Tanta prisa y nervios para nada. Al final el pase de prensa de Han Solo: Una historia de Star Wars en la segunda sala facilitada por el Festival (Bazin), no consiguió llenarse (ignoro las razones por las que muchos periodistas la esquivaron). Así que este cronista se sintió bastante idiota el primero de la fila, noventa minutos antes de la hora programada, ergo me toca entonar un mea culpa significativo. Cannes aprieta y ahoga. Pero vamos con la película: Han Solo: Una historia de Star Wars, segundo 'spin-off' de la mítica saga tras la alucinante Rogue One (2016), es una película génesis del icónico protagonista encarnado por Harrison Ford que se adhiere al pie de la letra a lo que se espera en este tipo de obras. De aroma eminentemente clásico -quizás se entienda ahora algo mejor el cambio de directores a medio rodaje: Ron Howard entró en lugar de Phil Lord y Christopher Miller, autores de esa barbaridad llamada La Lego Película (2014)- y plagada de guiños y referencias a las películas-madre de la saga, Han Solo no desbordará en ideas argumentales ni tendrá el asomo de radicalidad de Los últimos Jedi (2017), pero funciona con un engranaje prácticamente perfecto. La mayor sorpresa de la película es que Solo no esta solo (sic), vaya, que no es un James Bond galáctico, sino más bien un espagueti western cósmico, donde el grupo de forajidos encabezados por Solo se lo pasan pirata preparando y realizando robos de alto grado adrenalínico. Otra sorpresa: Alden Ehrenreich cumple el dificilísimo papel de sustituir a Ford, sin tampoco alardear de ello; mientras que Donald Glover, el artista indiscutible del momento, está más bien encorsetado poniéndose la(s) capa(s) de Lando Calrissian. Tiene obvia gracia nostálgica que eventos del pasado de Solo siempre comentados en la saga aquí se pongan en escena, pero aún es mejor aquello que se inventan nuevo, da igual que sea la maravillosa androide L3 (emoticono de corazón), o un villano al que da vida Paul Bettany de lo más reptiliano. Así, la película funciona sin despeinarse, no será de las mejores de la saga, pero es un blockbuster entretenido y eso, al final, es lo que suele importar al gran público.
En otra liga es la que juega el cineasta norteamericano David Robert Mitchell. Autor de una de las mejores películas de terror del Siglo XXI, It Follows (2014), ha presentado a competición oficial Under The Silver Lake, un largo deleite pulp bañado en cultura pop protagonizado por un acertado Andrew Garfield. La película sigue los pasos del protagonista tratando de adivinar porqué una de sus vecinas (Riley Keough) ha desaparecido de la noche a la mañana (Hitchcock se habría tronchado con la película). Con una puesta en escena absolutamente maravillosa, repleta de composiciones que parecen mirar al mundo del cómic -la película podría entenderse como un Daniel Clowes inventándose una novela gráfica con Phillip Marlowe-, en sus mejores momentos parece como si David Lynch (o Richard Kelly) trataran de adaptar a Thomas Pynchon. Película repleta de divertidísimos misterios a modo de sudokus pop, encajaría bastante bien en una triple sesión con El gran Lebowski (1998) y Puro vicio (2014), con múltiples subtramas que se amontonan deslizándose unas sobre otras, lo cierto es que Under The Silver Lake es una de las mejores películas que hemos vistos en este festival.
Alejandro G. Cavo
Vincent Lindon, héroe sindical
Vincent Lindon ganó el Premio a la Mejor Interpretación en Cannes 2015 con La ley del mercado de Stephane Brizé, una incursión en el drama social que bebía de una forma un tanto impostada del cine de los Dardenne. El tándem Brizé-Lindon vuelven a adentrarse en los conflictos provocados por el capitalismo salvaje en En guerre. Si en el film anterior, Lindon encarnaba a un parado en la dura tarea de buscar trabajo, aquí da vida a un líder sindical en plena negociación con la empresa para evitar el cierre de la factoría donde trabajan él y centenares de personas. Brizé apuesta esta vez por una estética de aire documental con una cámara siempre metida en el meollo del asunto para transmitir sensación de veracidad e inmediatez. El conflicto que apunta el título es el que mantienen los obreros con los responsables de la fábrica, un duro pulso de movilizaciones y negociaciones entre unos sindicatos que luchan por el mantenimiento no solo de sus lugares de trabajo si no de toda una forma de concebir la economía productiva ligada al territorio, y unos patronos que solo están pendientes de las ganancias de los accionistas. Como en La ley del mercado, Brizé se aferra a un dispositivo un tanto forzado para dar entidad cinematográfica a la plasmación de un conflicto socioeconómico que se repite por toda Europa. La película parte de la contradicción de querer jugar en la liga de cierto cine social de vocación urgente, obrera y colectiva pero plegarse a la necesidad de que una estrella como Vincent Lindon lidere la narrativa, presida casi todos los planos y no pare de vociferar en todo el metraje. A pesar de todo, En guerre, se desarrollaba dentro de cierta corrección monocorde hasta ese final que abandona cualquier dignidad obrera y fuerza la máquina sensacionalista y emocional de manera indignante.
Eulàlia Iglesias