El director de origen iraní Ramin Bahrani (Carolina del Norte, 1975) ha tenido el atrevimiento de medirse con François Truffaut en una nueva adaptación cinematográfica de la novela distópica de Ray Bradbury Fahrenheit 451. Su revisión, producida por HBO, actualiza el clásico con la incorporación de las nuevas tecnologías. Internet y las redes sociales y "su potencial para amenazar el pensamiento" están en el corazón de su película, que vuelve a escenificar una sociedad alternativa en la que los bomberos tienen asignada por el Gobierno la misión de quemar los libros.
¿Con qué sensación viviste el rodaje de las escenas de la quema de libros?
Fue muy doloroso, porque eran libros reales. La paradoja es que, como describe Bradbury en su novela, las llamas son hipnóticas y seductoras. He de confesar que era fascinante ver el incendio, lo que da mucho miedo. Bradbury describe cómo las páginas se curvan con el fuego y, curiosamente, eso sucedió en el rodaje con su libro Crónicas marcianas. Su nombre se curvaba una y otra vez. Era como un mantra. Ray Bradbury, Ray Bradbury, Ray Bradbury… No lo planeé, pero le dije al cámara que lo grabara.
¿Hay algún libro que consideras que merece ser quemado?
Para las quemas elegí mis libros favoritos, en diferentes lenguas, obras de Dostoievski, Kafka, Toni Morrison, Gabriel García Márquez, Vargas Llosa… Pero también eché a la pira algunos que detesto, como Mi lucha (Hitler) o Los siete hábitos de la gente altamente efectiva (Stephen Covey).
Has convertido este clásico en un espejo de nuestros días.
Me resultó muy difícil, así que me fui directamente a la fuente. Bradbury aprobó la versión de Truffaut, que modificó mucho el original en 1966, y él mismo adaptó su propia novela dos veces, una como musical y la otra como obra de teatro. Dejó que Clarisse McClellan viviera, por ejemplo, así que sentí que hasta cierto punto me sentía autorizado a cambiar aspectos del libro, pero nunca a alejarme de sus ideas y de su temática.
Es fascinante descubrir que Bradbury predijo internet, las 'fake news' e incluso Wikipedia.
En el libro se afirma que Benjamin Franklin fue el fundador del primer departamento de bomberos voluntarios. Y es cierto, lo hizo en 1763, pero lo que se asegura es que lo hizo para quemar libros. Es como si cualquiera de nosotros entramos en Wikipedia y modificamos la biografía de una persona. Resuena en la actualidad, en la que cuando quieres informarte o quieres leer noticias vas a las redes sociales y un algoritmo decide que es lo que te va a interesar. Y ni siquiera lees el artículo, sólo el titular, y le das a 'like' y lo compartes. ¿No es terrorífico?
¿Estás en contra de las redes sociales?
No, como tampoco lo estaba Bradbury de la televisión, el cine o la tecnología. No era un ludita. De hecho adaptó un clásico literario como Moby Dick al cine, para John Huston; y escribió 65 episodios de teatro para la HBO. Contra lo que estaba en contra era el uso que se podía dar a esas nuevas herramientas para idiotizarnos. Estaba preocupado por las inserciones de publicidad en la tele. Y es lo mismo que me pasa a mí cuando voy en el metro. Antes la gente estimulaba su imaginación y leía libros, pero ahora se pasan el trayecto dándole al corazoncito en Instagram. También me asusta.
Esta película dista mucho de tus anteriores proyectos, ¿te has sentido igual de libre?
La gente de HBO fue un gran apoyo. Aportaban ideas pero no las imponían. Por supuesto había un riesgo, pero del mismo modo que en mis tres primeros proyectos al no trabajar con actores. Creo, no obstante, que siempre le doy vueltas a los mismos temas: la marginación, la gente de color, el poder y la corrupción, la decisión de cómo vivir nuestras vidas. Ya ha habido varias personas que me han dicho que el final de Fahrenheit 451 les recuerda a Plastic Bag (2009), Goodbye Solo (2008) y Chop Shop (2007). Espero no estar repitiéndome… Pero quiero arriesgarme, aunque yerre.
¿Cuáles los principales retos que te impusiste?
Además de la actualización tecnológica fue que a los chavales de 15 y 16 años les gustara. Fue algo a lo que no había aspirado en toda mi filmografía, que fuera del gusto de dos generaciones.
¿Por qué era importante tocar a esas dos generaciones?
Trató de servir a las ideas de Bradbury, pero en la actualidad. Leí su libro en el instituto y me apabulló. E imagino que cuando la publicó, en los años cincuenta, tras la II Guerra Mundial, en pleno macartismo y en los primeros años de la televisión y de Reader’s Digest, debió ser terrorífico. Así que ahora quería hablar del triunfo de los gobiernos de derechas en el mundo y de las nuevas tecnologías para reflexionar sobre los miedos del presente.
Tu película tiene una estética de cine negro, ¿cuáles fueron tus referencias visuales?
La fotografía de Bruce Davidson, las películas El proceso (1962) y Sed de mal (1958), de Orson Welles. También, para la paleta de colores, nos fijamos en el trabajo de Leni Riefenstahl y en las puestas en escena de Mussolini.
¿Por qué la ambientaste en Cleveland?
Quería que la película estuviera localizada en un futuro alternativo, pero en una ciudad real. Me gustaría que el espectador sintiera que el relato podría estar ocurriendo ahora mismo, de modo que el vestuario es un poco diferente, pero no demasiado, proyectamos imágenes sobre los edificios, como ya sucede en algunos sitios, y los coches son los mismos. ¿Para qué desarrollar un coche volante?