Mamoru Hosoda es un gigante de la animación contemporánea: Summer Wars (2009), Wolf Children (2012) y El niño y la bestia (2015) así lo atestiguan. De hecho, con Masaaki Yuasa, Mamoru Oshii, Katsuhiro Otomo, Isao Takahata y el maestro Hayao Miyazaki, es uno de los realizadores clave de la historia del anime. Su última película, Mirai, se ha presentado en la Quincena de Realizadores del festival con una ovación cerrada por parte de la prensa al finalizar la proyección. El propio realizador presentó la película diciendo que ésta estaba dedicada a los niños, para que los adultos intentemos esforzarnos más en comprenderlos y quererlos. Y no es baladí el comentario. Mirai cuenta la historia de Kun-Chan, un niño de tres años que debe afrontar el nacimiento de su hermana pequeña, con lo que la película, de entrada, parece un manual para padres sobre cómo afrontar los celos entre hermanos. Pero, claro, eso es sólo el principio. Y es que Kun posee una imaginación desbordante que le lleva a tener ensoñaciones de carácter fantástico -no sé por qué pensaba en el Bergman de Fresas salvajes (1957), aunque supongo que citar a Charles Dickens sería mucho más acertado- en las que, por ejemplo, puede hablar con su hermana del futuro (ya adolescente) y aprender así a entender mejor qué narices está pasando en su casa. El retrato de la paternidad es simplemente adorable, además de puntillosamente exacto. La belleza y la dificultad de lo que significa forjar una familia sería el discurso vehicular de la película, mientras que las ensoñaciones la elevan a la categoría de obra maestra de nuestro tiempo. Qué gran festival estamos viviendo.
Alejandro G. Calvo
Drama coreano sin fisuras y la Italia más bruta
Con solo seis títulos a lo largo de una carrera que abarca ya más de dos décadas, Lee Chang-dong filma poco pero seguro. El director de Oasis (2002) ha presentado en Cannes su sexto largometraje, Burning, un drama que exhibe una solidez y una maestría como pocas veces se disfrutan en este género. El director coreano parte de un relato de Haruki Murakami, Los graneros quemados en torno a un insólito trío, el que forman un joven granjero aspirante a escritor, su antigua vecina de la que se ha enamorado y un pijo del que parece encapricharse ella. Con estos tres personajes, Lee construye un drama con tintes de 'thriller' en torno a a una sociedad en que los pobres tienden a perderlo todo frete a la impunidad de la que gozan los ricos. Sin embargo, Burning no se mueve en el terreno del drama social sino del 'thriller' inquietante en torno a un misterio, a la obsesión de un personaje por resolverlo y a la ambigüedad moral de su antagonista. De manera que el filme de Lee se aproxima sobre todo al tono de una Patricia Highsmith o un Roman Polanski. Con tres de los personajes mejor construidos de este festival, Burning pivota sobre una magistral secuencia bisagra donde el destino de los protagonistas va quedando marcado a fuego lento a lo largo de un precioso atardecer en el campo. En una Competición Oficial que mantiene alto su nivel medio, Burning es otro de los títulos que se ha colado entre los favoritos.
La figura del Bruto, el grandullón todo fuerza física sin más, atraviesa buena parte del cine italiano desde Masciste, pasando por el Zampano de La Strada (1954) hasta llegar al antagonista de la nueva película de Matteo Garrone, Dogman. Si el anterior filme italiano de la Sección Oficial, Lazzaro felice, evoca la tradición más poética y humanista del Neorrealismo y alrededores, el director de Gomorra en cambio apela a la más grotesca y tenebrista, aquella que muestra la fisonomía siniestra de la Italia popular. Aquí a través de un protagonista, Marcello (un Marcello Fonte que huele a premio), peluquero canino que mantiene una relación poco conveniente con Simoncino (Edoardo Pesce), un ex boxeador cocainómano que lo soluciona todo a base de hostias. La tóxica amistad entre ambos arrastra a Marcello a un callejón sin salida porque cubre a su colega cuando da el palo a un negocio y le toca asumir las consecuencias (cárcel, ostracismo en el barrio...) sin que le compensen por ello. Garrone convierte a Simoncino en un símbolo de una violencia sin control a la que nadie consigue poner freno, mientras que Marcello representa el pobre ingenuo que intenta espabilarse en una Italia destartalada que no protege a sus ciudadanos. Interesante sin destacar por encima de la media de la competición, Dogman entronca con los universos un tanto oscuros y mórbidos de algunas de las primeras películas del director como L'imbalsamatore (2002) y Primo amore (2003), al situarse en buena parte en el local desconchado donde el protagonista cuida a los perros y subrayar la fisicidad de la violencia que estalla siempre en torno a Simoncino.
Eulàlia Iglesias