginario propio de la ficción juvenil desde su sobriedad y sensibilidad estéticas habituales.
Eulàlia Iglesias